¿Cuándo y cómo deben reabrirse guarderías, estancias y centros para niñas y niños de cero a tres años? Lo más pronto posible, con el máximo cuidado posible. Son un excelente primer paso para consolidar las prácticas y rutinas que después adoptarán por necesidad las escuelas de preescolar y luego el resto de la educación básica.
Hay una ventaja innegable con respecto de las escuelas: en los servicios para la primera infancia suelen estar más presentes los protocolos de salud pública, la regulación de los espacios, el servicio de agua. El sano desarrollo y alimentación son parte de su definición misma; cabe, casi al contrario, preguntarse por qué educación, salud y bienestar se van metiendo en compartimentos estancos en edades posteriores.
Es aún muy pequeña la proporción de la población en edad de cero a tres años que acude regularmente a los centros, con respecto de la cobertura de preescolar y, por supuesto, de primaria. Hay menos cobertura, pero en términos globales, mejor infraestructura. También a consecuencia de la regulación que se estableció tras la tragedia de la Guardería ABC, los centros de atención infantil (CAI, que son las siglas genéricas para la variedad de servicios que operan actualmente) están por lo general más preparados para manejar alertas, canalizar casos, interactuar con las familias.
Como también esperamos que pase en los otros niveles educativos, especialmente con las escuelas de tiempo completo y los demás arreglos de ampliación de jornada, una reapertura adecuada de los CAI trae en cascada muchos beneficios: da un respiro muy necesario a la presión emocional en los hogares; reactiva la dinámica de aprendizajes con los agentes, los materiales y en las condiciones de mejor aprovechamiento; potencia el aprendizaje entre pares; favorece que las familias reinicien su actividad económica o la puedan continuar con la tranquilidad de contar con un resguardo creativo para sus hijas e hijos.
Todo ello, por supuesto, no debe darse por hecho, sin más. Hay que monitorearlo y exigirlo. Tendrá que asegurarse, por ejemplo, que los adultos de alto riesgo cuenten con sustituciones y apoyos, y sea gradual su incorporación a los trabajos; realizar una limpieza profunda, verificar la disponibilidad de cubrebocas y sanitizantes, establecer un buen filtro al ingreso con medición de temperatura.
Las personas en primera infancia no son inmunes al Covid-19, pero ciertamente son proporcionalmente el grupo de edad que menos desarrolla los síntomas graves. Como todas las rutinas que están aprendiendo, la de no tocarse la cara, no aglomerarse, aprender saludos de mínimo riesgo es algo que niñas y niños pequeños pueden aprender muy bien si se presenta adecuadamente. El autocuidado, el autocontrol y el cuidado del otro no son imposibles, sino que –por el contrario– son precisamente los aprendizajes vitales en los cuales poner el acento en esos años iniciales de vida.
Toda la literatura especializada aporta evidencia en el sentido de que no es a gritos, o encerrándoles en jaulitas de metal, madera o acrílico que se resuelve en forma efectiva el regreso a lo presencial. Se hace con las familias, no desdeñándolas. Escuché al titular de la educación de Uruguay, los primeros que volvieron, que gran parte de la receta exitosa de ese país fue dejar como voluntario el regreso; efectivamente, no se puede saber de antemano si en una casa acaban de perder un ser querido, ni se avanza si se hostiga a las familias como malas madres y padres para que sin falta acudan los niños desde el primer día, con amenaza de retirar el lugar.
Quienes dicen que los más pequeños y también niñas y niños de preescolar no saben seguir instrucciones no conocen lo que sí se logra con buena pedagogía. Sin sometimiento, sin aspavientos, con empatía, en forma lúdica y afectiva hay excelentes oportunidades para aprender a dar abrazos seguros, no congestionar los espacios, estornudar contra el codo, seguir las líneas de dirección en los patios y los espacios cerrados.
El brote de la pandemia y el desescalamiento del encierro ocurren justo en medio de un cambio mayúsculo, histórico: por primera vez, con la reforma constitucional de 2019, se reconoce que la educación inicial es una obligación del Estado, un derecho de cada persona. Lo que originalmente se concibió como una ‘ayuda a madres trabajadoras’ hoy debe entenderse como un derecho universal, una oportunidad para todas y todos de contar con el esfuerzo colectivo para el desarrollo pleno de la personalidad y de las capacidades relevantes para convivir y aprender a lo largo de la vida.
Para migrar de la ‘derechohabiencia’ (qué término más rebuscado) al derecho humano, simple y llano de la educación pública, este reinicio de actividades amerita lo mejor del talento y dedicación no sólo de promotoras, educadoras y demás agentes en el territorio. Debemos reconocer socialmente que la oportuna apertura de los CAI es primordial para afianzar elementos fundamentales de salud, nutrición y desarrollo. Ni abrir antes, si no se está preparados, ni abrir después por la aprehensión de los adultos o el cálculo político.
Así como ya no se habla tanto de ‘educación temprana’ porque no es anticipada sino oportuna, así la apertura a tiempo es necesaria para que no se pierdan oportunidades. No es alternativa escoger entre la casa y el centro de atención, porque están del mismo lado: lo mejor que les puede pasar a la generación más joven de México es ser cuidada e impulsada en ambos ambientes y en la complementariedad de lo que aportan para una vida plena.