Nuestro país es diverso: hay casi 70 comunidades indígenas que hablan su lengua propia; hay estados ricos y hay estados pobres, hay estados con dominante urbana y otros con dominante rural, etcétera La distribución que se hace del dinero que se invierte en educación (que siempre es insuficiente) es desigual, inequitativa, las zonas ricas reciben más recursos que las zonas pobres. Aquí se inicia el drama de la desigualdad.
Edificar un sistema escolar que ofrezca una educación equitativa o justa es un problema múltiple y complejo. Al ingresar a la escuela los niños llegan con conocimientos y habilidades desiguales y muchos no tienen los mínimos requeridos para que su educación sea exitosa. Consecuentemente, si quiere ser equitativa, la educación debe compensar esas carencias.
Lograr eso no es fácil. El maestro, que enfrenta un grupo numerosos de alumnos, estará obligado a realizar un esfuerzo suplementario, pero ni su energía ni el tiempo le permitirán zanjar la desigualdad entre sus alumnos; se necesitaría, en todo caso, contar con más docentes que atiendan grupos más pequeños. Pero esta salida, al menos en México, no ha sido considerada, por razones fundamentalmente financieras.
Es verdad que México ha logrado ampliar de forma espectacular el número de escuelas, pero el tema de la oferta no está cabalmente resuelto, pues existen graves desigualdades en las escuelas. Hay escuelas que tienen buenas condiciones materiales y escuelas que sufren muchas carencias. El proyecto ECEA, del INEE, documenta puntualmente esas inequidades. Sabemos, por ejemplo, que aproximadamente el 45 por ciento de las escuelas primarias son incompletas, es decir, que no tienen maestros para atender los seis grados.
En la escuela primaria la relación maestro-alumno es más baja que en preescolar; es decir, el maestro de primaria tiene más alumnos en su grupo. En este nivel, los maestros deben aplicar toda su imaginación para seleccionar procedimientos didácticos que aseguren que todos sus alumnos aprendan; es probable que si se opta por la ruta didáctica tradicional —método de la exposición o lectura del libro de texto— no logre su objetivo. Si se busca que todos los alumnos aprendan debe aplicarse una pedagogía diferenciada, individualizada, que atienda las diferencias individuales y que se apoye en estrategias activas o participativas —tareas individuales, discusiones, organización de pequeños grupos.
Otra desigualdad se registra en la esfera de la permanencia. Hay alumnos que no logran permanecer en la escuela y que, eventualmente, desertan (el abandono es particularmente preocupante en educación media superior). ¿Cómo asegurar la permanencia? Éste es un problema complejo porque responde a múltiples causas, lo importante es asegurar (con medios pedagógicos) que los pequeños no dejen la escuela porque “no les gusta estudiar” o porque el estudio “no los atrae”.
Lo cual no impide que se combatan los factores externos de la deserción. Por ejemplo, ningún niño debe dejar la escuela por causas económicas y para ello la educación debe apoyarse en programas sociales como Prospera que, hoy por hoy, ofrece becas a 6.5 millones de familias. En realidad, debe darse una adecuada concurrencia entre políticas públicas.
La inequidad también se nutre de políticas nacionales únicas, uniformes, que no atienden la diversidad económica, social y cultural del país. Por ejemplo, se diseñan planes de estudio con una estructura única e inflexible cuando deberían de ser formulaciones flexibles y adaptables a los diversos contextos. Podría, incluso, pensarse en la pertinencia de un plan de estudios nacional mínimo, o básico, que hiciera posible que cada escuela (o zona escolar) pudiera, con base en él, elaborar su proyecto curricular anual. En fin, la búsqueda de la equidad nos obliga a repensar, casi en su totalidad, el sistema educativo.
Artículo publicado en Crónica.