Los foros de consulta para la reforma del modelo educativo son ocasión para que se repita hasta el cansancio el diagnóstico, sin duda cierto, de que en México la educación está muy mal. Sí, lo sabemos desde hace mucho tiempo, y sabemos que es un problema casi mundial (en 1967 Philip Coombs describió la crisis mundial de la educación; desde entonces poco ha cambiado)… ¿Y? ¿Qué sigue? Todo indica que ante el primer encontronazo de la SEP con la realidad –a partir del fallido intento de hacer a los maestros culpables de todo– no tienen idea de por dónde seguir.
Varios funcionarios de la Secretaría de Educación Pública (hay excepciones), con la inconsciencia que da la novatez en el campo, han hecho declaraciones que exhiben la ausencia total de ideas para impulsar una auténtica reforma educativa. Sus discursos, que debieran servir para inspirar y estimular el trabajo de esos foros, son la repetición de lugares comunes, frases hechas, consignas. Un ejemplo, entre muchos: el subsecretario de Educación Media Superior “dijo contundente –según informa la propia SEP– que el aprendizaje de adolescentes y jóvenes mexicanos en la escuela es ‘insuficiente, desigual e inadecuado’, por lo que requieren una educación acorde con un mundo en constante cambio, que privilegie la aptitud de investigar, de aprender por cuenta propia y el interés y compromiso de aprender a lo largo de sus vidas”. ¡Ah! ¿De veras? ¿No lo sabían? ¿No pueden aportar siquiera un intento de explicación? ¿Algún dato nuevo? ¿Alguna propuesta concreta para avanzar?
No han presentado propuesta alguna acerca de cómo abordar los retos pedagógicos básicos que tiene la educación, ignoran que en ellos está el meollo de la calidad. Si se asomaran al rico trabajo académico existente en este complejo y amplio campo (en vez de estar atendiendo a Televisa/Mexicanos Primero y la OCDE) encontrarían ideas que superan las insustanciales visiones economicistas y burocráticas en que están encerrados. También deberían asomarse a las experiencias exitosas que con gran esfuerzo, de manera independiente y en ocasiones en contra de las disposiciones oficiales, se realizan en varias escuelas mexicanas.
En el vocabulario de la SEP abundan palabras pegajosas como la competitividad y las competencias, y otras huecas como la llevada y traída pertinencia y la eficacia, vocabulario provisto por la administración, la economía y la sicología predominante (conductista, experimental positivista, industrial). Es urgente que la conducción del sistema educativo se salga de ese estrecho campo y se enriquezca con los conceptos, aproximaciones y valiosos resultados de otras disciplinas que abordan la problemática educativa: filosofía, pedagogía, lingüística, filología, historia, y etnografía y antropología humanistas.
De ahí podemos extraer una lista mínima de acciones necesarias para todos los niveles del sistema educativo, propuestas elaboradas en varias decenas de artículos publicados en este espacio los pasados tres años: a) fomentar la escritura (además de la lectura); b) hacer de la escuela un espacio de expresión (libre, verbal, artística), no de silencio impuesto; c) implantar la pedagogía de la pregunta y cultivar la discusión (verbal y escrita) como principal método de conocimiento para superar el predominio de la lección, la clase; d) imponer como regla de comportamiento la cooperación y excluir la competencia y la rivalidad; e) reconocer al error como vía del aprendizaje en vez de castigarlo; f) poner en el centro de la motivación de los estudiantes los valores de uso del conocimiento en vez de los valores de cambio; g) fomentar la motivación intrínseca en vez de la extrínseca, y por tanto prohibir las calificaciones, los premios, los castigos, los concursos y las distinciones (y las humillaciones); h) eliminar la confusión injusta de logros con méritos para propiciar la equidad (que con razón preocupa al INEE); i) fortalecer las humanidades, especialmente la literatura, por sus valores estéticos, éticos, históricos y sociales, no por su utilidad instrumental, y la historia por la riqueza que aporta a todo conocimiento.
Esta es una lista mínima de acciones y estrategias que cristalizan los valores indispensables para satisfacer las necesidades educativas de las nuevas generaciones, y para elevar la calidad y productividad de la educación. Abordadas con seriedad conducirían a la formulación de muchos programas concretos. Para ello no se requieren evaluaciones y más evaluaciones, y menos del tipo de evaluaciones impulsadas por la OCDE y Televisa/Mexicanos Primero. Es más, estas evaluaciones van en contra de esas necesarísimas reformas pedagógicas.
Las pruebas de opción múltiple corresponden a una pedagogía de la respuesta única y condicionada, opuesta a la pedagogía de la pregunta; ignoran el valor heurístico de la discusión y son incapaces de registrar la competencia para discutir; desprecian el valor de la escritura y la literatura y sus invaluables aportes en la formación de las personas, e inducen su menosprecio en el proceso educativo; confunden conocimiento con información. Las pruebas estandarizadas como Enlace conducen a jerarquías (ránquines) que propician la rivalidad malsana y una falsa meritocracia, y por lo tanto incrementan la inequidad, e inhiben la motivación intrínseca con lo cual se cancela la posibilidad de que niños y jóvenes persistan en el esfuerzo de estudiar y aprender. Si no hubiera otras razones (como la corrupción). estas serían suficientes para cancelar esas pruebas, no sólo suspenderlas.
No hay que esperar a los resultados de los foros para avanzar; es más, los foros deberían haber estado alimentados por materiales de trabajo que impulsen discusiones y aportes con enfoques nuevos, enriquecedores y prácticos ¿Qué puede esperarse de miles de ponencias hechas a la trompa talega? ¿Cómo las van a procesar? ¿Realmente quieren escuchar? Escuchen el amplio y prolongado reclamo de los maestros, la CNTE tiene más de cinco meses exigiendo que se les escuche. La educación debe ser vista como un proceso de desarrollo cultural de las personas y por lo tanto los maestros deben ser concebidos como profesionales trabajadores de la cultura, no como empleados asalariados, administrados por el miedo, cuya productividad y sumisión se compran con sobornos monetarios u otros, y se afianzan con la amenaza de despidos masivos.