Por: Manuel Salazar Flores
En septiembre de 1992 me fue asignada mi plaza en la localidad de “Los Ojitos”, municipio de Coneto de Comonfort, enclavada en una zona serrana del estado de Durango. Esto me causó una gran emoción pues comenzaba a hacerse realidad mi sueño de trabajar como docente.
Cuando ubiqué en el mapa del estado el municipio donde se encontraba la escuela que se me asignó, pensé que había recibido un premio por haber logrado excelente promedio en la Escuela Normal. Geográficamente se veía cercana a mi lugar de residencia, lo cual me estimuló aún más para comenzar mi labor.
Lo primero que hice fue buscar al supervisor en la ciudad de Durango. Él me dio una referencia general de cómo llegar a la localidad donde se ubicaba mi escuela. También me encomendó las actividades que de entrada iba hacer, como lo fue el censo escolar en la comunidad para conocer las necesidades educativas de la población.
Regresé a mi casa para preparar el equipaje y empezar mi trayecto a mi nueva comunidad. Fue un largo traslado desde mi hogar. El primer viaje consistió en tres horas en autobús a la ciudad de Durango, donde tuve que esperar cuatro horas para abordar otro transporte que después de cinco horas me dejaría en un pueblo cercano al que me dirigía.
En ese pequeño pueblo llamado “Lajas” busqué a los maestros que ahí laboraban para solicitar apoyo y trasladarme a la localidad donde iba a trabajar. La noche me detuvo ahí, no había manera de seguir viajando a oscuras, y fue hasta el día siguiente que continué el viaje. Estos largos trayectos y esperas, sumados a los comentarios de lo difícil que era acceder a la comunidad y su alto grado de marginación, despertaron incertidumbre en mí. Sin embargo, eso no hizo que cambiara mi decisión de seguir adelante.
Era tanta mi ilusión que casi no dormí. Me levanté muy temprano, me esperaba ya la persona que me trasladara a mi soñada localidad. El camino era una travesía, totalmente de terracería sobre una gran meseta, lleno de piedras y troncos que dificultaban y hacían tardado el acceso. Después de una hora y media el chofer hizo un alto ya que, allá abajo donde se veían unas diminutas casas se encontraba la localidad de “Los Ojitos”. No había paso de vehículos, sólo se podía llegar montando un animal o caminando.
¡Vaya! Ahí comenzó una gran aventura pero sobre todo una rica experiencia. Caminé, durante 4 horas, bajando montañas, cruzando arroyos y rodeando los voladeros, para evitar una caída. El camino me hizo sentir un gran temor, y desesperanza. Fue cuando por fin alcancé a escuchar ruidos de animales y divisar personas que me tranquilicé y volví a animar.
Inicié mi labor con censo escolar, visitando casa por casa, pues me tocaba reabrir escuela y ésta tenía cerca de cinco años de estar cerrada por falta de alumnos.
Al momento que realizaba el censo me di cuenta de la pobreza extrema y condición marginal en que vivía la totalidad de la población de la comunidad. Las casas eran de adobe con techos de troncos o varas cubiertos de tierra, además de la falta de higiene en la mayoría de las personas. De nuevo comencé a sentir una gran incertidumbre, pues la diferencia entre mi contexto y el de mi nueva comunidad representaba un reto y a la vez un miedo impresionante. No teníamos, luz eléctrica, agua potable, sanitarios, mucho menos medios de transporte, a excepción de burros y caballos. Era como viajar al pasado.
No había ni un lugar donde pudiera comprar un refresco o un pan para calmar el hambre, por lo que al término del censo, me tuve que regresar con gran cansancio. Sólo pensar en el camino de vuelta me causaba estrés. Me llevó cinco horas regresar, trepando los cerros esquivando víboras y aguantado el clima extremo que se sentía. Esta primera experiencia me hizo considerar rechazar mi plaza.
Mas tarde hablé por teléfono con mi mamá. Me recordó que yo ya tenía una idea del contexto al que había sido asignado y me convenció de “no rajarme”. Tiempo después me confesó que al colgar, se puso a llorar, ella realmente deseaba decirme que renunciara y me fuera a casa, pero no quería truncar mi sueño, por lo que su dureza conmigo era un signo de valor y respaldo.
Ya con el consejo de mi madre no hubo vuelta atrás. Me convencí de seguir adelante. A través del censo escolar supe que había 25 alumnos en la comunidad, el 60% iba a cursar primer grado, el resto repartidos en los grados de segundo a sexto. Sentía que el mundo se me venía encima.
A pesar de todo me quedé y empecé a realizar mi labor docente, en una escuela totalmente destruida, con una sola aula sin piso, no contaba con baños, cancha o patio cívico. Aún así permanecí durante tres ciclos escolares, los cuales me sirvieron para valorar. Fue un trabajo difícil. Por la lejanía del lugar y las complicaciones para salir de la comunidad, sólo podía visitar a mi familia en vacaciones.
