A la primera persona que escuché hablar, con sólidos fundamentos sobre el feminismo, fue a Graciela Hierro (1928-2003), doctora en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien fuese fundadora y directora del Programa de Estudios de Género (PUEG) de la máxima casa de estudios de México.
Graciela Hierro fue investigadora nacional, profesora de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y autora de numerosos textos sobre filosofía, ética y feminismo. Dentro de sus libros destacan: De la domesticación a la educación de las mexicanas, Naturaleza y fines de la educación superior, Ética y feminismo, Ética de la libertad y La ética del placer, entre otras publicaciones. Una de éstas, de escasa circulación, fue editada por el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos (CIDHEM) como producto de una charla dictada en el marco de un evento denominado ¿Por qué y para qué las humanidades?, celebrado en la ciudad de Cuernavaca en los meses de marzo a junio de 1995.
La actividad académica fue convocada por el filósofo Ricardo Guerra (1927-2007), director-fundador de aquella institución, discípulo directo del filósofo alemán Martín Heidegger e integrante, junto con Emilio Uranga, Luis Villoro, Leopoldo Zea, Joaquín Sánchez McGregor, Salvador Reyes y Jorge Portilla, del grupo Hiperión, que floreció en México en la segunda mitad del siglo pasado y se ocupó de estudiar el ser del mexicano.[1]
La obra referida ¾de escasas veinte páginas y con un tiraje de 1000 ejemplares¾, lleva por título: El feminismo es un humanismo. En ella, la autora inicia afirmando que “el género es la construcción que se impone a un cuerpo sexuado” (Hierro, 1996, p. 1); es decir, el rol que una sociedad ¾cualquiera que sea¾, atribuye a hombres y mujeres para forjar su identidad. “El género que se nos adjudica al nacer nos confiere un lugar en la jerarquía social; este lugar explica y justifica la subordinación del género femenino al masculino en todas las organizaciones sociales conocidas: el género es la sexualidad socialmente construida”. (Hierro, 2016, p. 33)
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En México, el hombre y la mujer han forjado identidades y relaciones asimétricas por décadas. Una sociedad tremendamente patriarcal y una cultura machista reproduce roles y estereotipos basados en la supuesta superioridad del hombre y lo masculino. La imagen del sujeto proveedor, detentador del orden y emblema de la autoridad familiar, se contrapone a la imagen de la mujer como administradora del hogar, cuidadora de los hijos y protectora de la familia y su estructura.
Esta noción de género es fundamental para entender no sólo la teoría feminista sino también la construcción de nuevas masculinidades, pues permite advertir la creación del rol cultural sobre los sexos, la desigualdad entre ellos y los lastres que ha traído consigo la obstinación por adecuarnos a las expectativas que la sociedad tiene para cada uno de nosotros.
Bajo la óptica de Graciela Hierro ¾que se fundamenta en los planteamientos de Simone de Beauvoir (1908-1986)¾, los seres humanos no tenemos una esencia preexistente antes de venir al mundo; esto es, no somos hombres o mujeres antes de existir; es la cultura la que “nos construye una identidad social genérica asimétrica” (Hierro, 1996, p. 5). Octavio Salazar ha dicho, respecto a esta asimetría, que “existe una estrecha conexión entre masculinidad y poder”. (Salazar, 2018, p. 30) Y precisamente el ejercicio del poder ha menospreciado a las mujeres, subestimado sus conocimientos y habilidades y las ha cosificado.
Competitividad, ambición, virilidad, individualismo, triunfos económicos, éxito laboral… Todos son rasgos de una masculinidad tóxica. En este modelo hegemónico de varón, la devaluación de la mujer, la falta de reconocimiento de su individualidad y el ejercicio de la violencia contra ella es una constante. Mediante la violencia (física, psicológica, sexual, económica, patrimonial, etc.) las mujeres han sido empequeñecidas y los hombres encumbrados.
