Leer para Aprender

La semana pasada tuvimos una serie de diálogos esclarecedores, intensos e inspiradores con Andreas Schleicher, el coordinador mundial de PISA, la ...
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La semana pasada tuvimos una serie de diálogos esclarecedores, intensos e inspiradores con Andreas Schleicher, el coordinador mundial de PISA, la evaluación que identifica competencias lectoras, de formalización matemática y de mentalidad científica en jóvenes de 15 años.

Schleicher, invitado a nuestro país por Mexicanos Primero, se reunió con organizaciones de sociedad civil, representantes empresariales, legisladores, funcionarios, académicos, estudiantes de posgrado, para retomar elementos que le aporten a las reflexiones y decisiones a favor de lo que las y los jóvenes necesitan, y es su derecho.

Más allá de los puntajes promedio y el lugar relativo en el ranking, que es lo que saturó la cobertura inicial de los resultados cuando se hizo pública la última edición en diciembre de 2019, lo más interesante de PISA es seguir nuestra trayectoria en el tiempo, comparar prácticas efectivas de diversos sistemas escolares, analizar la riqueza de los datos de contexto –reportes de los directores, maestros y encuestas a los alumnos– que llenan los tres volúmenes del estudio final.

Algunos puntos para pensar: PISA comenzó en 2000 y a lo largo de sus seis aplicaciones hasta el momento, la mayoría de los respaldos digitales de la lectura pasaron de ser recursos para militares y científicos a un elemento constante y clave de la vida cotidiana de los jóvenes en todo el mundo, y en México. Los buscadores de internet, las enciclopedias en línea, los sistemas de noticias, mandarse mensajes en tiempo real, la posibilidad de intercambiar fotos, varias personas trabajando en un mismo texto, editar videos, traducir de inmediato… todo eso es hoy accesible a bajo costo, puede tener un enorme impacto en la velocidad y profundidad con la que aprendemos, especialmente niñas y jóvenes, pero dicho aprendizaje tiene un papel mínimo en la escolaridad formal.

En el promedio de los países de la OCDE, uno de cada cuatro alumnos de 15 años no entiende lo que lee, y no ha habido en el global –algunos países sí– un cambio en la tendencia que apunte a mejora. Línea plana, como encefalograma de difunto. Toda esa riqueza desbordante de oportunidades de lectura con base electrónica y de redes no abona a una mejor comprensión de lo leído. La inversión real, ajustada a precios actuales, para los servicios de educación básica en la misma muestra de países ha aumentado más de 15 por ciento en estos veinte años. Más dinero, resultados iguales. Un dato fuerte: en los países seleccionados, las economías más potentes del planeta, solamente nueve de cada cien alumnos pueden distinguir una opinión de un hecho, ante un texto digital como los que aparecen en los sitios de noticias.

Si volteamos a vernos, México se corresponde a esa tendencia. Con una diferencia: el logro es para una proporción bastante menor. Para la última edición, 44.7 por ciento de las y los alumnos de 15 años -la mayoría en su primer semestre de educación media superior- no tienen una comprensión lectora que alcance el mínimo esperable para su preparación. Desde 2000, pues México participa desde el inicio en PISA, las y los jóvenes incluidos en la escuela, pero excluidos de esos aprendizajes, fluctúan en proporciones parecidas: cuarenta, cuarenta y dos por ciento. Sí hay avance en México, en la inclusión de la cobertura: entre 2015 y 2018, 300 mil jóvenes permanecieron en la escuela. Se está deteniendo la expulsión; las becas y otras piezas de política pública están permitiendo un aumento en la matrícula.

Aquí viene la reflexión principal: sí se puede avanzar en ambas dimensiones, en cobertura y en aprendizaje. Lo está haciendo Perú, comenzando desde muy atrás con respecto de nosotros, pero a mucho mayor velocidad. Colombia también. Vietnam y las provincias de China continental van con energía en esa doble inclusión: en la escuela y en el aprendizaje. Ahí ya están Estonia y Finlandia, pero nuestros pares latinoamericanos son ejemplos más cercanos y atendibles.

Qué bueno que los libros de texto gratuito van hacia una digitalización cabal. Es un principio de equidad, extensión y sustentabilidad económica y ecológica. Pero las y los jóvenes que en la muestra mexicana lograron distinguir entre hechos y opiniones fueron 0.7 por ciento, siete de cada mil. La sobreabundancia digital está mal digerida; puede no estar al servicio del crecimiento y la libertad, sino del prejuicio y el sometimiento. Nos urge una estrategia nacional de mejora del aprendizaje, y que en ella el texto digital no sea un plus elegante sino una necesidad apremiante, para combatir su mercantilización, su superficialidad, su alianza con el bullying y la violencia de género. Nos toca a todos, pero especialmente a SEP y MEJOREDU, responder a este reto, pronto, y con estrategias públicas y compartidas con maestras y maestros, así como retomado la responsabilidad de las familias. Ya no es sólo aprender a leer, se trata de leer para aprender, dentro y fuera de la escuela. Y más fuera, para la vida. Para que los jóvenes no sean carne de cañón, lánguidos y dependientes, sino participativos, creativos y explosivos en su propuesta de renovación.

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