Como medida lógica de salud pública ante el riesgo del contagio acelerado del Covid-19, las escuelas del país están cerradas. Vamos hacia la primera semana que cesó la actividad en los planteles –y ya segunda para algunos estados que tomaron antes la determinación de no arriesgar más a alumnos y maestros–, pero la experiencia en los hogares con las herramientas para aprender a distancia tiene resultados mixtos.
Todo arranque de algo imprevisto da sus tumbos, y más en un país tan grande y diverso como el nuestro. Once Niñas y Niños e Ingenio TV (los canales de televisión abierta nacional 11.2 y 14.2 respectivamente) son las opciones actuales de programas para preescolar y primaria, en el primer caso, y en el segundo ya transmitían el material de telesecundaria y educación media superior a distancia. Muchas mamás aún no ubican porqué en la programación de televisión educativa las cápsulas se presentan por bloques de dos grados, 5º y 6º de primaria, por ejemplo, y qué tan útil es tener sólo 50 minutos diarios, con tres áreas de concentración –Matemáticas, Español, Ciencias Naturales– comprimidas en ese breve tiempo.
Las transmisiones no son las más dinámicas, y hacen constante referencia al libro de texto gratuito de primaria, lo que no en todas las escuelas quedó claro que era imperativo que niñas y niños se llevasen a casa antes de ya no volver. Son entre repasos, verificaciones, ejercicios o repetición del texto, pero todavía no supera la experiencia de sentir que se metió a dar clase un profe que no nos conoce.
Es toda una deuda histórica, que se agrava en este tiempo, la carencia de programación en lenguas indígenas, con Lengua de Señas Mexicana, o con los ajustes de accesibilidad de macrotipo, más necesarios para preescolar y primaria que en los siguientes niveles. Son programas que se desarrollaron con velocidad y cierta calidad técnica, pero claramente sin pensar en la diversidad, sino en la generalidad, con lo que reiteran y amplían las brechas y la invisibilidad de varios grupos históricamente marginados.
En algunas escuelas el colectivo docente pudo preparar guías, tareas, copias, mapas y hasta distribuir libros de la biblioteca escolar al azar, para que la lectura no se quede en la colección nacional de los libros obligatorios. Las guías de la SEP se encuentran en su portal web y hay que dar tres clics para llegar al enorme PDF con las actividades sugeridas. Mucho más dinámico y diferenciado por grado es el portal de la Secretaría de Educación de Jalisco. Ambos recursos están disponibles con acceso facilitado en el sitio http://cofre.mexicanosprimero.org/
Los estados de Jalisco, Sinaloa, Sonora y Yucatán han buscado apoyar a las y los docentes y las familias para esta etapa de “aprender en casa”, pero lo que la terca realidad muestra es que las “guías” –de lecturas, de tareas, de ejercicios– necesitan de guías-personas, es decir de los directores y titulares de la escuela de mi niña, de los padres, madres, hermanos mayores que pueden ayudar a hacer posible y a hacer efectivo el derecho a aprender.
Simpáticos, inspiradores, pero menos útiles, las carretadas de páginas web con lecciones, libros de acceso libre, juegos de destreza digital, visitas de museos o zoológicos, que se comparten como opción de buena voluntad, pero que son prácticamente inaccesibles para las familias que no pueden pagar conectividad y que hoy claramente no pueden ir a los sitios de internet gratuito sin romper la responsabilidad de guardarse en casa.
No hicimos la tarea como país, y a pesar de que, mientras iba cediendo lo más aparatoso tras los terremotos de 2017, se iniciaron los trabajos para contar con un “currículum nacional ante emergencias” -con el equipo de Desarrollo Curricular de la SEP, UNICEF y una coalición de organizaciones de sociedad civil, entre ellas Mexicanos Primero, se quedaron sin concluir.
No hicimos la tarea como país, y a pesar de que se ha reiterado desde hace más de dos décadas que la verdadera clave para incorporar las tecnologías de la información en la realidad de todos los niños de México, y no sólo los de hogares con ingreso alto, no son los aparatos -¿dónde están hoy, que de algo servirían, los cientos de miles de tabletas de los orgullos pretéritos?- ni siquiera el contenido de acceso libre curado cuidadosamente, sino la conectividad. Es literalmente la clave, la llave: sin ella, la cerradura del cofre deja los contenidos inaccesibles.
Tres cosas son las más ciertas: 1. Este periodo, si sirve, será más de aprendizajes vitales -autocuidado, expresión, convivencia, juego, arte- que de aprendizajes programáticos; 2. Ningún sistema desde arriba y desde afuera -televisión educativa, plataformas web- puede sustituir la guía de los docentes titulares: son ellas y ellos el único centro posible del “aprendizaje a distancia”; 3. La contingencia puede hacer más altos los muros de la inequidad, echarle otra hilera de ladrillos a las barreras para el aprendizaje y la participación: sin el ajuste debido, niñas y niños con discapacidad, migrantes, con situaciones de salud o conflicto con la ley, desde su identidad indígena o afro seguirán siendo invisibles.
Las guías-recurso de aprendizaje necesitan de guías-personas. Y eso no lo dan los cargos, sino la vocación de servicio y la congruencia. Recuperemos el vínculo que, con todo y contingencia, se puede establecer entre padres, madres, maestras y maestros.