Maestro Jorge:
El pasado 6 de febrero fue publicado un artículo en Profelandia titulado El INEE: La evaluación del evaluador, donde nos invitas a participar en una imaginaria evaluación.
Con gusto le entramos al reto, aunque debo platicarte que la evaluación a los consejeros ya existe, y lo sabemos desde el momento en que nos proponen para participar en el proceso de selección para formar parte de la Junta de Gobierno (JG). Y cada quien opinará si es o no rigurosa.
Podemos decir que hay dos tipos de evaluación para la JG: una grupal y la otra individual. En efecto, para ninguna de ellas existen parámetros ni guías. La más frecuente es la evaluación grupal. Cada año, la JG debe presentar su informe ante las comisiones de educación del Congreso de la Unión. Éstas siempre incluyen a diputados y senadores de diversos partidos, por lo que de ninguna manera puede considerarse como un trámite y debe tomarse con la mayor seriedad. Eso suele ocurrir en abril y, digamos, que es la evaluación al trabajo realizado por todo el Instituto.
Un proceso de evaluación aún más complejo, y éste sí de carácter individual, ocurre cuando cada aspirante a la Junta de Gobierno del INEE se presenta ante el Senado de la República, ya sea para ratificarse o bien para ser electo por primera vez. El Ejecutivo debe proponer una terna, de la que se elige a una persona por mayoría calificada, esto es, de al menos las dos terceras partes de los senadores. Ello para que ningún partido pueda por sí solo elegir al Consejero.
En mi caso, hace apenas nueve meses fui invitado a participar en este proceso para renovar a la JG. Fue extraño porque yo no tenía ninguna relación con el entonces Secretario de Educación Pública y en esa administración nunca antes me habían invitado a participar en actividades de la Secretaría. Por ello, previo a aceptar mi inclusión en la terna, solicité una audiencia con el titular de Educación Pública (nunca me había reunido en privado con él) y le dije que, si decidía participar, era porque creía que el INEE debía transformarse. Él me dijo que estaba abierto al cambio y a que el Senado eligiera. Decidí confiar en su palabra.
Eso sí: antes de invitarte a participar en la terna, eres sujeto de una investigación acerca de tu desempeño profesional: ello incluyó entrevistas a especialistas, instituciones diversas y centros de investigación. La aduana no es fácil. De esta investigación previa yo me enteré cuando ya había tomado posesión del nuevo cargo.
Una vez que superas cada una de estas etapas y formas parte de la terna, viene una comparecencia ante la Comisión de Educación del Senado. Después de esperar a que llegue tu turno (en mi caso el proceso duró más de cuatro horas) tienes 20 minutos para exponer tus propuestas, después de lo cual ellos te preguntan lo que desean, del tema que quieren y por el tiempo que juzguen pertinente. Ni cómo prepararse para esto. Y al día siguiente hay otra prueba: presentarte ante el pleno del Senado por 10 minutos, que a última hora nos pidieron recortar a ocho. Ambas comparecencias son públicas y puedes encontrarlas en Youtube.
Finalmente, a los candidatos ganadores (yo todavía sorprendido por los resultados, pues había versiones de que se daría continuidad a los anteriores consejeros) nos citaron al día siguiente para rendir protesta ante el pleno del Senado. A partir de ese momento tienes tres días para cerrar tu vida profesional previa, mudarte a la Ciudad de México (en mi caso) y presentarte a trabajar. Quienes concluyeron sus periodos, gente muy valiosa y preparada, tuvieron menos de una semana para concluir y entregar su mandato.
En lo personal nunca estuve de acuerdo con la evaluación de desempeño porque, desde la visión de los distintos estados en los que participaba como consultor educativo, sentía que iba a implicar una cantidad enorme de esfuerzo y recursos de las entidades, sin tener certeza de que fuera a tener buenos resultados. Siempre agradecí, en cambio, que la Constitución incorporara a los concursos de ingreso y promoción, por ser elementos indispensables en un sistema que aspira a mejorar. Sin embargo, muchos coincidiremos en mantener dicha evaluación de desempeño para los niveles más altos, como puede ser el proceso de selección de consejeros del INEE y los comicios para elegir cualquier puesto de elección popular. En ninguna de las dos hay segundas oportunidades. Y así tiene que ser.
Pero bueno, persiste tu pregunta final: ¿para qué sirve el INEE? Su trabajo ha sido fundamental para que las evaluaciones de aprendizaje (PLANEA) sean más objetivas; para difundir estadísticas e indicadores confiables; para evaluar las condiciones de operación de las escuelas; y para señalar temas muy relevantes que la política educativa no atiende con la importancia que merecen (directrices), por mencionar sólo algunos ejemplos.
Un aspecto que me pareció esencial modificar fue voltear a ver a más actores educativos para la difusión de información. De primera mano te puedo decir que las experiencias de mejora en estados mexicanos en los que tuve oportunidad de participar, y en otras que pude conocer, se guiaron en todo momento por las evaluaciones estandarizadas. Hoy desde el INEE trabajamos ampliamente para asegurar que los resultados de las mismas lleguen de manera personalizada y más oportuna a todas las escuelas, a los supervisores de educación básica y a las autoridades estatales, con el detalle y lenguaje que convienen para que sean de utilidad. Uno de mis intereses centrales es que la información que genera el Instituto tenga una ventana de salida y un lenguaje que se ajusten a públicos concretos: docentes, escuelas, zonas escolares, autoridades estatales, familias, investigadores.
¿Y la evaluación de desempeño? La Ley impone procesos y responsabilidades a la SEP, a los estados y al INEE que son complejos y costosos. No conozco a ningún experto dentro o fuera del Instituto que no desee transitar hacia un esquema formativo que ofrezca una mejor retroalimentación a docentes y autoridades, para que pueden diseñar estrategias apropiadas de formación continua. Pero para ello hay que cambiar la Ley.
¿Puede y debe hacer más el INEE? Sin duda, pero hoy está en el centro del debate porque se “percibe” (y algunos quieren que así sea) como el principal, por no decir único responsable de la evaluación de desempeño. Incluso dicen algunos que esa es la única tarea del Instituto. Muy triste además que afirmaciones como éstas sean promovidas por políticos. Imagínate lo que es esto para quienes estamos aquí por temas muy distintos a esos. Queremos transformar al Instituto, pues con esa idea acepté participar como consejero, y he encontrado a muchísimas personas al interior que también quieren y saben cómo hacerlo.
No sabemos qué vaya a ocurrir con su futuro, hoy en manos del Congreso, pero me parece que lo relevante es que continúe una institución completamente autónoma, con el nombre que elijan, y que lleve a cabo evaluaciones de aprendizaje en todo el país; oriente la formación continua de docentes; distribuya información útil a escuelas, zonas escolares y estados; y dé seguimiento y acompañamiento a la política educativa federal y estatal. Menos estudios y más incidencia; menos lineamientos y mayor cercanía.
No queremos que la SEP sea juez y parte porque recordamos que, en el pasado, las evaluaciones estandarizadas de alumnos siempre traían “buenas noticias” y eso las hacía menos útiles. Hoy esto ha cambiado y hay claridad de qué niveles educativos avanzaron y cuáles retrocedieron; lo mismo pasa con los estados, independientemente del partido que los gobierna. Recordemos que en los últimos doce años tuvimos seis secretarios de educación, todos los cuales tenían afinidad partidista o incluso aspiraciones presidenciales. No hay problema con eso, pero con estos antecedentes pensemos si mañana y si en sexenios sucesivos queremos que la SEP sea la única fuente de información y validación del sistema educativo.
Y bueno, gracias por tu invitación a la reflexión.