No supieron »ler» el avance de AMLO.

A 30 días para el parto mediante el cual nuestro país dará a luz al nuevo presidente, todo parece indicar que éste llevará por nombre Andrés Manuel, ...
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A 30 días para el parto mediante el cual nuestro país dará a luz al nuevo presidente, todo parece indicar que éste llevará por nombre Andrés Manuel, que se apresta a lanzar al aire su primer y triunfal alarido luego de esquivar numerosos intentos de aborto que ensayaron sus contrincantes a lo largo del embarazo de duración inusitada.

Ninguna medida ha tenido éxito hasta hoy, y por el contrario cada día tiende a confirmarse lo que muchos consideran una inexorable victoria, e incluso confirmada por el reportaje que transmitió el conductor Javier Alatorre en el canal de Salinas Pliego, y de quien es colaborador el que podría ser próximo secretario de Educación, Esteban Moctezuma Barragán.

Priistas y panistas destacados comentan en corto que es un hecho el ascenso de López Obrador en esta su tercera campaña, que sí fue la vencida. La apuesta ya no es si va o no a ganar, sino con qué porcentaje de la votación se alzará el primero de julio, en virtud de que ha roto los techos que le han pretendido marcar en las encuestas, hasta superar el 52% de intención del voto.

De manera que sólo algo verdaderamente grave, incluyendo un fraude que por monumental resultaría bastante burdo, podría descarrilar el tren lopezobradorista, o provocar que se queme un arroz que AMLO considera que ya se coció.

Creo que en todo caso lo que sus adversarios perdieron de vista es que el tabasqueño no ha sido más que el catalizador de la inconformidad y del hartazgo.

Dirían sus partidarios: López Obrador somos todos.

Por eso no hizo mella ningún intento de tumbarlo del primer lugar de las preferencias. Nada ha hecho efecto. Nada. Ni las acusaciones por actos de corrupción de gente supuestamente cercana, como Eva Cadena; ni el cuestionamiento a candidaturas como la de Gómez Urrutia y más recientemente la de Nestora Salgado…

Nada. Ni las supuestas afectaciones físicas o la también pretendida enfermedad mental de que es presa; ni el uso de aerotaxi, ni las acusaciones de incongruencia…

Nada. Ya para el olvido la comparación lo mismo con Maduro que con Donald Trump, o el financiamiento e intervención de Moscú en las encuestas para inflar las preferencias…

Nada. Ni su mal desempeño en los debates y su falta de preparación para encararlos, sobre todo en el primero. Y ya ni siquiera importará cómo se desarrolle el tercero y último, que lo más que despertará es morbo para ver la cara de Meade, Anaya y El Bronco frente al ya inminente ganador de la contienda.

Pero no será López Obrador el que gane, porque no es él quien está contendiendo. Creo que ahí estuvo lo erróneo del diagnóstico que hicieron sus adversarios, cuyos ataques fueron preponderantemente «ad homine».

Porque hay quienes con toda objetividad señalan que quizá ni siquiera sea el candidato “menos peor”; lo acusan de no tener ideas consistentes, de no tener un proyecto viable. Vaya, ni siquiera tiene agilidad mental ni verbal, y tampoco sabe hablar inglés.

Sin embargo, si nada funcionó antes para sacarlo de la competencia, no hay razón para pensar que en estos menos de treinta sí dé resultado alguna medida.

Todos los defectos habidos y por haber se los perdonarán sus seguidores, que cada día se multiplican, sea por convicción, conveniencia o resignación.

Y puede acusarse a millones de ciudadanos de que están actuando por sentimientos y no por razón; de que son ingratos por no reconocer los logros del partido en el gobierno; de que están eligiendo erróneamente, que no saben lo que hacen.

Ahora esos votantes ni ven ni oyen a quienes no los vieron ni los oyeron en su momento y no supieron o no quisieron interpretar, por soberbia, lo que estaba frente a sus ojos: la creciente irritación popular.

Quizá los ciudadanos no sepan qué es lo que quieren y qué es lo que les (nos) espera al triunfo de López Obrador. Lo que sí saben es que no quieren más de lo mismo, y ese más de lo mismo lo representan por igual Meade, Anaya y El Bronco.

Ése fue el error del llamado PRIAN: pensar que el adversario era El Peje y no la inconformidad ciudadana; que era AMLO el enemigo a vencer, y no los propios errores; el tabasqueño por su parte tuvo el acierto, además de su obstinación, de aprovechar el anhelo de cambio, aunque según sus malquerientes ni él mismo sepa bien a bien hacia dónde, lo que tiene sin cuidado a sus partidarios.

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