Volver todos, y cada uno

Listos a que vale la pena abrir cada escuela, con la seguridad debida, aun si sólo es una niña la que va a llegar el primer día...
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En estos días, la discusión educativa se concentra, con razón, en la prioridad: hay que volver a las actividades presenciales, abrir las escuelas. Se comprende las reservas de docentes y familias que, por motivos a veces coincidentes y a veces encontrados, expresan incertidumbre o temor. No es para menos: todos debemos reconocer que el aumento de casos registrados de contagio es inquietante; que la vacunación avanza a un ritmo disparejo; que hay personas en esta oleada que son más jóvenes, en promedio, con respecto de quienes fueron afectados en etapas pasadas; y, tal vez lo más determinante, que no todas las escuelas están listas para tener actividades en forma segura.

Mucho de la confusión viene, a mi juicio, de la expresión ‘regreso a clases’. Usar la palabra ‘clases’ nos regresa a 2019: la entrada masiva y apretujada, para que en dos metros de claro en la puerta del plantel, entren 300, 600 estudiantes, o un salón rebosante con 30 o más niños, o estancias en el salón de tres periodos al hilo de 50 minutos; es como tomar una vieja foto de un salón de clase en sus mesabancos casi encimados, y dibujarles cubrebocas con plumón, para luego declarar ‘no se puede regresar’. Obvio; así no, así no se regresa.

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El regreso será participado, o no será. La firmeza que le imprime el presidente de la República en su convicción –”hay que abrir porque el daño de permanecer es muy grande”– debe reconocerse acertada. Sólo oponerse por tirria ideológica, por sus planteamientos en otros temas, por alguna estrategia ajena a la educación, es sin duda una actitud mezquina. Es clave que el presidente esté convencido; hay que tomarle la palabra, apoyar y exigir para que se haga bien.

Es momento que el federalismo tome su lugar. Una apertura ‘centralista’, desde arriba y desde afuera, en un país enorme, con los 23, 26 millones de niñas, niños y jóvenes, cada una y cada uno como titulares del derecho, no va a funcionar. Es un derecho colectivo y un derecho personal; abrir es abrir para que vuelvan todos, y que vuelva cada uno. Tenemos que afinar la mirada: cuando pensamos en ‘vuelvan todos’, la abstracción y la generalidad de lo que consideramos es bueno, se van a responder con temor y agobio igual de genéricos y abstractos: “¿pues qué no están viendo que hay más hospitalizaciones?”, “¡cómo creen que pueden estar veinte adolescentes juntos en un salón sin ventilación!”.

Cada estado es diferente. Muchos ya han hecho preparaciones y experimentos de los que debemos aprender. Es momento –y ya comenzó a pasar– que la SEP escuche lo que hicieron y están haciendo autoridades educativas estatales. Hay que insistir en que el enfoque de Campeche, con gran articulación entre Salud y Educación, es algo que queremos. Que ojalá pase en todo el país lo que se planea en Yucatán, una mesa central para el regreso con todos los actores. La propuesta de Guanajuato de semáforo por escuela; la experiencia de Sinaloa con los Centros Comunitarios de Aprendizaje que abrieron por decisión de cada comunidad. Jalisco y la experiencia acumulada de las asesorías personalizadas. Lo que ya lleva un rato haciendo Veracruz con su preparación de docentes para remediar en los aprendizajes fundamentales. Lo que prueba la Ciudad de México como sistema digitalizado de alerta para los que no han tenido contacto con sus maestros.

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El gobierno federal tiene que oír a los estados. Las autoridades estatales tienen que oír a las comunidades. En lugar de la engañosa imagen del salón repleto, en el que ‘se van a contagiar’, propongo que el referente sea más concreto y más realista: el plantel casi vacío, el filtro sanitario muy bien montado, las actividades lúdicas para el primer día, que todas van a ser al aire libre, con 30 alumnos en una primaria para 400. Así van a ser muchos ‘primeros días’. Y está bien: cumplir el mandato de la Constitución, ofrecer la escuela pública no como un negocio, no como un servicio para los adeptos a mi visión política, sino como un derecho de cada niña. Aunque solo fuese una.

En Uruguay, en Chile, en Colombia el regreso se planteó voluntario. La presión vino de los propios niños. “Llévame”, “¿por qué no puedo ir?”, “no quiero estar mirando la tele, ni responder guías, quiero ir a correr, y ya ayer hicieron experimentos”.

Una educación sensata, aprender de verdad, recuperar lo socioemocional, hacer activación física… para eso es la escuela. Cuesta tomar en serio a quienes no captan que, si salen sin razón, los encierran –a niñas y niños– sin motivo. Que posponen sus oportunidades. Tienen que arrancar todas las escuelas, no todos los alumnos al mismo tiempo, sin preparar la infraestructura, en caos por falta de planeación. Pero entonces la solución no es el cierre indefinido, sino limpiar y alistar las escuelas, preparemos la infraestructura, acordemos el escalonamiento. Listos a que vale la pena abrir cada escuela, con la seguridad debida, aun si sólo es una niña la que va a llegar el primer día. Veamos en nuestra mente a la niña del primer día. No seamos mezquinos; difícilmente tendríamos el valor de decirle ‘no hay lugar para ti’. No es así; sí hay lugar, y es nuestra flojera, nuestro prejuicio, nuestro resentimiento, nuestra falta de creatividad y energía la que no tiene lista la escuela, que sí es su lugar.

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