Maestros y emociones

Les debemos a los maestros más que dinero. Se merecen más que regalos. Merecen apoyo y estrategias y materiales para tener una ruta socioemocional...
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En las vísperas del Día del Maestro se multiplican –lo que es comprensible y justo– los mensajes en el sentido de reconocimiento, gratitud y admiración. Son días de renovar la conciencia de que la docencia es la profesión que genera las demás profesiones. Todas y todos recordamos con emoción lo que hicieron por nosotros esa maestra, ese maestro que nos marcó en positivo. Una forma de contar nuestra historia personal es retomar una cadena corta o larga de luminosos educadores que nos marcaron; realmente no estaríamos donde estamos, la enorme mayoría de los adultos, sin la exigencia, el consuelo, la paciencia, la compasión, la ejemplaridad de personas que ni de nuestra familia son.

Las y los mejores maestras y maestros seguro tenían un dominio temático, si nos dejaron algo bueno; pero lo que más tenemos presente no son los asuntos de contenido sino de sentido: “hizo que me gustara la historia, que antes para nada”. “Me dio una gran lección al no corregirme con aspereza en público, sino llamarme aparte”. “Se dio cuenta que esa mañana no había desayunado porque ya no había nada en casa”. “Habló con mi mamá, y eso le cambió a ella la perspectiva de lo que podría esperar de mí”. “Me regresó el trabajo, diciendo que esperaba más de mí, y eso me hizo esforzarme y dar un estirón”. “Me consoló cuando no me dieron la beca, y me sugirió la otra alternativa, que fue mejor”. ¿Quién no ha escuchado esas historias? ¿Quién no tiene una para contar?

Maestras y maestros también lo son de las emociones. Nos ayudan a conocernos, a regularnos, a mostrar respeto y empatía, a superar dolores y frustraciones, a recobrar impulso para volver a intentar. En este encierro obligado con las aulas cerradas, han sufrido estrés, desgaste, sobrecarga –hay que decirles “gracias que estuviste para mis hijos, justo en el momento en el que también, cotidianamente, tenías que estar para los tuyos”.

Y entonces la reflexión que quiero compartir es que el reto del regreso es mayúsculo. El regalo oficial del Día del Maestro puede que quede en “ya te dimos vacuna y 3 o 4 por ciento –ojalá– al salario”. Pero si algo van a necesitar los maestros es orientación y apoyo socioemocional. Ha sido una dura prueba de tenacidad y resistencia estar con los contactos limitados o impedidos. Pero la apertura gradual a actividades presenciales trae retos inéditos.

Cada grupo va a ser un imprevisible rompecabezas. Llegarán en los primeros días poquitos, no todos. Algunas chicas, algunos chicos estarán todavía sobrellevando el duelo de fallecimientos en la familia; el estrés contagiado de la estrechez económica y la frustración por pérdida de empleo de parte los adultos del hogar; muchos habrán sido testigos de gritos, discusiones y hasta golpes. Algunos otros llegarán lacios de voluntad, con desánimos, con desafecto por todo lo que parezca escuela o suene a tarea. Otras más llegarán eufóricas, a querer contar lo que hicieron en 14 meses, todo en frases interminables. Otros vendrán –quién podrá culparlos– con ganas de no quedarse un segundo en el aula, y correr y gritar y jugar y patear balones, piedras, plantas o lo que sea, para sacarse la capa de inactividad física que arrastran como cobija pesada. Unos más llegarán negados a la comprensión por falta de práctica, negados al orden colectivo porque llevan meses de tener límites de disciplina ni ajustes para el autocontrol de la mínima convivencia con otros.

Les debemos a los maestros más que dinero. Se merecen más que regalos. Merecen apoyo y estrategias y materiales para tener una ruta socioemocional. Como nunca antes en la historia, como jamás en los años previos es una necesidad apremiante prepararse para hacer comunidad. Para invitar a reiniciar el camino de un grupo. Si cada maestra o maestro comienza con lo planeado, como solía hacerse, para rápido abordar los contenidos dosificados del plan y programa de estudios, se van a equivocar. Todo el ciclo escolar –y tal vez dos o tres años escolares más, por lo menos– tendrán que ser de remediación. Mejor de recuperación, de reforzamiento, de nivelación. La formación para ello es lo que la SEP, los estados y la sociedad les debemos dar. No se vale defraudarlos.

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