Estamos en los episodios finales del debate para la aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) 2019. Como ocurrió con las universidades, cuando dos misteriosos “errores” le pegaron primero a la autonomía -en el texto de la iniciativa de reforma al Artículo Tercero- y luego le pasaron cuchillo a los fondos que les corresponden, esperamos que haya atención y sensibilidad por parte del Presidente y de la Cámara de Diputados para corregir los desafortunados “dedazos” en cuatro aspectos clave de la educación pública nacional.
Uno: Hemos tenido la triste sorpresa que la iniciativa presidencial para la reforma del Tercero borra de un plumazo la referencia, en el texto, que ya existía sobre la responsabilidad -y conste que ahora no estoy abogando por obligatoriedad perentoria, sólo por la responsabilidad/facultad- del Estado Mexicano de ofrecer educación inicial. Y ahora el proyecto de presupuesto continúa el descontón: una reducción real del 22%, repartido entre un raspón a lo que se hace vía CONAFE (E066), un aumento tenue al programa que apoya a los Centros de Atención que dependen de SEP (U031), para dejar un monto cercano a lo ejercido en 2017 y finalmente un indignante e inexplicable recorte de cerca de la mitad de los recursos destinados a las estancias infantiles (S174), un global de 2,100 millones de pesos menos. Y aquí, perdón, sigue el “adultocentrismo”: el reclamo ante esto no ha sido el de los universitarios, que movilizan sus poderosas redes, desde rectores hasta alumnos, pasando por investigadores que tienen acceso a los medios y gran cartel entre sus seguidores en las redes sociales. Alguna voz ha reclamado por el último rubro, pero no por los niños, sino por el desfavor a sus madres trabajadoras; sin duda, ellas merecen el apoyo, pero todavía más sus hijas e hijos invisibilizados. Los niños pequeños tienen pocos amigos, y para intentar revertir el despropósito de este recorte, los van a necesitar a todos de aquí al domingo.
Dos: La equidad y la inclusión en educación se han considerado clave y bandera del gobierno entrante. En su prurito por contestar la “calidad” como rasgo deseable de la educación nacional, han malabareado con la “excelencia”, concepto neoliberal como pocos, que aparece en la multicitada iniciativa de reforma de AMLO. Pero dejando la Constitución y entrando al dinero, la cosa se pone peor. Ya fue muy cuestionable que la administración de Peña fusionara desde 2014 todas las partidas para la educación frágil –escuelas pobres para pobres- en el Programa para la Inclusión y la Equidad Educativa, el PIEE, agrupando telesecundaria con migrantes con indígena con discapacidad… la educación de los “otros”. Ahora, en 2019, es más desconcertante que la administración López Obrador le siga haciendo reducciones. La enorme bolsa para los apoyos directos, como la beca universal para Educación Media Superior (¿en serio? ¿subsidio con efectos regresivos para los jóvenes más favorecidos, los ganadores en el sistema porque completaron los años de secundaria?) contrasta con darle un bocado en el que se le quita cerca del 30% real a las modalidades más precarias. El discurso no se corresponde al fondeo; no se pone la bolsa a donde se puso la boca.
Tres: Donde uno ya no entiende nada es en el tema de la formación docente. Como sigo sosteniendo y en su momento afirmé -capoteando la ira de los entonces encampañados funcionarios de la SEP- si se calcula evento por evento, maestro por maestro, el sistema se gastó cuatro veces más en evaluar el desempeño que en ofrecer formación continua a los docentes en 2017. Así, el Proyecto de Presupuesto de Egresos que se discute ahora en Diputados le da un bajón de 230 millones al INEE para 2019, reducción que no vamos a extrañar mucho en términos de mejora sensible y real al sistema educativo. En cambio ¿cómo creer y dar por sinceras las declaraciones de amor apasionado a los maestros, a quienes “nunca más se les volverá a humillar” cuando al ya de por sí inadecuado y raquítico fondo del Programa para el Desarrollo Profesional Docente se le asigna 60% menos que el año pasado, un recorte de 562 millones de pesos?
Cuatro: Tras muchos cambios de nombre, el Programa de la Reforma Educativa reúne el concepto de Fortalecimiento e Inversión Directa a las Escuelas, desarrollado desde la investigación aplicada de sociedad civil. Fue el programa mejor evaluado y recibió un premio del CONEVAL por el ejercicio 2016, que el subsecretario de Educación Básica recibió ufano mientras se le ponía un recorte mayúsculo ya para 2018. En este 2019, le pegan un recorte adicional de 67%, 1,131 millones de pesos menos, sin considerar que es un esquema de empoderamiento de la comunidad escolar misma, donde padres, maestros y director definen el uso de montos pequeños de dinero para reforzar las metas del plan propio de la escuela. Seguir privilegiando las inversiones desde arriba y desde afuera no abona ni a la equidad ni a la identidad. Y lo peor es que tal vez lo único que motivó al recorte es el feo nombre de “reforma educativa” contra el que se arremete por su “mal llamado” destino, sin atender a la evidencia pura y dura de las evaluaciones de su impacto social.
Ya son muchos “errores de dedo” para un solo presupuesto. Esperemos que quepa un poco de aplomo y dignidad de la tarea del Legislativo, para que la inversión educativa, sin los excesos retóricos e ideológicos, sin venganzas ciegas ni oportunismos clientelares, de verdad apoyen a quienes más lo necesitan: los niños pequeños, las modalidades frágiles, los maestros frente a grupo, las escuelitas que quieren mejorar.