El yerro del secretario Nuño en la inauguración del ciclo escolar 2017-2018 al describir a Julieta Fierro como “astróloga” en lugar de “astrónoma”, eclipsó en los medios al mensaje del Presidente Peña Nieto, quien a su vez perdió una brillante oportunidad de edificar o reconstruir puentes para hacer un nuevo intento de persuadir sobre las “bondades” de la reforma en el sector educativo.
Luego de que el polvo estelar de los “memes” y comentarios referidos al secretario y su cósmico traspié se fue asentando, la atención volvió sobre el mensaje presidencial, que los encabezados periodísticos sintetizaron como contundente anatema: Quien esté contra la Reforma Educativa está contra México: EPN.
La alocución presidencial, que también motivó comentarios hirientes en virtud de los tropiezos, estuvo orientada más al gran público y a los medios que a los alumnos de la escuela, a quienes no les quedaban muy claros conceptos como el de “conciencia crítica”, a la que se refería con tanta vehemencia el ilustre visitante. El “Esfuerzo indígena”, nombre de la escuela, parecía insuficiente para que los niños comprendieran a cabalidad lo que Peña Nieto dijo que ha hecho para defenderlos de los masiosares que se oponen a la Reforma.
Después de todo, y salvo algunos tropiezos, el discurso no fue tan malo, y quizá hasta pudo estar cerca de convencer a no pocos detractores de la Reforma, sobre todo por lo reiterativo que fue el Presidente en reconocer el trabajo de los maestros.
Habló el mandatario de los tres pilares sobre los que se sustenta la Reforma, que en su opinión y desde su perspectiva, cada día más maestros hacen suya: la ampliación y mejora de la infraestructura; la evaluación y promoción de los docentes; y los contenidos, que tienen como centro y novedad el añejo “aprender a aprender”.
Todo aceptable, hasta que luego vino la advertencia aquella de que quienes se pronuncien en contra de la Reforma Educativa, en los hechos son traidores a México, lo que ha sido traducido como “estás conmigo o contra mí”, habida cuenta de que es la actual administración la promotora.
Y ahí todo se derrumbó, como diría Emmanuel, pues ni son pocos los críticos de la Reforma Educativa, ni el hecho de que se opongan a ella los sitúa en la condición de adversarios de México y enemigos de la niñez. Por el contrario, justo porque desean un mejor futuro para este país y sus habitantes es que han señalado las falencias. Maestros críticos parafrasean al propio Presidente, y señalan que no se levantan pensando en cómo joder a la educación, sino cómo contribuir a su mejoramiento.
Quizá en otros momentos y circunstancias la frase presidencial hubiese despertado aplausos más allá de los círculos gubernamentales, pero no parecer ser ahora las condiciones más propicias para excomulgar con ese golpe de autoridad a quienes disienten.
Por cierto que la idea y la frase ya se las había apropiado desde hace buen tiempo el único candidato que hay hoy a suceder a Peña Nieto, y justamente por ello a tal candidato , visible para todos menos para el INE, —López Obrador, pues, para que no quede duda— se le ha acusado de autoritario.
Ahora bien, si hablamos de legalidad, tendríamos que señalar que la Reforma Educativa está en ese marco, pues se apega a la ley. Pero no es ética, puesto que la ética se funda en reconocer la existencia de los otros, en este caso los de las voces discordantes, que ahora han sido colocados como contrarios a los intereses de la nación y sus habitantes.
Así que alguien tendría que decirle al Presidente que su reforma tiene base legal, legítima, pero carece de sustento social porque se perciben otros móviles y se persiguen otros propósitos antes que el mejoramiento educativo; alguien tendría que aconsejarle que una actitud democrática sería escuchar a los maestros, a todos los maestros, no solamente a los que afirma representar Juan Díaz.
Tendrían que comentarle al Presidente que, adicional al contenido mismo, la Reforma Educativa enfrenta por lo menos otros dos obstáculos: la ausencia de consensos firmes, y la insuficiencia de tiempo. Y que esos obstáculos se muestran infranqueables: uno por falta de voluntad, y el otro por inexorable.
Pero es evidente que quienes debieran decírselo son los menos interesados en hacérselo saber. Y por eso en medio de la penumbra, como la que causan los eclipses, se dan las confusiones sobre quiénes son los que verdaderamente están a favor de México y quiénes en contra. Y por eso decir que “quien está en contra de la Reforma está contra México” no puede ser aceptada como una conclusión válida en un país que intenta ser democrático, ni en una Reforma para la que es esencial el concurso mayoritario, sobre todo, claro, de sus protagonistas principales.