He leído, durante los últimos días, una serie de reflexiones y demandas en torno a las consecuencias que han traído las altas presiones a las que están sujetos las y los estudiantes de educación superior. En un caso extremo, este fin de semana se dio a conocer el triste y lamentable hecho de una alumna del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) que se suicidó, en un hecho vinculado a ese contexto. En respuesta, los estudiantes de esa institución académica iniciaron protestas y un paro de actividades, ante la dramática noticia. ¿Cuáles son las responsabilidades de las autoridades educativas?
Esto me recuerda que el rigor académico, en la práctica, no tiene nada que ver con la falta de respeto y las humillaciones que ejercen algunos profesores y profesoras de educación superior (y de media superior), en contra de las y los estudiantes. Hace unos meses, en un CCH de la UNAM, estudiantes denunciaron y mostraron evidencias videograbadas de un profesor que agredía verbalmente a los estudiantes. Así es que, en muchas instituciones de educación, de prácticamente todos los niveles educativos, se dan estos usos excesivos de la autoridad y la deshumanización con el argumento del “rigor académico”.
Sin embargo, en ciertas comunidades académicas se ejerce ese tipo de actitudes, por parte de las y los académicos, porque existe permisividad de parte de las autoridades educativas; y porque existe la falsa creencia de que el poder y la autoridad académica-administrativa, van de la mano con las humillaciones y las vejaciones, como si fueran parte del paquete de la “excelencia” educativa. Nada más falso.
Las profesoras y los profesores universitarios, humanistas, técnicos o politécnicos son compañeros de los estudiantes. No existen razones para faltarse al respeto en ambos sentidos, a no ser que un sector de la comunidad así lo permita. Como si esa fuera la naturaleza de la vida académica: el aplastamiento del docente-directivo empoderado sobre el aprendiz. Una comunidad académica, por el contrario, requiere del respeto y cuidado de los más elementales principios de ética y de valores humanos. Como decían los griegos: “Las ideas se discuten y las personas se respetan”. Por lo tanto, el rigor académico, las altas exigencias educativas, los trayectos duros de la “meritocracia”, etc., no tienen ningún sentido cuando se pierde la dignidad humana en el aula, en el taller o en los auditorios académicos.
Actos intimidatorios, amenazas abiertas o veladas, acoso escolar directo o mediado, burlas y puestas en exhibición de profesores hacia estudiantes (en el ejercicio desmesurado de la autoridad), o a través de actitudes discriminatorias, son parte de la escenografía educativa y, lamentablemente, de la vida cotidiana de la educación media y superior; en una relación totalmente asimétrica. ¿Cuál es la salida ante esta crisis institucional? A mi entender, es a través del respeto y el decoro académicos por encima de cualquier otra consideración, que habrán de ejercerse desde ambas partes, es decir, desde los diferentes sectores y actores del acto educativo; sobre todo si nos reconocemos, todos, como parte de una comunidad académica, que requiere, para avanzar, de un ambiente equilibrado y cordial en la educación media superior y superior, con lo que eso significa.
Pero, por otra parte, es necesario reconocer que las faltas a la normatividad o a los reglamentos escolares internos, requieren de la aplicación irrestricta y sin titubeos de parte de todos los miembros de las comunidades educativas, pero de entrada de parte de las autoridades educativas en turno. Es responsabilidad de las más altas autoridades académicas y de sus cuerpos colegiados, parar esta cultura de la denigración y del “pisoteo” de algunos (no todos) los profesores y las profesoras, puesto que esa cultura irrespetuosa y de denostación no tiene nada que ver con el “alto rigor académico”.
Finalmente, pienso que a la búsqueda de salidas ante esta crisis institucional (atención psicológica y psiquiátrica), que, sin ser un conflicto menor, ha costado o ha minado la salud emocional de las y los estudiantes, deberá de acompañarse de un plan decidido, viable y aplicable, con seguimiento, de capacitación, actualización y desarrollo profesional del personal docente y directivo que trabaja en nuestras instituciones de educación media superior y superior (sin descartar, obvio, a otros niveles educativos). Porque el problema de la salud psicoafectiva y emocional no solamente es un asunto de los estudiantes, sino también de los cuerpos docentes, asesores técnicos y de los equipos directivos. La solución entonces, deberá abordarse de manera integral y con principios de equidad, puesto que no se trata de reciclar, implícitamente, las relaciones asimétricas que caracterizan a los procesos educativos. No se trata de recrear la historia del “Cisne Negro”.
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Publicado en SDPnoticias.