Esta semana finalmente se dio la apertura de escuelas en la mayor parte del país. Lo dijimos y lo reiteramos: el regreso es un proceso, no un evento. La SEP prometió un reporte para ese mismo día; hubo que esperar a la mañana siguiente, en la conferencia matutina, para que se dijera que abrieron 119 mil 497 escuelas y llegaron 11 millones 426 mil 26 estudiantes. Hay que considerar que Baja California Sur y Sinaloa no tuvieron actividades presenciales ante la amenaza del huracán Nora; que Michoacán no abrió –una peculiar coincidencia entre el gobernador y las dirigencias de la Coordinadora–; que en Guerrero, Chiapas, Oaxaca y una parte de la Ciudad de México los adeptos a la CNTE no se presentaron y amenazaron a sus compañeros que sí querían volver, para que ni se les ocurriera; que en Yucatán se dieron la semana para preparar infraestructura y acordar con las familias el protocolo y el escalonamiento. En resumen, el contexto y la experiencia nos hacen desconfiar de la precisión de la SEP, y sospechar ante la tendencia a sobreestimar lo que se quiere anunciar y subestimar lo que se cuestiona.
Son dignas de reconocimiento la voluntad y valentía de directivos, docentes y familias, que se decidieron a romper el dique de 75 semanas de cierre generalizado. Después de 530 días de no encontrarse, el estupor gozoso de niñas y niños que retoman el espacio, la aprensión de sus madres, padres y abuelas, la contagiosa alegría de sus maestros, pero también su auténtica preocupación, han marcado estas pocas jornadas. Va siendo un regreso no tan gradual, poco cuidado, casi nada planeado… muy empujado, pero poco apoyado. Lo mejor lo hicieron los gobiernos estatales –por ejemplo, tener cubrebocas para docentes y alumnos, en lugar de ‘recomendar’ hacerlo–; las supervisiones, los colectivos docentes, las propias familias. Hay una recuperación del espacio público, no por coordinación y promoción, sino ante la ausencia y la declaracionitis sin sustento.
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El informe presidencial de ayer, si ya de por sí los anteriores estuvieron plagados de cifras incongruentes y visión triunfalista, fue, por decir lo menos, escueto. La educación formal involucra directamente a uno de cada cuatro mexicanos, y en la dinámica cotidiana acaba por interactuar con más de la mitad, si consideramos a las familias y los docentes, los funcionarios y proveedores; pero el titular del Ejecutivo mencionó, en un minuto (a las 10:25 am) que se había iniciado el ciclo escolar con la participación entusiasta de padres de familia, maestros y alumnos, un regreso a la escuela “que es su segundo hogar y el principal centro de convivencia para compartir afectos y tristezas, y para recargarse de humanismo y solidaridad” (hay que reconocer que la frase es afortunada e inspiradora). Más adelante, en segundos, reportó que se ha basificado a 400 mil trabajadores de la educación. Finalmente en dos minutos más se refirió a que se canceló la “mal llamada reforma educativa’’ –aunque el cambio normativo pasó hace más de dos años–; dijo que no han faltado los libros de texto y se trabaja en nuevos contenidos, que se han dado recursos directamente a las escuelas y a los padres y madres de familia para mejorar la infraestructura; hay 140 universidades nuevas, se otorgaron 125 mil 816 becas y 122 mil comunidades contarán con internet para el próximo año (contando las que ya lo tienen). Tres minutos sin referencia a estrategia, rumbo o plan, ante la mayor emergencia que el derecho a la educación haya tenido nunca en nuestro país.
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Lo que sí agobia son dos temas. Uno, la seguridad de la pauta o escalonamiento para el regreso: ¿es mejor que vengan de seis en seis los alumnos? ¿O mitad y mitad? ¿O todos a la vez, pero mitad en los salones y mitad en los espacios al aire libre? Aún no es tan apremiante la cuestión, porque no están llegando ni la mitad de los alumnos a la enorme mayoría de escuelas que sí abrieron.
Dos, y mucho más complejo para cada escuela: ¿qué es realmente un modelo mixto?, ¿cuál es la forma adecuada y efectiva de educarnos combinando la presencia y la distancia? Por ahora, este problema ha tenido su estridencia en el agravio bien fundado que sienten las familias que optaron por esperar, y a quienes les han dicho que no habrá atención de la escuela a sus hijas e hijos. Si no van a venir, lo único que les toca es Aprende en Casa (¿nuevos episodios o el viejo drama?). Una bomba de tiempo porque cuando pasemos de las primeras semanas de reencuentro lúdico, de recuperación de la experiencia grupal, de familiarizarse con nuevas reglas y espacios, viene el asunto: ¿qué hace en su casa quien no acude al plantel en los días escalonados? ¿Se va a trabajar la mitad del plan y programas del grado? ¿Una cuarta parte, porque hay que comprimir, como recuperación y nivelación, el grado escolar anterior y éste en un solo ciclo?
Si algo falta hoy, es rumbo. Abrir era necesario. Ahora es imprescindible saber para qué,y qué deberíamos esperar para que en verdad se cumpla el derecho de niñas, niños y jóvenes; para que en verdad aprendan humanismo y solidaridad, y no a aceptar palabras huecas en lugar de soluciones reales.