Día internacional de la mujer profesional de la educación

La primera inequidad en el campo educativo en México, por lo menos en el nivel básico, es que no es lo mismo ser maestro que maestra.
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“Me tomó bastante tiempo desarrollar una voz,

y ahora que la tengo, no voy a quedarme en silencio”

Madeleine Albright

Esta mañana, el Presidente afirmó que en su gobierno hay más mujeres que nunca, pero nombrarlas para ocupar puestos clave como cuota de género para simular inclusión, también es violencia.

Nosotras no necesitamos concesiones «por ser mujeres», lo que necesitamos son leyes y la aplicación de las mismas para que, compitiendo en igualdad de circunstancias, podamos ganar lo que algunos nos «regalan» por agenda, pose o ignorancia.

Por eso, también es lícito para las mujeres profesionales de la educación en México afirmar que  la maestra Delfina al frente de la SEP no nos representa ni por ser mujer ni por ser maestra, aunque lo diga el Presidente, como en su momento tampoco nos representó Josefina Vázquez Mota, “la primera mujer” al frente de la Secretaría de Educación.

Ambas supeditaron la tarea de enorme responsabilidad que les fue conferida a la carrera política por la silla presidencial o a la sumisión a la agenda política desconectada de alumnos, maestros y padres de familia, demostrando que la simulación al frente de la SEV no es cuestión de género, sin duda.

Mujeres profesionales de la educación

En el marco de los debates académicos propios de la Reforma Educativa de 2013, algunos académicos proclamaban: “¡estamos a favor de los maestros!” y sí, porque a las maestras nunca nos vieron, excepto para aplaudirles o aplaudirnos cuando lo que decíamos se articulaba con el discurso que ellos buscaban promover (perfectamente alineado a los intereses sindicales), claro.

Y es que la primera inequidad en el campo educativo en México, por lo menos en el nivel básico, es que no es lo mismo ser maestro que maestra. Si parece una obviedad es porque ya hemos normalizado formas de maltrato y exclusión que implican -entre otras cosas- que antes de la Reforma Educativa las mujeres maestras eran víctimas de cacicazgos sindicales que tenían el poder de decidir sobre toda su trayectoria docente, al margen totalmente de su capacidad intelectual y de su ejercicio profesional.

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Cuando esos mismos académicos denunciaban “¡están maltratando a los maestros!”, en abstracto, obviaron décadas de serios maltratos a las maestras en el sistema educativo nacional, igual que las asociaciones gremiales que actuaron como sus verdugos y que sólo toman en cuenta a las mujeres cuando a la agenda política de turno conviene.

Nadie en su sano juicio puede afirmar que un examen hace a un maestro o que una evaluación puede evidenciar quién sí y quién no merece tener una plaza en el Sistema Educativo Nacional. Es más, es muy probable que quienes logramos tener un puntaje “extraordinario” sólo seamos capaces de tener la habilidad de contestar exámenes y la única certeza que podemos tener después de este ejercicio, es que tenemos x número de aciertos o no. Eso es un hecho innegable.

El peligro de una sola historia que invisibiliza a las mujeres profesionales del campo educativo

Sin embargo, en cuestión de equidad de género, la Reforma Educativa de 2013 buscó promover la oportunidad, en lugar del mérito, por lo menos para nosotras, las mujeres profesionales del campo educativo. La disyuntiva era obvia: el examen (con todos sus bemoles) o la venia del líder. Eso implicó una ruptura paradigmática y un redoble de tambores para los acedémicos que al tiempo de denunciar la violencia contra “los maestros” buscaban despojarlos de su voz e infantilizarlos, a favor de su propia agenda.

En ese orden de ideas, Chimamanda Adichie alerta sobre “el peligro de una sola historia” y afirma que Es imposible hablar del peligro de una sola historia sin hablar del poder.

Hay una palabra en el idioma Igbo africano que Chimamanda recuerda cada vez que piensa en las estructuras de poder en el mundo y es “nkali”. Es un sustantivo cuya traducción es “ser más grande que el otro”. Al igual que en nuestros mundos económicos y políticos, las historias también se definen por el principio de Nkali: cómo se cuentan, quién las cuenta, cuándo se cuentan, cuántas historias son contadas, realmente depende del poder, entendido como la capacidad no sólo de contar la historia del otro, sino de hacer que esa sea la historia definitiva.

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Y es que hay muchísimas historias que no se han contado de la labor de las maestras en el contexto de la RE2013. Por ejemplo, un aclamado académico contaba una historia de polarización a favor de su agenda en un auditorio lleno de “disidentes”. Este sesudo hombre decía que “los idóneos” (horrible término, que fue aprovechado para llevar agua a su molino) llegaban a las escuelas exigiendo cajones de estacionamiento y que desconocían (en absoluto y en abstracto) el funcionamiento de las mismas, pero que los maestros que rechazaban la evaluación los enseñaban a ser “mejores maestros”.

Al margen de la manipulación evidente y burda, las historias de las mujeres maestras no se cuenta. Maestras que fueron doblemente victimizadas porque las autoridades estatales cuyo cargo debían a la organización sindical, las enviaron a un lugar que no les correspondía “para que aprendieran o renunciaran”, lugares donde no había agua potable, ni internet, con climas extremos y trabajando en medio de la agenda de líderes del SNTE y de la CNTE.

Maestras que fueron señaladas de “no saber” y efectivamente, no tenían por qué saber los juegos de poder de las organizaciones gremiales, del cobro por derecho de piso en las comunidades, de las redes de corrupción que impedían a los maestros ejercer su derecho a cambio de adscripción o de función, hasta hoy se desconocen…¿por qué esas historias no salen a la luz? Porque no conviene a “la mayoría”, a los sindicatos y a los académicos que apuntalan sus agendas con la justa indignación magisterial

Se decía que “los maestros no son ensayistas” para justificar que la evaluación de la RE2013 era excluyente, pero ¿quién cuenta las historias de los maestros que apostaron por la evaluación y que se organizaron para ayudar a sus compañeros, para apoyar a sus pares con la redacción, subir trabajos a la plataforma, maestros que ellos mismos -sin que nadie les dijera- tomaron la acción en sus manos y decidieron que el privilegio de su puntaje podía ser compartido con los compañeros más desfavorecidos?

Si no se cuenta eso, si las mujeres maestras no aparecen en la narrativa de cualquier historia como reconocimiento de su lucha y trayectoria, entonces el principio de nkali ha vencido a la justicia. El panfleto -sindical y de una parte de la academia, principalmente- ha triunfado por encima de la razón y el argumento.

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