El género es la construcción histórica, social y cultural que se da a cada sexo, por medio de valores, tradiciones, roles y estereotipos. Y dicha construcción está determinada por sistemas simbólicos, significados y sentidos.
María Antonieta Dorantes, recuperando el pensamiento de Graciela Hierro y su crítica al paradigma patriarcal, escribe:
Una de las primeras evidencias que aparecen en la obra de Hierro es el hecho de que tenemos un carácter sexuado. Esta condición nos revela que la diferencia fundamental entre los seres humanos es de carácter sexual. La diferencia sexual no es una cuestión intrínseca de los seres humanos, como el paradigma patriarcal ha pretendido mostrar. Esta diferencia es de carácter cultural y proviene del hecho de que dentro de la sociedad se les asignan significados que los definen como varones o mujeres. La sociedad impone diferentes prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores a partir de la diferencia sexual entre hombres y mujeres. A esta significación social de la diferencia sexual Hierro, siguiendo el camino recorrido por otras feministas, la denomina género. Estas sociedades establecen dicha diferencia por cuanto a género, ligada a una jerarquización en la cual el lugar más valioso es ocupado por los varones en tanto que el menos valorado es asignado a las mujeres. (Dorantes, 2006)
Para Hierro, la teoría del género es la herramienta teórica que apoya al feminismo, entendido éste como “la ideología política que pretende cambiar positivamente las relaciones entre los géneros” (Hierro, 1996, p. 2). Dicha teoría representa un esfuerzo relativamente reciente que lucha contra todos aquellos que buscan legitimar la opresión en la diferencia, sea ésta del tipo que sea.
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Desde la perspectiva de nuestra autora, si el feminismo es ¾parafraseando a Jean Paul Sartre (1905-1980)¾ un humanismo, lo es no sólo porque defiende la dignidad personal (lo que permite reconocernos y asumirnos como seres únicos, irrepetibles e irremplazables) sino sobre todo porque nos recuerda que no podemos asimilar lo humano únicamente con el ser masculino. Lo humano, dice, “es propio de ambos géneros [y] comprende la realidad humana en forma binaria” (Hierro, 1996, p. 4). De ahí que sostenga asimismo que, si bien “el ‘humanismo’ hasta ahora ha sido ‘el relato del hombre’; bajo la nueva perspectiva del humanismo, habrá de escucharse también ‘el relato de la mujer’” (p. 7).
El humanismo que propone Graciela Hierro reposa en los planteamientos de Heidegger, quien enseñó hace ya mucho que es necesario velar porque el ser humano sea verdaderamente humano. De esta forma, Hierro apunta que la diferencia del sexo ¾esos órganos sexuales diferentes y esas características biológicas que hacen posible que uno dé vida y otro no¾ nada tiene que ver con una adecuada consideración del ser y valer humanos.
En aquel breve texto, Graciela Hierro vuelve a subrayar la importancia de la igualdad como una condición necesaria ¾aunque no suficiente¾ de la democracia social y política. Denuncia la todavía ¾y muy a pesar nuestro¾ valorización del hombre por encima de la mujer y el trato que éstas reciben en un mundo donde las costumbres e instituciones de todo tipo las subordinan de múltiples maneras a los hombres. Por ello, dice tajante, “Para lograr la igualdad entre los géneros debe sostenerse que las mujeres somos seres humanos” (Hierro, 1996, p. 10). La reeducación de los varones y el empoderamiento de las mujeres son dos procesos que deben darse de forma simultánea para superar tanto la sumisión femenina como un modelo de virilidad muy arraigado. Y es que, como subraya Octavio Salazar (2018), “nuestra socialización sigue, pues, sentando las bases para que se mantenga determinado orden de género en el que nosotros continuamos siendo los privilegiados y ellas, las sometidas”. (p. 56)
Para Hierro, la noción de igualdad no denota la eliminación de la diferencia. Al contrario, ella sostiene, y con razón, que somos diferentes unos de otros como individuos, pero somos iguales como géneros en las cuestiones más importantes. Por otro lado, subraya la necesidad de que esta igualdad no sólo sea simplemente enunciada sino públicamente reconocida. Yo agregaría la urgencia de que también sea garantizada. Y es que el mero reconocimiento a la igualdad de los géneros no basta; es preciso que existan elementos que garanticen dicha igualdad. Estos elementos son y deben ser necesariamente leyes; y éstas sólo son posibles en un Estado de Derecho. De ahí que la autora le apueste a la democracia, a la cual, no obstante, también critica. Según ella, el discurso sobre la democracia adolece de la falta de una aceptación de la cuestión femenina. Esta situación, piensa, obstaculiza la democracia real, que sigue siendo vista, en pleno siglo XXI, como horizonte.
