El regreso a las escuelas no es un evento, es un proceso. Ya comenzó, en casi todo el país, y eso es una gran noticia. Las casi dos semanas de actividades presenciales que llevamos nos muestran el triunfo de la voluntad sobre el temor.
Con los datos que reporta la Secretaría de Educación Pública –que pedimos sean públicos y verificables por toda la ciudadanía, escuela por escuela, con el número preciso de alumnos que se reciben cada día– nos estamos acercando a 35 por ciento de los alumnos de educación obligatoria que ya han estado de nuevo en las aulas.
Para muchas familias aún no es opción, pues su plantel no está en condiciones; porque tienen un enfermo en casa o sus hijos tienen alto riesgo; porque las autoridades del estado, el nivel, la supervisión o el director, o bien la asamblea de madres, padres y tutores, definieron que aún no abriera la escuela; o sencillamente porque aún no les da confianza de que sea un espacio seguro para el desarrollo de sus niñas y niños.
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Pero ya que comienzan a llegar a la escuela, es fundamental que el regreso tenga sentido, tenga propósito: de todos depende que no sea un simple volver: volver a lo mismo, a la rutina, y además sin posibilidad de remontar daños y rezagos; o, por el contrario, que sea un regreso que sirva para dejar atrás aquello que se mostró ya caduco, secundario; todo lo que sea lastre, injusticia, repetición, inercia, exclusión.
El regreso es un proceso, no el evento de un día, y si el aspecto socioemocional fue el principal argumento del presidente para empujar la apertura, debemos reconocer que los recursos, los materiales, las oportunidades y enfoques centrados en lo socioemocional de repente ya no son prioridad y corren hoy el riesgo de quedarse en la sombra e irse empequeñeciendo. Hubo fiesta los primeros días, pero ahora la tentación está en regresar a la lección frontal, en ‘apurarse’ para ver todo el plan de estudios, en ponerse a examinar lo que no se aprendió y dejarlo como deuda a pagar sobre las espaldas de las y los estudiantes, en lugar de reconocer con aprecio y partir con solidez de lo que sí aprendieron.
La evidencia, la convicción y el enfoque de derechos nos hace decir ‘primero lo socioemocional’. No es un contorno, no es un adorno, no es un complemento. Una cálida bienvenida no compensa una fría continuación. Recobrar el ánimo y el propósito no es algo de media hora. La primera barrera al aprendizaje y la participación se vive en la dimensión socioemocional: la violencia sufrida, el miedo, la depresión, la frustración, el enojo, el desánimo no dejan aprender y dejan una secuela de bajo aprovechamiento.
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Lo socioemocional es primero; es condición necesaria para el aprendizaje cognitivo, pero es también verdadero aprendizaje en sí mismo. La formación del carácter es, en muchos sentidos, anterior y superior a la formación instrumental, y por supuesto a toda la información académica, que se puede consultar en un celular. Si en términos de aprendizaje de lengua y matemáticas ahora cada grupo, cada salón está en situación multigrado, en términos de situación socioemocional la diversidad puede ser, además, dispersión y grave asimetría.
Necesitamos reconocer con claridad que regresar no se reduce a abrir la puerta de la escuela, sino que implica reconstituir la comunidad: la prioridad es el reencuentro. A maestras y maestros les mandaron a hacer un curso en línea, a seguir las indicaciones genéricas de la Guía, y a organizarse apresuradamente y con pocos recursos en la sesión intensiva del Consejo Técnico. Hay que poner todo el apoyo para que maestros y directivos reconozcan que la educación socioemocional está en todo, que lo que de verdad sirve es un enfoque sistémico, orgánico y transversal; que desarrollen el autocuidado y el diálogo entre compañeros para animarse y sostenerse, pues no se puede ofrecer a los alumnos lo que no se vive. La comunidad educadora puede abrazar los sentimientos y proyectos de los niños si puede abrazar los sentimientos y proyectos de sus maestros.
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A la autoridad le exigimos que se haga realidad la inversión en la formación docente; que se opere el despliegue de los asesores técnico pedagógicos y los especialistas de las unidades de apoyo; que se normalicen los pagos de la función de tutoría, más necesaria que nunca; que se establezcan convenios con universidades y asociaciones para canalización y apoyo tanto de docentes como de alumnos; que la autoridad ofrezca materiales secuenciados, basados en evidencia, para diseñar experiencias de logro y realización, de juego y gozo como lógica cotidiana del aprendizaje.
Si regresamos con serenidad y flexibilidad podemos sentirnos seguros, escuchados, valorados. Que niñas y niñas no tengan que decir: ‘no me hallo’. Que de verdad todos en el plantel puedan hallarse a sí mismos, las personas hallarnos unas a otras, hallarnos como comunidad. Vamos a hallarnos en la escuela.