Terminó el ciclo escolar y empezó el verano. Esta semana y otras tres más corresponden al receso magisterial, un mes para que las y los docentes recobren fuerzas. Será necesario, pues enfrentarán después el ciclo más exigente de toda su vida profesional. El reto que les toca es inédito, y van a requerir de todo el compromiso de las autoridades para su preparación en Consejo Técnico y para asegurar condiciones de trabajo seguras y adecuadas para la gran tarea de recuperación.
¿Y qué pasa con niñas y niños? Estarán, esperemos, en un ritmo más relajado y amable, con sus familias buscando alternativas de actividades que continúen el aprendizaje, pero ya sin las estrecheces de horarios, carpetas y entregas por hacer. Hoy quiero referirme a los que experimentan los mayores retos: quienes se quedaron aislados de las principales oportunidades y aquellos para quienes el reinicio será más complicado.
No me alcanza el espacio para detallar el drama de quienes se quedaron al margen de las principales oportunidades en la etapa de educación a distancia. Los niños hablantes de lenguas indígenas, en preescolar y los primeros años de primaria, no tuvieron alternativas de programación televisiva en sus lenguas, salvo meritorios pero aislados esfuerzos. Las radios comunitarias fueron sumadas hasta una segunda oleada, con el pequeño alcance que su microfinanciamiento permite (apenas las voltearon a ver el día que las necesitaron desde el centro), y fue la garra y hasta el sacrificio de maestros indígenas –que trabajaron en el desvelo y recaudaron fuera de las vías oficiales para poder fotocopiar materiales– lo que dio un tesoro a sus alumnos, pero ciertamente eso no fue la norma, sino la excepción.
En la mayoría de los casos siguen sin aportarse los alimentos escolares previstos en Escuelas de Tiempo Completo. Bien que ya se les esté pagando a los maestros su compensación aunque el plantel esté cerrado, pero es triste que la autoridad no sienta la misma presión para que las familias no pierdan el sustento de sus hijos ligado al programa. Los caminos de la educación a distancia no se extendieron hasta alcanzar al grueso de niñas y niños de los Centros de Atención Múltiple, y los ‘maestros sombra’ sólo de su iniciativa, o de las familias, pudieron todavía asistir a los alumnos con condiciones de discapacidad intelectual o espectro autista.
Retomando la recomendación sensata de que los titulares del grado que concluyó ‘pasen’ junto con su grupo y la maestra de tercero de primaria de 2019-2020 lo sea de cuarto en 2020-2021, pues es quien mejor preparada está para apoyarles en plan de recuperación y reforzamiento, la SEP explícitamente propuso a los sistemas escolares de cada estado que así lo operen. Pero, ¿qué pasa con quienes cambiaron de nivel?
Las niñas y niños de sexto se fueron de la primaria sin posibilidad de cierre sólido, ni académico, ni de conclusión emocional; hubo muchas ‘graduaciones virtuales’, pero el verdadero desafío es cómo van a empezar su ‘curso remedial’ en una escuela nueva, ajena y que no tiene seguridad de cuándo inicia operaciones regulares.
Es ya de por sí complicado pasar del modelo de un solo maestro titular al esquema de 12 diferentes adultos con estilos diferentes, reglas no comunes y que incluso pueda darse que ni se conocen entre sí, porque se sientan lejos y no interactúan en el Consejo Técnico, únicos momentos en los que están en el mismo horario en la escuela. Desde ya los directores de secundaria debería estar motivando a sus maestros de primer grado del ciclo por iniciar y revisando que la experiencia de recibir a los nuevos alumnos y acompañar su nivelación sea una estrategia compartida y con compromiso de todas y todos los docentes, un mismo mensaje y actitud en todas las asignaturas, una capacidad de empatía reforzada, una atención a lo socioemocional y a lo propiamente pedagógico que es anterior y superior a todos los temarios de materia. Pensemos también en los chiquitos que iniciarán primaria, o quienes terminaron secundaria en casa y ahora ven como muro u oleada de tsunami la entrada al bachillerato.
Los primeros días son clave para atajar el riesgo de abandono, entendido sobre todo como la barrera de costo, de desmotivación, de necesidad que aleja a la generación joven de la escuela. El fenómeno lo conoce cualquier estudioso serio: una interrupción prolongada del servicio educativo puede tener como coronación fatal el alejamiento. Y peor si, en lugar de facilitar un reingreso sereno y gozoso, el cambio de nivel es hostil con los nuevos, afectadamente difícil, autoritario, inhospitalario.
La SEP y las secretarías estatales deben convocar a un gran pacto, alianza… ahora sí algo que merezca llamarse ‘acuerdo’: que no falte ninguna, que no falte ninguno. Y todos a concentrarnos en ese objetivo: las familias, el Sipinna, el sector salud, los trabajadores sociales, las organizaciones de sociedad civil, las iglesias, todos los que pueden ver niños y jóvenes que ya no están queriendo o pudiendo regresar a la escuela. Los que están en mayor riesgo son, obviamente, los más pobres, los mayorcitos en comunidades indígenas, los que no tuvieron asistencia para algún atorón emocional o cognitivo. Repetirán o se agravará las limitaciones de su familia de origen. Este fin de ciclo nos debe servir de preparación para poner fin al otro ciclo: romper el círculo vicioso de la pobreza y la postración, porque de verdad nos fijamos en que todos los que se fueron del aula en marzo regresen a ella en este otoño.