Repensar el aprendizaje

La pandemia ocasionada por la enfermedad COVID-19 ha traído consigo el derrumbe de una serie de premisas alrededor de la escuela y de la ...
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La pandemia ocasionada por la enfermedad COVID-19 ha traído consigo el derrumbe de una serie de premisas alrededor de la escuela y de la digitalización del aprendizaje. Incluso las Universidades (donde se cuestiona y genera el conocimiento) han decidido reflexionar sobre sus propias limitaciones con respecto a esta modalidad de gestionar la enseñanza.

No cabe duda, esta situación (no la última que enfrentaremos) nos sorprendió a todos. Familias, estudiantes, profesores, autoridades e instituciones comenzamos a añorar y valorar la escuela como un espacio de encuentro físico que nos permite (con mayores o menores oportunidades) desarrollarnos de manera integral. La realidad es que regresar al edificio sí nos evoca, al mismo tiempo, una suerte de nostalgia y libertad del encierro en casa.

Sin embargo, este repentino suceso de cerrar las escuelas y permanecer en los hogares nos permite desarrollar un ejercicio de introspección sobre lo que significa aprender en nuestra sociedad y en la escuela y sus alcances.

Con el reciente “regreso” a clases ocurrió una revolución. Pero en los niveles de ansiedad, confusión y frustración de muchos profesores, estudiantes y sus familias. No es para menos. El diagnóstico previo había surtido efecto: tratar de implementar una digitalización forzada a todas las comunidades escolares sin estar preparados mostraría grandes brechas de inutilidad e inequidad al paso del tiempo.

En este colofón de buenas intenciones, lejos de centrar la discusión en la utilización de recursos tecnológicos u otros complementos para la enseñanza a distancia, me parece que abrir la discusión sobre repensar el aprendizaje y la función y alcances de la escuela desde aristas poco cuestionados, debe ser considerado una responsabilidad ciudadana.

Por ejemplo, es de llamar mi atención la vehemencia de muchas comunidades escolares y de las autoridades escolares del Estado, incluso de autoridades civiles, por “esperar” las indicaciones de acción desde la Secretaría de Educación Pública. Entiendo la jerarquización de la federalización pero, con el adjetivo, me refiero a que es sorprendente que muchos (directores, supervisores, jefes de sector, autoridades locales) no se mueven, proponen, comparten, lideran, acompañan, salvaguardan el derecho a aprender de los estudiantes en sus escuelas. Por que eso nos debería guiar en una contingencia de esta magnitud ¿o no? ¿Alguno de nosotros sabe que opinan los estudiantes sobre lo que esta pasando? ¿Cómo lo han sobrellevado ellos y sus familias? ¿Tendrán algo que decir sobre la mejor forma de regresar a clases? Me parece que sí.

¿Acaso no es momento de cuestionar la excesiva dependencia de las comunidades escolares por recibir indicaciones desde afuera y desde arriba?. Tal vez, es tiempo de discutir sobre la autonomía de las escuelas. ¿Cómo debería ser? Lo que sí sabemos es que en una futura contingencia sanitaria, la capacidad de respuesta sería desde terreno y no desde una entidad que lo desconoce.

En este sentido, un elemento que resulta clave es la figura del director escolar y su red de apoyo. ¿Cuál es el rol de los liderazgos alrededor de la escuela? ¿Seguir comunicando lo que se mandata desde el centro? ¿O será posible pensar en un rol más activo y autónomo para la toma de decisiones? ¿La red de apoyo podría emitir lineamientos para la organización de interacciones con profesores y estudiantes, con determinadas poblaciones que enfrentan barreras para el aprendizaje y la participación? El nuevo perfil de promoción a la función directiva de 2019, ¿contempla indicadores que den muestra de estas capacidades?

Otro punto, es la escuela como espacio de encuentro y la segregación del aprendizaje en grados escolares. Me parece que las escuelas de modalidad multigrado tienen mucho que enseñar. ¿Sería tiempo de cuestionarnos si segmentar el conocimiento por edades escolares es lo que necesitamos o el aprendizaje es un proceso continuo que tiende a florecer en ambientes intergeneracionales? En ese sentido, el rol de las familias ¿se podría potenciar al promover interacciones naturales entre sus integrantes?

Sobre los contenidos, ¿qué debemos (nos gustaría) aprender? ¿qué debo (me gustaría) enseñar? ¿Podrían auto generarse currículos multianuales, trianuales alineados a la consecución de los grados escolares? ¿Los planes y programas deberían ser considerados opcionales, con enfoques mas abiertos que inviten a la autonomía curricular en vez de un listado de contenidos a cumplir? ¿Esto permitiría una mejor integración de la sociedad en la escuela?

Los profesores, para atender nuevos esquemas de enseñanza, ¿deberían “capacitarse” en una sola plataforma virtual o bien, considerar la formación en estrategias didácticas que fomenten el aprendizaje a través de diversas herramientas tecnológicas? ¿Podrían colaborar en colegiados que permitan intercambios de experiencias y establecer sinergias al interior de la escuela en proyectos mas amplios con criterios de pertinencia, actualidad, interdisciplinariedad, que fomenten la participación activa de los estudiantes, su resiliencia, integración y empatía? El mecanismo de ingreso a la docencia 2019, ¿incluye procesos que permitirán a las nuevas generaciones docentes responder de mejor manera a estas contingencias?

Todas estas preguntas (y muchas otras) surgen de un acontecimiento repentino y que trastocó la vida familiar y profesional de quienes asisten a la escuela. Personalmente, me parece terrible que perdamos una verdadera oportunidad de transformación como esta. Es decir, lo realmente importante, más allá de los resultados del programa “Aprende en Casa” deberíamos repensar el aprendizaje en, desde y fuera de la escuela con otros mecanismos de participación permanentes, informados, incluyentes y trascendentes a ideologías en turno.  

Como vemos, el cierre de las escuelas y el aislamiento voluntario nos puede traer beneficios importantes si todos, en especial, las autoridades escolares, están dispuestos, así como han pedido a los profesores, a ser receptivos y adaptarse a paradigmas educativos más profundos. Lo realmente importante vendrá después de la pandemia con el regreso a la escuela de millones de niñas, niños y jóvenes junto a sus profesores. Pero de nada habrá servido este tiempo, si no nos hacemos las preguntas que importan.

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