Cuando en marzo de 2020 las autoridades anunciaron la suspensión de clases presenciales, nos dijeron que únicamente sería por dos semanas del calendario lectivo más las dos semanas del periodo vacacional de semana santa; aseguraron también que luego de este receso, los contenidos serían recuperados sin mayor problema, los planes y programas establecidos se cumplirían a cabalidad. No hubo mayores precisiones ni directrices.
Ante la indefinición inicial de la SEP respecto al modelo a seguir para continuar con las clases desde casa, varias escuelas decidieron recuperar su experiencia, su referente fue el sismo de 2017, cuando también se suspendieron clases debido a los daños en la infraestructura. Desde entonces crearon blogs y páginas de Facebook; cuando la SEP anunció la suspensión de clases por la pandemia, actualizaron y aprovecharon estos recursos para mantener contacto con los alumnos y sus padres. Otras escuelas tomaron acuerdos concretos aprovechando el último Consejo Técnico presencial realizado el 13 de marzo de 2020; atendiendo indicaciones de la supervisión o de las direcciones generales, otras optaron por dejar tareas, mismas que evaluarían después de vacaciones.
Fueron respuestas inmediatas, animadas por la preocupación y el interés de brindar apoyo ante una situación inédita, guiadas bajo el supuesto de que pronto se restablecerían la presencialidad; es el tipo de respuestas que han surgido cuando ocurre una catástrofe natural, un incendio, terremoto, ciclón o accidente. Lejos estábamos de imaginar que dos años después, continuaríamos en medio de una pandemia que parece no tener fin.
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A mediados de abril de 2020, el gobierno federal anunció que la suspensión de actividades presenciales se extendía un mes más, mientras tanto las clases se reanudarían en forma remota a través de la televisión y plataformas digitales. En ese momento era obvio que la SEP no tenía claro qué hacer, las declaraciones y anuncios de su titular eran confusos y erráticos, como aquél de la carpeta de experiencias que luego resultó ser de evidencias (Carpeta de experiencias vs. carpeta de evidencias). Semanas más tarde, en medio de la confusión, la suspensión de la presencialidad se extendió quince días más; finalmente, la realidad pandémica se impuso.
En junio, Esteban Moctezuma Barragán anunció que el ciclo escolar 2020-2021 comenzaría como estaba previsto en el calendario, las clases continuarían desde casa, pero ahora maestras, maestros, niñas, niños, jóvenes y junto con ellos las madres y padres de familia, debían seguir la programación de Aprende en Casa II, beneficiando a las televisoras privadas con recursos públicos para que transmitieran contenidos educativos.
A partir de ese momento, la SEP comenzó a imponer un férreo control sobre los maestros, exigiéndoles entregar reportes y evidencias de todo tipo. El anuncio oficial de la aplicación de Aprende en Casa II puso freno (o cuando menos eso pretendió la SEP) a las iniciativas de recuperación de la experiencia de la magisteria, desalentando la adopción colectiva de decisiones en las escuelas.
Ese fue el inicio del fin de la escuela, cuando menos tal como la habíamos conocido hasta entonces. La gramática escolar se alteró, el espacio, los horarios, los rituales, las relaciones, los medios y formas de aprender cambiaron; aunque hubo maestras y padres que se empeñaron en recrear el aula en sus propias casas, al paso del tiempo la situación fue tornándose tan incierta como complicada; después de todo, la casa no es la escuela, por más que las decisiones gubernamentales así lo hayan pretendido.
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Ante el imperativo de continuar las clases en forma remota, las inquietudes se multiplicaron: ¿con qué equipo estudiarían lxs alumnxs?, ¿quién dotaría de recursos a lxs maestrxs?, ¿quién cubriría la conexión a internet?, ¿cómo se resolverían las limitaciones tecnológicas? Las autoridades educativas, las mismas que decidieron instrumentar un programa que exigía contar con recursos tecnológicos de diverso tipo, nunca dieron respuesta, mucho menos soluciones concretas a estas interrogantes, tan urgentes como obvias. Para la SEP esto no representaba impedimento alguno; se dijo que el programa respondía principalmente a un criterio de equidad, pues quienes no dispusieran de recursos tecnológicos, mínimo un smartphone, con toda seguridad tenían una TV en casa, además de los libros de texto gratuito.
Lo cierto es que tanto las clases remotas como Aprende en Casa aceleraron la adquisición y consumo de plataformas digitales, dispositivos electrónicos y toda clase de recursos tecnológicos. Como sabemos, el costo fue cargado a las familias y a los docentes, quienes se vieron prácticamente empujados a resolver por su propia cuenta y con sus propios medios estos “pequeños” grandes detalles. Algunos gastaron parte de su salario o de plano se endeudaron para adquirir los recursos necesarios, esto en medio de circunstancias por demás difíciles, como la reducción de ingresos o la pérdida del trabajo; para otros, los más, simplemente fue imposible continuar estudiando. A la fecha, no disponemos de datos confiables sobre el número de estudiantes matriculados que no regresaron ni han regresado a la escuela, mucho menos sabemos cuáles han sido los motivos.
Balance provisional
¿Qué hemos aprendido de este tsunami pandémico que no cesa? Parece que no mucho, a juzgar por las olas recurrentes de contagios. Entre las posibles causas está la escandalosa desigualdad en la aplicación de vacunas (Tres vacunados por cada cien personas en los países pobres el caldo de cultivo para nuevas mutaciones del coronavirus). Sin patentes liberadas, las farmacéuticas se han enriquecido a manos llenas; a esto se suman las desigualdades preexistentes, mismas que crecieron exponencialmente; los ya de por sí ricos se volvieron más ricos, mientras los pobres se hicieron más pobres, hoy el abismo entre unos y otros es todavía más grande que antes de la pandemia (5 millonarios mexicanos incrementaron su fortuna en 2020)
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¿Cuál es la situación actual luego de estos dos años pandémicos? Señalaremos solo algunos aspectos sin pretensión de exhaustividad, destacando aquéllas relacionadas con la escuela y la educación.
- A la “nueva normalidad” se impone la necia realidad. Después del período vacacional de invierno, la cuarta ola de Covid coloca nuevamente en tela de duda el retorno a clases presenciales. La misma titular de la SEP ha reconocido que ante el temor al contagio por la variante Ómicron, la primera semana de enero han asistido a clases poco más de 17 millones de alumnos (Delfina Gómez reconoce difícil regreso a clases; hay reducción de 42.8% de asistencia).
- Ante los elevados contagios en lo que va del primer mes de este 2022, el gobierno de la 4T mantiene la política NPN (no pasa nada). Así lo ratificó hace una semana AMLO, cuando se presentó en la conferencia mañanera sin cubrebocas como ya es su costumbre, y con síntomas de la enfermedad; pese a reconocer que se reunió con colaboradores contagiados, minimizó la situación, era solo “una gripita”. Dos días después anunció que tenía Covid por segunda vez, la primera fue justo hace un año.
- Mientras tanto, miles de personas se suman a la estadística de casos activos, número de hospitalizados y fallecidos, que si bien es cierto se han reducido drásticamente respecto al año pasado, aún ocurren y eso es siempre lamentable. Sin rubor alguno, las autoridades de salud le han dicho a la población que en caso de tener síntomas no se hagan la prueba, mejor asuman que están contagiados y se confinen al menos cinco días, sin reparar en que para hacer eso, las personas necesitan de una prueba que compruebe su estado de salud para obtener la incapacidad médica correspondiente (La odisea administrativa para conseguir la incapacidad por Covid)
- Pese a que alrededor de quince entidades anunciaron la postergación del reinicio de clases presenciales debido al acelerado contagio, no han faltado autoridades educativas, sobre todo de nivel operativo, que desconfiadas como son del magisterio, han exigido desde la comodidad de sus oficinas, presencialidad sin pretextos o bien, presentación de la incapacidad médica del ISSSTE, que también es un triunfo conseguir (Enfermos de Covid 19 en León batallan por expedición de incapacidades en el ISSSTE)
¿Qué lecciones podemos extraer de todo esto?
Primera. La confirmación de que la pandemia nunca fue una emergencia, un accidente ni un siniestro, tampoco una contingencia pasajera, al menos no para nostrxs. Así lo planteamos en ¡Seamos Virus! Covid-19 y urgencia de lo común, un pequeño texto publicado en diciembre de 2020, en el que asumimos una postura clara que hoy podemos afirmar, no era errada: la pandemia es un evento inédito, un acontecimiento que interrumpió el flujo de nuestra existencia; no solo puso en cuarentena al planeta, sino que luego de dos años, continúa irrumpiendo en nuestras vidas, provocando efectos de distinto tipo, cuya gravedad apenas comienza a vislumbrarse pero todavía no conocemos ni entendemos del todo.
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Segunda. No hay tal cosa como época post covid, no todavía. La pandemia ¡NO HA TERMINADO!, seguimos navegando, mejor dicho, naufragando en ella. Como dijimos antes, sus efectos todavía no son del todo claros en el terreno educativo. Pese a los incontables encuentros y numerosos foros de análisis sobre el futuro de la escuela y la educación, no podemos asegurar que la forma escuela volverá a ser la misma. Tampoco sabemos qué quedará de ella o cómo cambiará. Mucho menos podemos asegurar que mantendrá la primacía como la única vía para educarse; es posible que emerjan otras modalidades derivadas de la irrupción tecnológica (Escuela en Florida dice adiós a clases vía zoom y adopta la realidad virtual), o bien que los propios padres opten por otras modalidades educativas por considerar que ni las plataformas ni Aprende en Casa ofrece a sus hijxs una educación a la altura de sus aspiraciones (Mi hijo no va al colegio, lo educo en casa). Frente a estas posibilidades, la escuela pública continuará siendo, sin duda alguna, la alternativa para los más pobres; precisamente por eso habría que analizar qué puede ofrecerles cuando la devastación ecológica avanza, al igual que la tecnología, a pasos agigantados. Estas son algunas de las razones, entre otras muchas, por las que no debería permanecer tal como la conocimos antes de la pandemia.
Cuarta. El regreso a la presencialidad no ha sido como se nos ha querido hacer creer, tampoco como desearíamos que fuera. Si bien el 30 de agosto de 2021 AMLO lanzó un ultimátum, una especie de “hágase el regreso a clases”, el camino al cumplimiento de esta orden ha estado lleno de dificultades, justamente porque la pandemia no ha terminado. Las escuelas, principalmente las públicas, se han organizado como han podido con los recursos que han tenido a la mano, que son más bien pocos; en algunas los alumnos han sido divididos por apellidos para evitar saturación de espacios y por tanto contagios, en otras acuden en determinados días u horarios. En estas condiciones, no sabemos qué y cómo están aprendiendo las niñas, niños y jóvenes.
Luego de este breve recorrido, cabe preguntarnos: ¿no será tiempo ya de reconocer que somos parte del problema y por tanto de la solución?, ¿no deberíamos replantearnos la situación y reenfocar nuestra mirada?, ¿no convendría revisar cómo hemos actuado?, ¿qué hemos hecho y dejado de hacer?, ¿no deberíamos exigir soluciones distintas, a la altura de un acontecimiento que vino a cambiarlo todo?, ¿no será ya tiempo de abandonar el cuidado como un mero eslogan y tomárnoslo en serio?
Tenemos por delante mucho que pensar y hacer. Aferrarnos a lo de antes para regresar a lo mismo, no será posible y tampoco es opción.
Publicado en Insurgencia Magisterial