La cuarta sesión ordinaria de los Consejos Escolares se aproxima y, como sabemos, la Secretaría de Educación Pública (SEP), emite las “Fichas para el Trabajo en CTE”, generalmente, a mediados de mes, para que los colectivos docentes se preparen a fin de intercambiar experiencias y conocimientos en cuanto a los temas que se sugieren en dichas fichas. En esta ocasión, con la pregunta: ¿Cómo garantizamos oportunidades de aprendizajes para TODOS nuestros alumnos? La SEP pretende que, tanto directivos como docentes, reflexionen y tomen decisiones en torno a la necesidad de favorecer y promover la construcción de una educación inclusiva. Entendiendo por ello, que en cada plantel de nuestro país, las prácticas en la escuela y las aulas, favorezcan el respeto a la dignidad humana y la valoración de la diversidad y que, en consecuencia, propicien que todos los niños y jóvenes, especialmente de los sectores sociales en desventaja, desarrollen al máximo sus potencialidades mediante una acción pedagógica diferenciada y el establecimiento de condiciones adecuadas a tal diversidad, lo que implica la eliminación o minimización de todo aquello que constituya una barrera al desarrollo, aprendizaje y a la participación en la comunidad escolar (SEP, 2019).
Para el logro de este propósito (tan extenso), la SEP sugiere 3 actividades: 1) Valoremos la diversidad como riqueza para apoyar el aprendizaje de TODOS los alumnos; 2) Compartamos prácticas educativas para brindar oportunidades de aprendizaje a TODOS los alumnos; 3) Exploración de habilidades básicas como medio para favorecer los aprendizajes (SEP, 2019).
Propósito y actividades que, se enmarcan en algo que ellos denominan “ambiente escolar inclusivo”. Nombre curioso que, me permitirá, adentrarme en un breve análisis de lo que la SEP propone y, desde la visión, de quién lo propone; porque si bien es cierto que la “jerga” educativa se ha ido modificando conforme a las políticas internacionales que así lo determinan, también es cierto, que los propósitos educativos, como el que persigue esta sesión del Consejo Técnico (CT), genera cierta ambigüedad entre quienes, por disposición oficial, tienen que abordarlo en sus respectivos centros de trabajo: los maestros.
Y es que mire usted, hablar de educación inclusiva, es hablar de lo que se abordó en la Conferencia de 1990 (de la UNESCO), efectuada en Jomtien (Thailandia), y en la que se promovió, desde el ámbito de la educación especial, la idea de una educación para TODOS, lo cual en términos sencillos puede significar, la idea de inclusión y, para efectos de estas líneas, educación inclusiva. Al respecto cabe enfatizar, que esa idea surgió desde la educación especial, un campo especializado y de vital importancia en cualquier Sistema Educativo y que, en los últimos años, en México, se ha relegado a un segundo plano (más por una mera moda que por un verdadero principio educativo) al implementar, tanto en educación básica como educación normal: la educación inclusiva. En fin.
Dicho esto, es menester recordar que, en 1994, bajo los auspicios de la UNESCO, en la Conferencia de Salamanca (sobre necesidades educativas especiales) se consolidó la educación inclusiva y se consideró, como un principio y una política educativa a la que un total de 88 países y 25 organizaciones internacionales, se sumaron asumiendo la idea de promover sistemas educativos con una orientación inclusiva.
Orientación inclusiva que, insisto, parte de una educación especial pero que, en los hechos, ni se ha entendido la primera, ni se ha comprendido la segunda, puesto que la SEP como tal, no ha brindado una adecuada y certera capacitación, actualización o profesionalización al magisterio o, si lo ha hecho, ha sido mal hecho.
¿No acaso la educación inclusiva está considerada a partir de un mandato constitucional?, ¿no acaso la orientación inclusiva significa un proceso que se da a lo largo de toda la vida? Consecuentemente, ¿por qué si uno de los requisitos que la misma educación inclusiva reconoce como fundamentales para el logro del propósito que persigue, y que tienen que ver con que los profesionales que interactúan con niños y jóvenes tengan una formación adecuada, pertinente y relevante sobre este tema, en México no se ha hecho?, ¿por qué un tema de gran relevancia, se sugiere abordar en los CT, de una forma tan simplista en algo que la SEP ha denominado “ambientes escolares inclusivos”. La pregunta en todo caso sería, ¿todos tenemos y entendemos la definición de educación inclusiva, ambientes escolares inclusivos, educación especial, Necesidades Educativas Especiales (NEE), exclusión social, integración escolar, entre otros, así como su desarrollo en los centros escolares?
Partir de lo básico parece una idea descabellada, sin embargo, poner en común temas (conceptos) para su comprensión, análisis y asimilación, se antoja harto pertinente cuando, insisto, la SEP no ha hecho su trabajo como debiera haberlo hecho y, el conocimiento que permea sobre este asunto, aunque ha sido adquirido por los muchos maestros por cuenta propia, difícilmente puede lograr una homogeneización, a partir de criterios bien definidos y apegados al conocimiento científico, con la idea de que éste coadyuve a la realización de su propio quehacer docente.
Caray, no debemos olvidar una premisa básica que implica la inclusión, puesto que ésta, tiene el enorme reto de crear convergencias de múltiples iniciativas que emanan de la educación especial, sociología de la educación, antropología cultural, entre otras.
Así pues, simplificar o reducir el tema de la educación inclusiva en uno de los tantos aspectos que son parte de ésta como los “ambientes escolares inclusivos”, desde mi perspectiva, es eso: una visión limitada de lo que la inclusión significa en términos de lo que se espera obtener en las escuelas de educación básica.
El aprendizaje de los alumnos a partir de los contenidos es importante, no lo niego, pero ¿y los demás aspectos?, ¿no influye el contexto, las interacciones, las evaluaciones psicopedagógicas, las NEE, la eliminación de barreras educativas discriminatorias, los modelos de atención establecidos en los centros escolares (quiénes somos, cómo nos conformamos y hacia dónde vamos), la profesionalización docente, etcétera, etcétera, etcétera?
Valdría la pena entonces, revisar las propuestas (actividades) que la SEP propone trabajar en los CT; muchas veces, se proponen temas, pero esas propuestas como lo he dicho, son reducidas y/o limitadas y, si a esto le agregamos que quienes son los responsables de conducir los mismos, en la mayoría de los casos, no tienen ni la menor idea de lo que se tiene que abordar en éstos (porque tampoco fueron capacitados como debiera), esos CT son un verdadero desperdicio.
Con negritas:
Hace unos meses, la malla curricular de la Licenciatura en Educación Especial que se imparte en las escuelas normales del país, se vio modificada (de nombre y contenidos) por una cuyo nombre me genera ciertas dudas: Licenciatura en Inclusión Educativa. Todo ello, con la intención de “armonizar” los planes de estudio de las normales con los que propone el modelo educativo 2017. Valdría la pena revisar si tal propuesta, no fue un asunto tomado a la ligera desde el “oficialismo”, puesto que como sabemos, la inclusión, debe permear de manera transversal, la educación básica y no porque, con alguna ligereza, se considere fundamental dada una propuesta curricular que Nuño nos entregó, muy mal hecha, hace poco más de 2 años.
Al tiempo.