¿Por dónde empezar a cambiar el sistema educativo?

Fredy de Jesús Góngora Cabrera* Calidad y competencia son dos palabras generadoras de reformas pero también de desacuerdos, frustraciones y desdichas ...
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Fredy de Jesús Góngora Cabrera*

Calidad y competencia son dos palabras generadoras de reformas pero también de desacuerdos, frustraciones y desdichas que han levantado un muro inquebrantable entre los que enseñan y aquellos que dictan qué enseñar. Un muro donde alcanzar acuerdos concretos y duraderos se ha tornado complicado debido a la defensa que ambos grupos hacen sobre sus propuestas “deseables” para aplicar a las actuales y futuras generaciones.

Hablar de calidad y competencia dentro del actual proceso educativo es hablar del actor principal: “el maestro”. Una figura que para muchos, sobre todo para aquellos que cimentaron la educación de hoy, poco a poco se ha ido desdibujando, pasando de ser admirado a ser cuestionado. Lejos ha quedado aquel profesional que tenía injerencias en todos los ámbitos de la sociedad y que era considerado desde consejero municipal hasta médico de cabecera, un profesional que cumplía una función orientadora en un contexto y una temporalidad que algunos aún añoran.

El docente de hoy se mueve en un contexto diferente, con exigencias más concretas y funciones más específicas, acciones que requieren evaluaciones para medir su idoneidad y que de no cumplir cabalmente los requerimientos estipulados podría obtener el cese, una medida que de aplicarse de igual forma a los responsables de la política económica y educativa de nuestro país generaría el despido más grande de la historia.

A pesar de todo esto, los actuales docentes están conscientes de la situación educativa y de la necesidad de cambios estructurales y profundos, pero para ello es necesario la implementación de una verdadera reforma consensada, libre de chantajes y dispuesta a concluirse y no quedarse en el camino como muchas otras que incurrieron en las mismas fallas una y otra vez: en la formación del profesorado, en el desarrollo de la función directiva, en la formulación de una carrera profesional docente, en el logro de una verdadera autonomía del centro y sobre todo, en el logro de una infraestructura educativa de calidad. El problema es por dónde empezar.

Hoy vemos una reforma educativa que lucha por alcanzar metas cuyos logros dependen del orden cronológico (ya llevamos cuatro años de los quince propuestos por el ex secretario de educación Emilio Chuayfett en el 2012) y a medida que avanzamos nos seguimos manteniendo alejados de las grandes potencias mundiales que han superado el pesado lastre de la desigualdad social.

Los responsables de las políticas educativas del país han expresado su opinión para mejorar la educación y lo han hecho desde el estatus en el que se encuentran. Algunas de esas propuestas han sido cristalizadas en la modificación al artículo tercero constitucional y en la creación de instituciones autónomas. Entonces ¿por qué no vemos resultados?, ¿por qué seguimos en la misma situación? La respuesta sigue siendo la misma: no sabemos por dónde empezar.

Simultáneamente, a estos problemas debe reconocerse (sin caer en generalizaciones) que algunos maestros perdieron la voz y lo sustituyeron por marchas, paros, destrozos, frustración y el desánimo, y en otros casos no encuentran espacios y si los hay, son insuficientes para manifestar sus desacuerdos o propuestas. La impotencia reina en un sistema cuyo poder ha pasado de las cúpulas sindicales a las institucionales y gubernamentales. Diversas instituciones han perdido el sentido propio, dejando al maestro aislado y sin saber a quién recurrir ante constantes injusticias burocráticas. Vivimos en un mundo donde muchos creen tener la razón y sin embargo se escuchan pocas alternativas de solución.

A todo esto habría que agregar que, en las últimas evaluaciones para maestros de nuevo ingreso aplicadas en el ciclo 2014-2015, seis de cada 10 maestros resultaron “no idoneos”. Mientras que, en las del ciclo 2015-2016 uno de cada dos se ubicaron en esta desafortunada situación (49.64 %) Un proceso que dejó al descubierto las grandes carencias del sistema educativo nacional.

Hoy los maestros de las aulas están preocupados por tomar talleres para subir evidencias, por realizar planeaciones argumentadas y por prepararse para exámenes. Esto se ve excelente, pero desgraciadamente, y sin ser incongruentes, los documentos, los planes y programas y los libros de textos donde se basan estas acciones están descontextualizadas y desfasadas, y los resultados de su aplicación (llámese prácticas educativas) en su gran mayoría han sido un fracaso tanto en escuelas públicas como privadas. Lo mismo ocurre en las pruebas PISA, en el 2012 aparecimos en el lugar 53 de 65 países (PISA 2012, Matemáticas), y en el Reporte de Capital Humano 2015 elaborado por el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), México se ubica en el sitio 58 de 124, mientras Finlandia ocupa el primer lugar.

Lejos han quedado los sueños de una educación de calidad, justa y equitativa, donde aún existen maestros viviendo situaciones injustas sin saber a quién recurrir ante problemas burocráticos y manejos corruptos, con sindicados que se olvidaron de su “servicio educativo”. Lejos se ven los resultados de un proyecto cuya meta será inalcanzable si no va de la mano de los principales actores: los verdaderos maestros.

Entonces, ¿por dónde empezar? La respuesta es lógica: con los docentes que se han atrevido a implementar metodologías innovadoras en su práctica educativa, que han enarbolado la bandera de la libertad, que han asumido con responsabilidad su vocación de educar y que, a pesar de los contextos, han transformado sus comunidades educativas, haciendo de la escuela una verdadera herramienta para cambiar al país. Con los verdaderos maestros que están acortando las brechas de la desigualdad y están haciendo la diferencia en este país tan diverso. Los cuales conocen con mayor claridad y puntualidad que los funcionarios, los principales factores que se asocian con el éxito y el fracaso escolar y han librado los escollos para romper con los mitos y paradigmas, haciendo grandes diferencias entre las acciones y los resultados.

Es necesario comenzar a trabajar con nuestras realidades. Hay que clarificar si la reforma es un proyecto político o un proyecto educativo, hay que resolver la incomprensible e imperdonable ausencia del maestro en la toma decisiones y, por último, hay que democratizar nuestra educación, porque cuatro voces no son lo mismo que 1.2 millones de docentes (INEE, 2015) alzando la voz.

La actual reforma educativa con sus carencias y virtudes no resolverá la situación de nuestro país al momento, y será poco efectiva si no recurre a las investigaciones educativas con críticas más ponderadas, con propuestas sólidas y apartadas de los intereses políticos y de los sistemas que oprimen a la educación y que se encuentran en un momento de parálisis donde existe una profunda incapacidad para tomar acuerdos.

Es momento de reconocer que en el ámbito educativo aún existen tareas pendientes y son urgentes encontrarles solución. Y como dijera Séneca: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”.


* Fredy de Jesús Góngora Cabrera es maestro de primaria pública en Akil, Yucatán. Ganador del Premio ABC 2014 y miembro del Consejo de Maestros ABC.

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