Se podría decir entonces que padecemos de una inexperiencia democrática y que sólo ahora, y no sin dificultades, empezamos a reconocer a las mujeres “el derecho de decidir sobre el propio cuerpo, es decir, el derecho a la maternidad libremente asumida, a la protección de su salud, a participar en la legislación laboral, etc.” (Hierro, 1996, pp. 11-12). Sólo recientemente las mujeres escaparon de la reclusión del hogar y han logrado sobreponerse a normas que han sido creadas principalmente por varones y en favor de intereses principalmente masculinos. Sólo últimamente las mujeres pusieron en entredicho que su lugar era el hogar, su tarea la conservación de la identidad cultural y su misión la reproducción. Poco a poco han empezado a conciliar sus expectativas personales con sus vidas profesionales. Poco a poco han luchado por tener las mismas oportunidades educativas, laborales, sociales y culturales que los hombres.
Bajo esta perspectiva, Graciela Hierro se pronuncia por una igualdad real que conserve la diferencia de género. Y sentencia: “Las mujeres no queremos ser hombres sino mujeres; no gobernar como hombres, no crear como hombres, no amar como hombres; deseamos ejercer nuestra vida desde un cuerpo que nos pertenece; trabajar, amar y compartir con los hombres la creación en México, de la ‘otra forma de ser humano y libre’, como proponía Rosario Castellanos” (Hierro, 1996, p. 12).
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Esta “otra forma de ser humano y libre” tiene que ver con una toma de conciencia que haga posible entender que los problemas personales lo son también sociales, culturales y políticos. Así, Graciela Hierro sugiere que es preciso, para librarnos de la opresión y explotación aún prevalecientes, leer la realidad y reconocer que las condiciones sociales, donde aún privan la discriminación, el autoritarismo y la violencia, sólo pueden ser superadas a partir de la emersión, del surgimiento de una conciencia de grupo o clase.
Paulo Freire decía al respecto ¾desde luego en su contexto y teniendo la educación como punto de partida e Ítaca de cualquier proyecto político¾, que es preciso ir de una conciencia ingenua a una conciencia crítica. Con ello quiso decir que la transformación de la realidad sólo es posible a partir de la superación de una forma de pensar mítica, mágica, dogmática, acrítica, por otra racional ¾y razonable¾, enigmática, crítica y autocrítica. Pero la transitividad de la conciencia no se da por decreto. En este sentido, Hierro sugiere que hay tres etapas en la formación de la conciencia política: la primera es la afiliación, que tiene que ver con el reconocimiento que se tiene de la pertenencia a un grupo, con determinados intereses, valores y costumbres; la segunda es la ruptura de la imagen tradicional, que permite sustituir una concepción por otra; es decir, generar una imagen alternativa que se liga forzosamente a los cambios que la misma sociedad experimenta ¾cada vez más rápidos, intensos e inciertos¾; y la tercera es la conciencia feminista humanista, que implica una modificación en la actitud que no sólo deberá ser personal sino también política, es decir, pública. Esta conciencia, finaliza la autora, es intransferible. Así, “Nadie le da la conciencia a otro; toca a cada una de nosotras y nosotros trabajar para desarrollar nuestra propia conciencia y, en la medida en que lo logremos, seremos una persona” (Hierro, 1996, p. 18).
