Enseñar como en Finlandia.

No se puede imitar en su globalidad al sistema educativo finlandés, pero si se pueden aprovechar lecciones puntuales sobre enseñanza. Al menos así lo ...
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No se puede imitar en su globalidad al sistema educativo finlandés, pero si se pueden aprovechar lecciones puntuales sobre enseñanza. Al menos así lo afirma el profesor Timothy D. Walker en su libro Teach Like Finland (2017) que hace algunos años dejó su escuela en Airlington Massachusetts, para ocupar una plaza en el quinto grado de la escuela básica finlandesa (perouskulu) de nueve grados.

Conocí muchas estrategias de enseñanza en Finlandia, dice Walker, pero la que juzgo es esencial para el éxito del trabajo docente es el Factor Alegría (Joy Factor). Claro, el Factor Alegría no se considera como un fin en sí mismo, sino como un elemento que sirve para alcanzar el objetivo pedagógico que te propones.

Sin embargo, dice Walker, yo pienso que la alegría o felicidad debe ser un objetivo amplio en el salón de clases, debe ser interpretado como un estado de emoción positiva elevada que no desvía la enseñanza y el aprendizaje, sino que mejora el aprendizaje y mejora la inteligencia social y emocional.

Pero ¿cómo instalar en el salón de clases el Factor Alegría? Para eso, dice el autor, hay que tratar de lograr cinco objetivos y buscar conjugarlos en el tiempo y el espacio. Estos objetivos son: el bienestar, la pertenencia, la autonomía, la destreza y una mente ordenada.

El bienestar se logra en Finlandia haciendo que los recreos (quince minutos libres cada 45 minutos de clase) sean realmente descansos mentales; logrando combinar el aprendizaje con el movimiento del cuerpo (activación física); que al salir de la escuela (usualmente a las 16 horas), el profesor se desprenda realmente de su trabajo; que el espacio escolar se simplifique (es decir que los muros del aula no se llenen de carteles y mensajes como lo hacemos en México); que periódicamente el maestro y su grupo de clase realicen excursiones en el entorno silvestre (bosque, selva, campo de cultivo); que se logre en el aula y fuera de ella una auténtica atmósfera de calma y tranquilidad.

El maestro es capaz de desarrollar el sentimiento de pertenencia con algunas actividades concretas: necesita integrarse a un equipo de docentes amables, conocer a cada uno de los alumnos por su nombre y su historia personal, jugar con sus alumnos en un plano razonable de igualdad, festejar y celebrar los aprendizajes de cada uno de ellos, construir un espíritu de grupo entre alumnos y maestros en la preparación del Campo Escuela que es una estancia de los alumnos en un campo al inicio del otoño. Esto genera sólidos lazos en el grupo.

La autonomía o libertad de los alumnos es un hecho. Cuando terminan las clases los alumnos se retiran de la escuela sin la compañía de los maestros (lo cual indica que existe un buen ambiente de seguridad), de igual importancia es dar margen para que los alumnos desarrollen su trabajo por sí mismos, dejar que ellos tomen sus decisiones, planear junto con ellos el trabajo colectivo, lograr que los productos sean reales y tangibles, al mismo tiempo que el profesor exige responsabilidad.

La destreza (del maestro) depende de que enseñe los temas esenciales y nada más, que tome en cuenta los libros de textos, que se otorgue importancia a la tecnología digital, que se introduzca la música, que se aconseje cercanamente al alumno y se compruebe los aprendizajes que han adquirido.

La mente ordenada se logra cuando todo fluye, cuando se adquiere un buen grado de tolerancia, cuando se colabora con los demás maestros, cuando se reciben con entusiasmo a los especialistas, cuando se toman realmente las vacaciones y y cuando, obviamente, no se pierde el buen humor y la alegría.


Artículo publicado en La Crónica de Hoy

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