Poco a poco la escuelita se fue trasformando tanto en su edificio y anexos, como en lo académico. Fue lo más importante que logré, sacar del rezago total a mis alumnos. Al paso del tiempo sufrí de depresión. El médico me recomendó buscar un lugar más accesible donde pudiera tener mas contacto con otras personas, de lo contrario mi salud se complicaría.
Al solicitar mi cambio, fui asignado a otra pequeña localidad Ignacio Allende o Los Allendes, municipio de Indé, donde volvería a empezar, pues de nuevo atendería a los seis grados. La comunidad era lo contrario a la anterior, pues contaba con todos los servicios de cualquier ciudad, luz eléctrica, agua potable, iglesia, servicio público de transporte, correo, teléfono, señal de televisión y una casa para el Maestro.
¿Qué más podía pedir? Simplemente era corresponder y fue así como lo hice y sigo haciendo desde hace más de 20 años, durante los cuales poco a poco la escuela fue transformándose hasta ser una institución de prestigio e innovadora.
Pienso que la función del Maestro Multigrado es hacer valer el derecho a aprender de las niñas y niños. En un mismo horario, aula y con mi sola presencia trabajo con alumnos de seis grados de primaria simultáneamente. Desde hace 12 años también se integraron los alumnos de preescolar y secundaria; pues la escuela pasó de ser Multigrado a Multinivel.
Actualmente se elabora una planeación argumentada y proyectos aúlicos donde se incluyen todas las asignaturas y aprendizajes esperados de todos los grados de los tres niveles, de forma globalizada y transversal. Esto permite ir elevando el nivel de complejidad desde lo más sencillo a lo más complejo.
Además de utilizar el autogobierno escolar, es decir, que los mismos alumnos dicten y marquen sus reglas, se asignan comisiones a cada uno y éste las realiza día con día, por lo que desde pequeños van desarrollando de manera práctica los valores.
Para poder realizar tal labor con alumnos de 5 a 15 años se tuvo que acondicionar el espacio del edificio escolar para construir áreas como: la tiendita, el banco, museo, teatro, cómputo, danza, juegos y la biblioteca. Asimismo se buscó que las diferentes áreas generarán un ambiente alfabetizador y de aprendizaje.
Lograr concretizar esta forma de aprendizaje no fue tarea fácil. Implicó perseverancia y ganas de superarme como profesor. Mi proyecto es lograr aprendizajes significativos para niñas y niños y mejorar cada ciclo escolar. Las familias contentas con el aprovechamiento de sus hijos, me apoyaron en todas las iniciativas que les propongo. Una de ellas consiste en interconectar las tres aulas con que cuenta la escuela, tumbar muros y dar mantenimiento permanente a todas las áreas.
La escuela ha tenido un cambio físico impresionante al igual que lo académico, pues los alumnos siempre han destacado en oratoria, escolta, atletismo, escritura, así como en las evaluaciones de Enlace y Planea a nivel estatal.
Todos los esfuerzos anteriores, de las familias, las niñas y niños, la comunidad en general y mío, nos ha generado reconocimiento como una escuela modelo en su tipo (multigrado y multinivel) a nivel estado. Asimismo, nuestra institución ha servido de base para los estudiantes de las Escuelas Normales del estado de Durango, que como futuros maestros realizan una visita anual para ampliar su visión de forma vivencial de la organización y desarrollo de una escuela multigrado.
Lo más satisfactorio ha sido formar ciudadanos críticos, reflexivos y con valores. La mayoría de los egresados de mi escuela han concluido la secundaria y preparatoria. Algunos estudian una carrera profesional, como: medicina, matemáticas, nutrición, contaduría, ingeniería y periodismo.
Estoy convencido que mi lugar está aquí. Una comunidad invisible en la que quizá los logros y avances les sean indiferente a las autoridades. Para mí, lo más motivante es continuar viendo esas caritas sonrientes y esperanzadas de aprender algo nuevo cada día. Creo y siento que nací para esto; “la docencia”. Yo no podría vivir sin estar rodeado de esas personas inocentes y llenas de amor, que con una sola sonrisa me hacen el día.
Por lo anterior, considero que todo profesor o maestro que en realidad se sienta comprometido con su labor docente, debe de centrarse en la gran responsabilidad que está en sus manos que es hacer valer el “derecho aprender” de todos las niñas y los niños, sin necesidad de buscar responsables o justificarse ante las carencias materiales o de apoyos gubernamentales.
Es necesario que se comprometa y ponga en práctica toda su creatividad, competencias para utilizar los recursos que existen en el contexto escolar y de un modo u otro brindar una educación de calidad.
Un buen maestro es aquel que con perseverancia, ética y aunado a las carencias es capaz de transformar su centro de trabajo, creando aprendizajes para la vida en sus alumnos. El profesor tiene en sus manos el poder del cambio en la sociedad; si no lo hace, simplemente es por la indiferencia y mediocridad que habita en él.
* Manuel Salazar Flores es miembro del Consejo de Maestros ABC y ganador del “Premio ABC 2011, Maestros de los que Aprendemos”.
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