Superar la sumisión y dependencia que han experimentado las mujeres es tan importante como iniciar el proceso de deconstrucción de la subjetividad masculina. Ambos aspectos requieren una revolución personalísima, íntima… Sólo gracias a ella será posible pensar qué modelo de masculinidad hemos alentado, consciente o inconscientemente; pero también advertir que no hay una sola manera de “ser hombre” sino múltiples y muy variadas. La masculinidad tradicional que nos ha colocado en una posición de privilegio al negar, reiteradamente a las mujeres, al minar su autoridad y al volverlas apéndices nuestros, hoy es algo que debemos superar. Ello implica revisar críticamente nuestras formas de ser y hacer, pero también una educación de los hombres para el cuidado. De lo que se trata, dice Salazar, es “de desmantelar al patriarca autoritario, frío y distante para abrir paso a un hombre ‘entrañable’, como lo califica la feminista mexicana Marcela Lagarde, con el que sin duda será mucho más fácil pactar en condiciones de igualdad”. (2018, p. 46)
¿Es posible hablar aún de humanismo? Graciela Hierro dirá que sí, porque el humanismo es ¾y esperamos que siga siendo¾ una preocupación orientada a que el ser humano encuentre su humanidad. En este sentido, como llegó a afirmar Eduardo Nicol en un texto memorable, “El humanismo no es un saber sino una forma de ser” (Nicol, 1990, p. 411), esto es, un talante, un modo personal de ser y de comportarse. Por ello todo humanismo entraña una ética; y toda ética exige, ante todo, libertad. En este sentido, el propio Salazar habla de la ética del cuidado, de la que se desprende “una mayor capacidad para ponerte en el lugar del otro, en un sentido más hospitalario de la existencia”. (Salazar, 2018, p. 47)
Respeto, igualdad, reciprocidad, negociación, corresponsabilidad, son condiciones indispensables para construir espacios de convivencia más equilibrados y pacíficos entre hombres y mujeres. Aquí radica, desde mi perspectiva, la importancia del feminismo y de la revolución masculina. Sólo con una mejor educación y una toma de conciencia será posible poner en cuestión valores dicotómicos y antropocéntricos. Sólo con educación será posible someter a examen ritos, creencias, tradiciones, roles, estereotipos. Una perspectiva de género en la educación superior es y seguirá siendo fundamental. Graciela Hierro lo sabía, por eso sus planteamientos, realizados hace casi dos décadas, son tremendamente actuales. Sea pues este pequeño texto un pretexto para subrayar la grandeza de su pensamiento; y también, la importancia y vigencia de su obra.
Referencias
Dorantes, M. A. “La condición humana en la obra de Graciela Hierro”, en Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital. Recuperado en: http://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/mexico/hierro.htm.
Hierro, G. (2016), La ética del placer. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Hierro, G. (1996), El feminismo es un humanismo. México: Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos.
Nicol, E. (1990). Ideas de vario linaje, México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Salazar, O. (2018). El hombre que no deberíamos ser. La revolución masculina que tantas mujeres llevan siglos esperando. México: Planeta.
Valero, A. (2012). Filosofía y vocación. Seminario de filosofía moderna de José Gaos. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
[1] Un texto que recoge algunos planteamientos de los integrantes de este grupo fue editado por Aurelia Valero Pie y publicado por el Fondo de Cultura Económica. El libro, que forma parte de la Colección Biblioteca Universitaria de Bolsillo y cuya primera edición es de 2012, se titula Filosofía y vocación. En él se compilan escritos de José Gaos, Ricardo Guerra, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y Luis Villoro.