“Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro”
Confucio.
La autocrítica es un proceso doloroso, pero necesario, para todo aquel que intente comprender, antes que juzgar, en aras de poder construir opciones que lo hagan mejor persona, mejor profesional, mejor en cualquier área.
Sin autocrítica, no hay crecimiento ni avance posible.
Por ejemplo, la crítica de un ciudadano a su gobierno, sólo es válida si pondera al mismo tiempo su propia participación en la medida en la que esa administración fue capaz de llegar al poder.
En este caso, no hay ciudadano sin gobierno y viceversa. A veces son complementarios, a veces excluyentes, pero los análisis a partir del reflejo en el espejo, han demostrado su eficacia a la hora de construir estrategias que permitan modificar para bien a unos u otros.
¿Qué pasa cuando no hay autocrítica? Las personas, organizaciones, instituciones se desgastan y destruyen a sí mismas. Viven en un punto ciego analítico que no les permite completar un rompecabezas necesario para entender si forman parte del problema o de la solución del mismo.
En el campo educativo, una parte de la autodenominada disidencia o insurgencia magisterial no ha sido capaz de construir propuestas que aterricen al final en el mejoramiento de la práctica docente o de las condiciones de trabajo de los docentes, pero sí ha sido exitosa en impulsar candidaturas y líderes que venden la legítima lucha de sus integrantes al mejor postor.
Lo anterior no descalifica las críticas que este tipo de oposición magisterial realiza a la evaluación, pero sí las contextualiza al ser capaz de ponderar el costo-beneficio en las propuestas y posturas de unos y otros.
Actualmente, miles de docentes deben su ingreso y promoción a la evaluación, mientras que otros miles de maestros padecen gobernadores, secretarios de educación y administraciones enteras de funcionarios que llegaron al poder al amparo de los movimientos que en su momento validaron y legitimaron la voz y el voto de cada uno de sus líderes.
Y se puede seguir discutiendo de la precarización laboral, de la evaluación, del neoliberalismo, pero al final del día los resultados de la lucha y el trabajo de ambas posturas, ahí están, a la vista de todos.
El falso debate.
En reuniones académicas, mítines, congresos y demás, se sigue hablando de “la parte sindical” y “la parte oficial”, de si la SEP sufrió una colonización con o sin invitación, de “la rectoría del Estado” en materia educativa, sin considerar que este binomio, para efectos prácticos, nunca ha existido.
En el recuento de los daños, tanto la Secretaría de Educación y sus representaciones en los Estados como las organizaciones gremiales (SNTE o CNTE) han vendido el ruido o el silencio, la protesta o la negociación a favor de unos cuantos.
Históricamente, “la parte oficial” y “la parte sindical” han trabajan como partidos políticos al servicio del poder de turno, supeditando el interés superior de la niñez y el bienestar de sus agremiados, respectivamente, a cambio de impulsar candidaturas y líderes que venden la lucha legitima de sus integrantes al mejor postor.
La Reforma Educativa promulgada en 2013, dotó de autonomía al Instituto Nacional de la Evaluación Educativa, órgano que tuvo aciertos y desaciertos, pero que al final del día resultó incómodo para el binomio antes mencionado y para un grupo de académicos que recorrió el país promoviendo su desaparición.
Desafortunadamente, la mayoría de los profesores fue incapaz de reconocer lo anterior y validaron con su voto una opción política que hoy nos tiene de regreso en el siglo XIX, pues el Presidente Andrés Manuel López Obrador acaba de ofrecer a la CNTE un tipo de escalafón que considera 40% de antigüedad, 40% de “experiencia y tiempo” de trabajo en zonas de marginación, pobreza y descomposición social y 20% de “reconocimiento” de buen desempeño en el cual participen padres, alumnos y compañeros de trabajo.
En una frase: El Presidente está actuando como representante de un partido político que entrega premios y prebendas a sus votantes como pago a su lealtad.
¿Quién puede denunciar la vacilada que es la evaluación de ingreso que se está llevando a cabo en estos momentos? ¿Ante quién acudimos los Maestros que exigimos que se lleve a cabo la evaluación para la promoción y que la Entidad deje de escudarse en el pretexto del techo financiero para recortar las asignaciones que por derecho obtuvieron los compañeros que se promocionaron el ciclo pasado?
Sí, desapareció el INEE y con el Instituto, se fue un apoyo invaluable para nosotros los Maestros y un contrapeso que siempre estorbó a “la parte oficial” y “la parte sindical”. Hoy sí, los maestros mexicanos estamos verdaderamente solos. Y tal vez, lo merecemos.
La tercera vía.
¿Son necesarios los Maestros en la sociedad del siglo XXI? Sugata Mitra, en India, probó que no necesariamente ¿Son las escuelas espacios libres de violencia donde los niños van a aprender? Alvin Toffler dice que no ¿Cualquiera puede ser Maestro? Estudios recientes arrojan que el factor que hace la diferencia en la práctica docente es la tutoría, no necesariamente la formación universitaria.
En México, por lo pronto, el debate está centrado en si un examen hace idóneo a un maestro o en la cantidad de teoría y/o práctica que necesita un docente en su labor cotidiana, es decir, nos estamos quedando al margen de los vientos de cambio que soplan en México y en el mundo.
De ahí que un maestro frente al espejo deba preguntarse, al inicio de cada sexenio “¿qué tipo de maestro soy?” y contrastar esta respuesta con el tipo de pregunta “¿qué tipo de maestro debes ser?” que realiza la SEP, la sociedad y sus pares.
Sin embargo, hay que pensar a futuro “¿Qué tipo de maestro seré en el año 2024?” Si volvemos a caer en las mismas prácticas de siempre con los mismos de siempre, corremos el riesgo de considerar “normal” lo que nos está pasando hoy.
¿Usted qué opina, estimado lector?