Definir el concepto de vacaciones es remitirnos a lo establecido en nuestra Carta Magna y los reglamentos correspondientes y lo que nos concierne y distingue de los trabajadores del apartado “A”. Sin embargo, más allá de lo legalmente establecido, la costumbre parece permear y motivar a elevar pensamientos diversos vueltos opiniones expresadas libremente donde se pretende justificar un periodo mal llamado de receso, tomado como vacacional durante los meses de julio y agosto.
Que si los empresarios lo exigen para poder tener pingües ganancias a través de sus comercios diversos. Bueno, en Yucatán el Consejo Coordinador Empresarial y diversas Cámaras han pedido dos meses completos de vacaciones que muchos maestros interpretan como “que los maestros, además de los alumnos, tengamos dos meses de receso…, o vacaciones” ¿Tanta derrama económica haremos los trabajadores de la educación al grado de ser una de las pequeñas partes reactivadoras de la economía nacional? ¿Realmente creen eso los empresarios que piden el aumento de días del receso escolar?
En redes sociales leo textos donde aluden lo que antiguamente se daba: el disfrute completo de los dos meses de vacaciones. Corre por ahí también el rumor de trabajar una hora más para “completar” los doscientos días hábiles con los comentarios relacionados con el quehacer pedagógico al respecto.
La ley desde hace mucho, y por encima de la costumbre, dicta otra cosa. Por eso la Secretaría de Educación, sabiendo que no incurrirá en fallas administrativas, esgrime cursos de actualización o capacitación para los maestros en el receso de julio y agosto, con lo que acaba de tajo la costumbre de que el docente goce de similar tiempo fuera de la escuela y dedicarse a tener una vida propia.
Con treinta y tres años de servicio y medio siglo de haber nacido, soy testigo de la espera del último día de junio para iniciar el descanso, merecido o no, de todo julio y todo agosto para regresar en alguno de los primeros días del mes de septiembre a iniciar labores docentes. Sin cursos ni preocupaciones, conforme con el sueldo de plaza inicial que percibía y el cual sólo podía aumentar si ascendía a director, supervisor…, o hacía algo más.
Entonces, egresado de la Escuela Normal de Primaria, de inmediato en el más cercano periodo de julio y agosto, junto con otros cientos de maestros, estábamos ya inscritos en la Normal Superior, institución que nos garantizaba, al término de los estudios, e incluso con el setenta y cinco por ciento de los créditos aprobados, obtener algunas horas en el nivel de secundaria con lo que nuestro sueldo aumentaría. Esperábamos cuatro años estudiando julio y agosto y en sesiones sabatinas y nadie decía no estar de acuerdo, siendo esto además de forma voluntaria. Pero eso sí, sabíamos los que estábamos ya en las asignaturas diversas de la Escuela Normal Superior de nuestro Estado, o aquellos más aventureros que llegaron a Puebla, o a la Normal de Educación Física del Distrito Federal, que nuestros estudios serían reconocidos al poder percibir un aumento salarial por el simple hecho de tener otra plaza en otro nivel educativo. Sabiendo además que de esta forma, cada año podríamos incrementar y ver mejoras económicas a futuro.
Lo mismo ocurría con quienes incursionamos en la Universidad Pedagógica, pues desde el primer curso aprobado y concluido, con los papeles en regla, acudíamos a la Secretaría de Educación y nos pagaba un poco más – verdaderamente poco -, lo mismo al concluir el segundo grado, el tercero y luego la Licenciatura completa que en su momento te permitía ingresar a lo que se llamó “tres cuartos de tiempo” cambiando tu clave E0281 por E0299 ganando, ahora sí, un buen emolumento. A la llegada de Carrera Magisterial los maestros que tenían esta clave, automáticamente fueron ubicados en el nivel creado exprofeso, BC para justificar el salario percibido.
No hablábamos de maestrías o doctorados todavía, pues con los “tres cuartos de tiempo” o estar en el nivel BC, horas en secundaria que se incrementarían anualmente al grado de dejar la plaza de educación primaria por tener tiempo completo en aquel nivel, los maestros teníamos ya trazado nuestro plan de vida y crecimiento económico, acudiendo a prepararnos de manera voluntaria, sin exámenes o calificaciones que nos condicionen ingreso, promoción a programas que se traducen como incremento en el sueldo quincenal.
Confieso sin embargo, que aún en estas modalidades de crecimiento profesional y económico existieron los maestros que conocedores muy bien del enjambre de chanchullos, hacían su agosto todo el año, mediante prebendas, almuerzos, cenas, invitación a degustar bebidas con cierta dosis de alcohol y otros menesteres no tan santos, con los cuales obtenían horas, cambios geográficos, etc., pero eso sí, nunca supe de alguien que haya obtenido su título y cédula mediante compra de exámenes o algo parecido.
¿Por qué entonces ahora los maestros queremos receso y no hablamos de estudiar para prepararnos? “Aistá el detalle” diría Cantinflas. Porque no hay nada que nos motive a hacerlo. La simple presión de hacerlo porque sí, no basta para emocionarnos al punto de correr a inscribirnos a los cursos, talleres o diplomados si fuere el caso, ofertados. La amenaza en el aire existe con la pérdida de puntos hasta llegar a la pérdida de plaza: todo al revés si nos damos cuenta. No existe una institución que me asegure que al estudiar una maestría o un doctorado por cuatro años en julio y agosto, al final yo obtenga un beneficio en dinero (y perdón por parecer materialista, pero “en mi época” era una buena razón de peso) e insisto en que teníamos que hacerlo en el período de julio y agosto, durante cuatro años y empezar a buscar las oportunidades para hacer valer el nuevo título alcanzado.
Ahora nos peleamos por la permanencia de tres o cuatro años; por no ingresar o promocionar cuando ya nos corresponde; vamos a los cursos de mala gana, por la puntuación que ofrecen (aclaro, hay casos, muchos, verdaderamente excepcionales), a lo que añadimos la calidad insultante de algunos facilitadores o asesores – acúsome, soy asesor o facilitador – para desarrollar los temas durante los periodos del trayecto formativo.
Todo esto sin reformas educativas y cambios en nuestra Carta Magna, en el tiempo donde los maestros nos formábamos como verdaderos líderes de la comunidad siguiendo la premisa de nuestra Alma Máter, la Universidad Pedagógica que nos conmina a “Educar para Transformar”.
En la actualidad, ¿cómo nos motivamos para superarnos durante el receso establecido al concluir los doscientos días hábiles?
Facebook: Martín Alcocer.