Por: Analuci Ayora Vázquez
Al participar en un concurso sobre narraciones de equidad de género en el 2003, decidí escribir el texto en cuestión a manera de diario, narrando diversos sucesos de mi experiencia como docente con la intención de poner a la mesa el machismo, sexismo y discriminación de género con los que fueron construidos.[1]
Supervisores que acosan, que comisionan para hacerse acompañar mientras hay que aguantar sus miradas lascivas, compañeros que cuestionan los cargos de coordinación diciendo “a mí no me va a mandar una nahua”, son algunos ejemplos.
Las docentes en la educación básica somos mayoría. En la zona escolar donde me desenvuelvo actualmente, el 81.1% son mujeres.[2] Sin embargo, a pesar de la feminización de la docencia, las actitudes discriminatorias por razones de género siguen siendo muy parecidas a lo que antes describí.
De acuerdo con la encuesta sobre igualdad entre mujeres y hombres en el ámbito educativo realizada por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) durante el año 2008, el 73% de las y los maestros encuestados considera que las autoridades educativas discriminan por razones de sexo al profesorado. (Matarazzo, 2009).
En la actualidad, muchos temas relacionados con la equidad de género se han expuesto de manera reiterada. Según datos del informe Género e igualdad: análisis y propuestas para la agenda pendiente (Fundación Angélica Fuentes, 2015), México ha dado importantes avances en materia de igualdad entre hombres y mujeres. Cuenta con leyes y programas orientados a eliminar la discriminación en todas las esferas; se han creado instituciones y programas responsables de promover, proteger y garantizar los derechos humanos de las mujeres. Sin embargo tal como lo señala el estudio, la legislación vigente no se ha traducido a realidades en la vida de las mujeres, los temas de violencia de género siguen desatándose en nuestro país.
Estas dos caras de la moneda pueden ser observadas, cuantificadas, por ser acciones específicas, pero no constituyen la totalidad del universo que debemos desentrañar y sobre el cual sería conveniente también reflexionar. En este universo proponemos incluir también las ideas, frases y conceptos que expresamos.
Similar a las narraciones que recuperé en 2003, decidí para esta publicación enviar la pregunta ¿Qué es lo más difícil de ser docente mujer?[3] Dicha cuestión fue compartida con veinte mujeres dedicadas a la labor de enseñar. Aquí algunas de sus respuestas:
1. Maternidad vs Profesión
Dejar o no la plaza si ésta te toca en comunidades alejadas a tu domicilio, es un dilema que todavía aparece en el escenario al ingreso del servicio.
“Se me otorgó mi plaza en la comunidad de Popolnah, en el municipio de Tizimín, muchos fueron los comentarios de apoyo para tomar la decisión de seguir mi sueño y también existieron otros de que una mujer embarazada debía permanecer en su casa junto con su esposo y que esos viajes solo complicarían mi embarazo, que lo mejor que podría hacer era rechazar la plaza…”
La maternidad y sus implicaciones sobre el cuidado de los hijos son vistas como prioridad sobre el ejercicio profesional y se produce, a través de los discursos de poder, un control de nuestro cuerpo centrando nuestra función en la reproducción.
Las sociedades están atravesadas por relaciones de poder que funcionan a través de la acumulación, circulación y funcionamiento de un “discurso de verdad”, relaciones de poder que se transforman en relaciones de dominación bajo formas de derechos (leyes, aparatos, instituciones, reglamentos, etc.) (Foucault, 1992).
La culpa se generaliza como resultado de ese control.
“En ocasiones no disfrutas tu papel de madre por cumplir con tu rol de maestra en la escuela”.
“Lo más difícil ha sido equilibrar mi amor a la docencia y mi amor a mis hijos… atendiendo ambas partes sin descuidar alguna”.
Profesionalmente se sufre de una doble discriminación: la profesión elegida vista como menor a otras profesiones, y el hecho de ser docente mujer.
“Lo más difícil de ser maestra y mujer es escalar y ser vista más que una simple maestra ya que en ocasiones somos dentistas, psicólogas, amigas, madres a la vez, es no creer en nosotras mismas y en la capacidad que tenemos de generar un cambio importante no solo en nuestra comunidad sino en nosotras mismas”.
“El ser mujer y tener como labor la docencia tiene muchas dificultades en la vida profesional, ya que actualmente se ve a la mujer como pilar en el hogar y el tiempo es corto para cumplir con todos los compromisos familiares y profesionales que el mundo actual demanda”.
