A más de un año de la sacudida que COVID19 le dio a nuestras vidas, aún no sabemos cuánto durará, pero sí a comprender de una mejor manera la necesidad que tenemos a futuro como sociedad de observar, descubrir y describir.
Y de una observación ligera y sin tener información oficial para entender científicamente la baja del contagio se tienen varias percepciones, primero que la tercera ola nunca llegó, después el rumor colectivo y esperanzador de la inmunidad del rebaño y más preocupante, que muy pesar de la lentitud de la vacunación la curva se aplanó y que la nueva normalidad es cada vez más normal y menos nueva. Pero cuidado, son sólo percepciones.
Es indudable que la vacunación al sector educativo abona mucho a la disminución del contagio y permite generar confianza al sistema nacional contra la pandemia, porque recordemos, el problema actual es de salud y no educativo y como tal hay que solucionarlo. Y es ahí donde la tecnología predictiva, basada en inteligencia artificial, internet de las cosas y minería de datos, aparece como herramienta de apoyo para tener escuelas completas sanas y seguras durante esta emergencia, pero sobre todo, es prevenir las próximas contingencias de virus tan repentinos y complejos como SARS-COV2 o tan comunes como alergias estacionarias, epidemias como paperas, influenzas, etc., que también afectan los calendarios escolares.
Recurrir a la tecnología no es nuevo en la educación nacional, pero la gran diferencia ahora es que su importancia recae en proteger la salud directa de maestros, alumnos, directivos, empleados y todas las personas que logran la operación eficiente de las escuelas. Hoy COVID19 nos enseña que la tecnología sanitaria es tan importante como la tecnología educativa y todavía estamos muy a tiempo para instalar en salones y oficinas equipos (medidores de CO2 con sanitizadores por ozono automatizados y pulseras biométricas para vigilar oximetría, temperatura, frecuencia cardíaca y presión arterial) para disminuir riesgos de contagio en la población académica, pero sobre todo implementar plataformas para monitorear en tiempo real toda esta información de salud y ambiental y generar bases de datos cruzados con mapas de calor de contagio y sanitarios dentro y fuera de las aulas, emitir notificaciones y alertas a las autoridades de salud, educativas, padres de familia y comunidades escolares. No olvidar que sí no medimos, ni mejoramos ni controlamos.
La partícula de COVID19 se transporta más rápido, llega más lejos y cubre más áreas cuando se instala sobre las partículas del aire (PM2.5), mayor riesgo que en superficies. Este escenario espacial de contagios se agrava en espacios cerrados, poco ventilados o con aires reciclados, donde la respiración humana natural arroja CO2 suficiente para producir ambientes con alto riesgo de contagio vía área, como sucede en un salón durante clases presenciales.
Así como en una curva combinada de asombro y aprendizaje, la población escolar se fue acostumbrando a convivir con la tecnología de tablets, pizarrones digitales, módems en los techos, computadoras, impresoras y scanners e incluso, en algunas regiones calientes del país, aires acondicionados para mayor confort. Ayer el teléfono móvil inteligente era indeseable en las aulas; hoy el smartphone es el compañero necesario de maestros, alumnos y padres de familia (una aceptación tecnológica en meses, lo que nunca lograron en años las súper millonarias plataformas de Tablet Aprende MX o Enciclomedia, después conocida como PHDT, Programa de Habilidades Digitales para Todos). Así es el tamaño de nuestra evolución tecnológica, donde el sentido común nos obliga a concluir que debe existir una proporción mayor a la inversión tecnológica en salud enfocada a la educación.
En situaciones atípicas y críticas las soluciones del momento parecen exageradas y caras, pero desde 2019 a la fecha COVID19 el costo ha sido mucho más alto y ya rebaso cualquier exageración.
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