La imagen es horrible, pero aplica: es un drama que los migrantes del sur de México y Centroamérica viajen en el techo y los vagones de carga de un tren, la infame ‘Bestia’, para acercarse a su destino. Es incómodo, es riesgoso, no es lo deseable. Pero si te bajas, ya no te vuelves a subir.
Así pasa en el sistema educativo a nivel básico: quien no se inscribe, quien no se presenta, difícilmente se suma más adelante. Sea en preescolar, en primaria, en media superior. Incluso quienes ya estaban en el aula, y comienzan a no acudir, si no se les contacta pronto, pueden pasar de ausencia temporal a ausencia permanente. El abandono no es tanto que se vayan… el abandono es que no hagamos nada, que los abandonemos.
En su momento, se puso en marcha el SisAT, el Sistema de Alerta Temprana, para que los docentes reportaran rápidamente a la dirección y la supervisión sobre las dificultades en el aprendizaje, situación socioemocional, conducta o ausencias para monitorear y hacer intervenciones de apoyo adicionales. Ha tenido fortuna dispareja: en algunos estados es una formalidad, en otros es casi una ‘alerta Amber’ que moviliza a diversos agentes para que no se les deje solos, cayendo y luchando con sus propias fuerzas y recursos para no perderse y regresar.
Ahora bien, si en la operación típica la ausencia tiende rápidamente hacia cristalizarse en abandono, con la prolongación de la jornada de sana distancia y la apertura del ciclo escolar a distancia, es más importante que nunca prevenir y atajar los riesgos de ausencia y abandono para las y los estudiantes.
Mención aparte merece la situación de aquellas familias que ‘no ven la necesidad’ de sumarse con sus hijas e hijos a las actividades a distancia, en los primeros años de preescolar, o para los jóvenes de media superior que piensan que pueden ‘dejar pasar’ un semestre o un año hasta que se retome lo presencial, y que eso es fácil de recuperar. No, no es así. Si se bajan, si no se suman oportunamente, es mucho más difícil hacerlo después. Un dato, y por favor compártanlo con todos a quienes escuchen estar dudosos: las inscripciones se van a prolongar hasta el 11 de septiembre. No es lo ideal, pero conéctense aún a distancia. Es como comer atún en lata y galletas en lugar de lo que preparan en casa, pero que no dejen de nutrirse niñas, niños y jóvenes, que no se alejen de las posibilidades ordenadas y deliberadas de seguir aprendiendo. Es más, la ley indica que toda escuela debe recibir en cualquier momento a los estudiantes, sin importar que ya haya iniciado el ciclo ni qué tan avanzado esté: es un derecho humano tan fundante, el de aprender, que lo administrativo debe cobrar siempre un lugar secundario, y ponernos todos a que no se quede nadie fuera.
Por supuesto, atajar el abandono está estrechamente ligado a hacer un compromiso de inclusión y equidad: tiene un enorme impacto la situación de limitación económica de la familia, el desánimo, el atractivo de otras actividades o el desajuste de los conflictos intrafamiliares llevan a las y los estudiantes a no inscribirse o dejar las actividades. Por su condición de discapacidad, o al tener muy pocos y pobres recursos en su cultura e idioma los hablantes de lenguas indígenas, o los hijos de jornaleros, o quienes están retenidos o son migrantes pueden ausentarse del sistema que los abandona. Pasa en paralelo para quienes sus comunidades están muy aisladas de las rutas y la conectividad, o fueron cerradas a visitantes.
Este reto de evitar la desconexión exige que se aborde con un mensaje oficial y social convergente, una verdadera campaña no sólo en medios sino como estrategia nacional, y que a la vez favorezca respuestas aterrizadas y contextualizadas a cada región, zona y comunidad de aprendizaje. Que la prevención y superación de la ausencia y el abandono también sea una causa en la que involucremos a los demás órdenes de gobierno, a los otros sectores, las familias y a la opinión pública. El mensaje debe ser a la vez “aquí nadie se rinde” y “es tarea de todos que ninguno nos falte”.
Urge el arranque con algún tipo de entrevista presencial, especialmente para los más grandes, una estrategia de “pasa por tu paquete de materiales y las consignas de tu misión” que al menos dé ese mínimo de vinculación con el plantel de cada una y cada uno, que es más tangible que “el sistema educativo”. Aprovechar las visitas domiciliarias de otros agentes del Estado, como los de salud y bienestar, para captar información sobre ausencia o desconexión. Preguntar a las y los compañeros si saben de alguien que se desconectó, se quiere ir a trabajar, tiene dificultades de situación familiar o estado de ánimo.
Es una pena trabajar y estudiar a distancia. Pero, de verdad, sí vale la pena.