2. Responsabilidad por el acoso
Muchas evitamos quedarnos por la inseguridad en la comunidad donde laboramos ya que el alcoholismo y el machismo existente provocan terribles sucesos como los intentos de violación.
El sexismo al que estamos acostumbradas nos hace en ocasiones responsabilizarnos hasta del acoso sexual, al preocuparnos en cómo nos vestimos o cómo nos comportamos:
“Mi principal problema es que a veces me siento intimidada por los maestros, con sus piropos y algunas veces sus miradas, a pesar de que trato de cuidar mi vestimenta para no llamar la atención”.
“Otra cosa a la que nos enfrentamos las mujeres es el acoso de los maestros que no dejan de hacer su lucha por conquistar y ser el galán, ¡qué desagradable!”
Como concluye un estudio sobre el acoso sexual en el trabajo en España:
Por más que lo comprueben, las mujeres niegan siempre en un primer momento ser meros objetos de naturaleza sexual para un hombre… Ser vistas como objetos es negar la posibilidad de conexión con la subjetividad masculina, conexión que es básica en la vida emocional de la mayor parte de las mujeres… Esto explica en gran medida los esfuerzos femeninos por negar las ofensas que perciben, salvo que traspasen un límite que cada una establece. De ahí que las mujeres tengan una tendencia a culparse. (Begoña, 2001)
3. Los roles dentro de la escuela
Las relaciones de autoridad con directivos en turno, la percepción que las familias tienen, así como el manejo de las autoridades con respecto a la docencia, favorece que ésta se vea invadida por discursos en donde la figura femenina es invisibilizada o menospreciada.
“Prefiero maestro y no maestra, los niños necesitan autoridad –Incluso al inicio del ciclo escolar ¡los niños lo creen así! La expresión ‘ah… es maestra…’ como que no tienen ese concepto de que una mujer puede poner orden en el salón”.
“Platicando sobre el avance de una alumna con su mamá y me dijo que el año pasado le dio clases a su hija un maestro y que con él la niña tenía más interés que como era hombre le hablaba más fuerte… en pocas palabras la mamá me dio a entender que los niños le hacen más caso a los maestros que a las maestras”.
“Pues ahora estoy viviendo la preferencia o mayor apoyo hacia los varones por el hecho de que se llevan más con el director, ellos ni siquiera cumplen y todo les permiten”.
Ser invisibilizada por el sistema educativo y no tomada en cuenta en las decisiones de las autoridades es común en nuestro medio.
“Lo malo es la falta de apoyo de nuestras autoridades y el sistema educativo, ya que para ellos somos una cifra, un número que se puede borrar y mover a su antojo”.
Las estadísticas señalan que la mayor parte de las escuelas otorgan los grados superiores preferentemente a los varones y los primeros grados a las mujeres bajo el argumento de que “éstas son maternales”. (Sólo 6% de los docentes varones son asignados a primer grado según los datos de la Jefatura de sector 09 de educación primaria en Yucatán).
En términos de relaciones de género, las escuelas reproducen en alguna medida lo que ocurre fuera de sus muros; pero, como institución, crea sus propios códigos como la división sexual por campos de conocimiento (Bourdieu y Passeron, 2003)
4. A manera de Reflexión
Sigue siendo necesario visibilizar aquellos comportamientos discriminatorios, como el machismo, sexismo y discriminación que parecieran “normales” en la actualidad, no solo en el espacio de la escuela sino en el de las calles, las oficinas, las fábricas. Los estereotipos nos conducen a mecanismos de control que dejamos de ver y sin darnos cuenta -hombres y mujeres- los seguimos reproduciendo, mecanismos que en ocasiones llegan al extremo de violencia como en el caso de los feminicidios.
En el día a día tenemos la oportunidad de modificar estas prácticas para ir construyendo relaciones diferentes donde prevalezca el respeto por la persona y no por su género.
La escuela debe ser un espacio reflexivo donde interactúen diferentes actores sociales para escuchar sus voces y poner a la mesa cada discurso, cada acción en la que se sospechen mecanismos de poder a favor de una persona sobre otras muchas. Los roles de madres, padres, maestras y maestros, el cómo se delegan comisiones, el uso del patio de recreo, la distribución de tareas en el aula, el lenguaje utilizado, son algunos pretextos para comenzar a revisar nuestro actuar.
* Maestra de primaria pública en Yucatán. Ganadora del Premio ABC 2010 e integrante del Consejo de Maestros ABC.
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-Referencias: