Cada vez es más claro, con la investigación en todo el mundo y especialmente con los saldos educativos de la pandemia, que los temas de bienestar general y de armonía emocional son cruciales en educación. Para cada niña y niño, la escuela debe ser espacio seguro no sólo ante los contagios virales –ni qué decir de la disponibilidad de agua y sanitarios dignos–, así como la garantía de que la infraestructura no sea ella misma un peligro, por la precariedad de sus muros y techos, o por la presencia de zanjas, huecos, materiales cortantes que sobresalgan- sino también, por definición, en cuanto a las emociones y el clima de convivencia.
Ningún plan y programa de estudio, ningún currículum ni metodología tienen fundamento si la escuela no funciona como ambiente de serenidad, empatía, respeto, acogida y comprensión. Ya los grandes educadores del pasado lo tenían muy claro: la insistencia de María Montessori en la limpieza como compromiso común y cotidiano, el que los muebles y materiales fuesen seguros, con las dimensiones correctas y que propiciaran el trabajo y el juego comunitario; si hay espacio y clima, las personas florecen. Aunque es siempre contracorriente, es difícil encontrar una sola maestra de preescolar que no sepa de la importancia de los colores y el arreglo de su salón, y que no se dedique con amor y tenacidad –frecuentemente poniendo de sus magros ingresos– a que su aula sea un espacio para la imaginación y el gozo.
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Es esperanzador que el regreso a las aulas sea cada vez más concurrido, y en algunos lugares del país comience a acercarse a una presencia constante. Lo que no podemos dejar al acaso, y menos a la improvisación e irresponsabilidad de los funcionarios mayores del sistema, es la atención socioemocional. Niñas y niños llegan con secuelas del largo encierro: es cierto que muchos traen la energía desbordada después de haberse marchitado, atomizados, mirando unos minutos de televisión que fueron, en el mejor de los casos, un sucedáneo de baja nutrición. Pero ello no ahorra, y al contrario, redobla la necesidad de trabajar con todo profesionalismo en recibirles para recomponer la dinámica de grupo e identificar sus necesidades en el sano desarrollo emocional.
Esta semana presentamos, desde Mexicanos Primero, algunos sólidos datos que nos presentan el panorama. Dando seguimiento en panel a la muestra representativa de estudiantes de 10 a 15 años con los que conversamos en abril y a quienes presentamos retos concretos para identificar su pérdida de aprendizaje, hallamos en diciembre –usando el instrumento SCAS-Child– que la ansiedad generalizada está presente en 20 de cada 100 alumnos hombres y 15 de cada 100 alumnas mujeres, mientras que la ansiedad por separación en el 59.6 por ciento de los hombres y el 49.6 por ciento de las mujeres. Los indicios de depresión –registrados con el esquema CDI-Short– pasaron, de abril a diciembre, de 19.1 por ciento a 10.3 por ciento en los alumnos de primaria, mientras que en secundaria la disminución fue de 18 por ciento a 14.8 por ciento. En resumen, aun sin una política nacional sólida, volver a la escuela recupera en forma significativa elementos de salud mental de niñas, niños y jóvenes.
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La propuesta, entonces, que hacemos es: 1) cuidar las emociones de maestras y maestros y poner en marcha modelos de atención socioemocional flexibles y adaptados al contexto, con la formación y acompañamiento adecuados; 2) concretar alianzas con instancias de protección para canalizar casos graves, estableciendo un sistema de alerta para apoyar a familias y estudiantes cuando haya señales de depresión, ansiedad o enojo desmedido; 3) implementar el currículum de forma que los temas socioemocionales no queden en una materia con tiempos limitados, sino que estén presentes transversalmente en toda la convivencia escolar, tanto en los tiempos de aula como en los recesos; 4) generar estrategias conjuntas con toda la comunidad para que se fortalezca la atención socioemocional, siempre adaptada al contexto; 5) impulsar una auténtica política de participación; que ellas y ellos, los estudiantes, sus familias y docentes, puedan expresar cómo se sienten y que esto impacte en las decisiones de política pública que se tomen a nivel estatal y nacional.
El miedo, el duelo, la tristeza, la violencia y sus secuelas son graves barreras al aprendizaje. Para no arriesgar a que quede como llamado vacío e hipócrita, la insistencia a volver a las aulas que cada semana se hace desde la conferencia de la mañana “porque se afecta lo socioemocional”, el regreso sustentable y adecuado exige que la escuela no se vea sólo ni principalmente como “dispensador de conocimientos”, sino como espacio seguro y saludable.