Este viernes 23 se dará inicio a una gran convocatoria social: apoyar la alfabetización, para que no quede ya rastro de la exclusión que representa no poder leer y escribir, y también para enfrentar el rezago educativo acumulado, que afecta a millones de personas mayores de 15 años, y que no han concluido la primaria y la secundaria en México.
El esfuerzo es necesario, es loable y si se hace con tino y energía, tendrá un impacto muy positivo en los demás derechos: el derecho a la salud, pues desde entender la receta y el folleto de un medicamento hasta tener criterio para valorar la vacunación tienen que ver con el nivel educativo; el derecho a la vida libre de violencia, por conocer los derechos y romper la barrera de silencio y complicidad en la que en ocasiones hasta la propia familia de origen levanta como muro para que no se conozca, cese y se castigue el maltrato, sabiendo a qué instancias acudir; por supuesto, el derecho al desarrollo, al empleo, al ingreso digno.
El mensaje es claro: la educación es algo demasiado importante para sólo dejarlo a unos cuantos formatos, y a sólo unas cuantas edades; sobre todo, no podemos ver como normal que alguien haya quedado aislado, desconocido, silenciado, amputado de su derecho a saber, a valerse por sí mismo, a conducir su vida y no ser víctima del engaño o el abuso que acompañan al desconocimiento y la carencia de medios de expresarse y buscar alternativas.
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Es fundamental que esta campaña –que rememora las epopeyas de las cruzadas convocadas por Vasconcelos, el impulso de las misiones culturales, el arrojo de las brigadas de voluntarios, el temple de las figuras educativas del INEA y el CONAFE– no esté ajena a la “otra campaña”, tanto o más urgente, tanto o más necesitada de convocar a la solidaridad de todo el país. Esa otra campaña que urge, la que le daría más sentido por encima de cualquier otra a los festejos de los 100 años de la SEP es la campaña para no llegar a esta remediación: la campaña para que el sistema escolar se recupere y se fortalezca.
El presidente de la República, con sus peculiares mensajes sobre los daños de las redes sociales, los excesivos tiempos de pantalla y lo inadecuado que es permanecer aislados en casa cuando se puede correr en los patios de la escuela, sentirse libres, felices, seguros y motivados por los amigos de la edad, y contar con maestras y maestros comprensivos y empáticos, en un punto da en el clavo: las estrategias a distancia no son verdadero paralelo para la experiencia presencial en la escuela. Lo sabe todo pedagogo, lo sabe todo gestor del sistema, lo sabe ahora todo docente, toda madre y padre: parece lo mismo, pero no es igual. Transmitir contenidos por pantalla es un sucedáneo de bajo impacto, como larga y amargamente han probado chicas y chicos en este país.
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Es bueno ir a buscar a los que hace años no acabaron la primaria, a quienes se decepcionaron de la secundaria y ya no pudieron continuar su aprendizaje en forma. Pero es mejor todavía, y con mayor imperativo, ir por quienes quedaron dispersos, inconexos, centrifugados por la pandemia y no están regresando a clases. ¿En dónde están? Debemos desarrollar una sana obsesión en todo el territorio para que, como lleva por título la poética película de la maestra rural de China, film ganador del León de Oro del Festival de Venecia de 1993, nos propongamos “ni uno menos”. Que no nos falte ninguna. Que no tengamos que buscarles hasta que están metidas, esas jovencitas ya convertidas en mujeres, en madres, en un trabajo de desgaste físico, de bajo sueldo y casi nula perspectiva, cuando las podemos y tenemos que buscar apenas unos meses después de que ya no tuvieron sus últimas calificaciones.
Es bueno proponerse lo complejo, pero sólo si está articulado y no distrae la atención y los recursos de lo urgente. La búsqueda y reconexión de los cientos de miles de alumnos ausentes tras el cierre de aula debe ser también objeto de campaña social.
Además de que sintamos la injusticia de que alguien a los 18 años, o a los 56 no sepa leer, que sintamos la cara que nos arde de vergüenza porque los jóvenes de 15 años no entienden lo que “leen”. Leer no es sólo conectar las letras a los sonidos; es luego, y sobre todo, comprender y apropiarse del sentido de las frases, de cada enunciado y luego del texto entero. De verdad leer es entender.
Así que no es una por otra: salgamos al encuentro de adultos mayores que quieren saber qué dice en las escrituras de su casa o en un contrato de trabajo, pero con tanta o más energía pongamos las condiciones para que a los diez años cada persona ya pueda hacer eso mismo. Que haya opciones para la tercera edad, pero que el desarrollo comience en la Primera Infancia. Que se recuperen años escolares, pero para empezar el que acaba de pasarse en el encierro. No es uno u otro; vamos por todo.