La batalla de Puebla, como un acontecimiento más por celebrar, se suma a la larga lista de imprecisiones que de manera mal intencionada el gobierno ha cobijado bajo un manto de fanatismo ignominioso, pues es una fecha que debe encontrar su digno lugar sin ambigüedades, dando el justo valor a los hechos acontecidos.
La verdad oficial es incompleta y pretenciosa. Y más allá de esa “simpleza” gubernamental está el rezago informativo sobre hechos que deberían ser revelados con la mayor veracidad posible a todos y cada uno de los mexicanos que gocen de cabal razonamiento.
Por su lado los maestros por su parte solo arropan la suspensión de labores sin más alegatos que la silenciosa presencia de la ignorancia consentida.
Lamentable realidad que alimentamos a diario, y misma que podría pensarse innecesaria pero, sin conocer la real dimensión del pasado no puede entenderse del todo la esperanza de un promisorio futuro. A fin de cuentas para la superficialidad y conformismo de cada día solo basta con saber que “merecidamente tenemos un fin de semana largo”.
Pero también es obligación legítima ofrendar el respeto que se merecen aquellos desinteresados profesionales que han escudriñado la historia aliándose a su curiosidad para aportar un porcentaje adicional a sus alumnos con expectativas de éxito. Quienes por lo menos si han leído algo sobre aquella batalla de Puebla; que por cierto solo fue una victoria de primer tiempo.
Sin embargo la tendencia hacia un futuro que rinda los frutos merecidos en el campo de la educación atraviesa por otra batalla abrumadora donde no se puede saber con exactitud cuáles serán los resultados; cada vez es más evidente que son solo grupos de poder, grupos de choque, donde lo que menos importa es lo que sucedió por ejemplo en 1862 (La batalla de Puebla).
¡Revolucionemos el pensamiento colectivo…!