Pedagogía de la dignidad universitaria

Hoy más que nunca es necesario volver a las aulas con la frente en alto, no como acto de rendición...
Universidad UAMEX

Desde hace años, muchos de nosotros hemos advertido la creciente cerrazón del modelo de gobierno universitario, la cooptación de los órganos colegiados, y el simulacro democrático que ha vaciado de sentido a los procesos de elección en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx). Las candidaturas únicas, los acuerdos cupulares, la falta de transparencia y el “dedazo” son prácticas que desvirtúan la autonomía universitaria y vulneran su razón de ser: que la universidad esté constituida por una comunidad crítica, libre y plural.

Duele ver la crisis institucional que atraviesa nuestra alma máter. Lo que hemos presenciado en las últimas semanas —paros, protestas, denuncias de imposición, audios filtrados— no es más que el reflejo de una fractura profunda en el tejido social de nuestra universidad. Esta crisis institucional es consecuencia de años de inercia autoritaria y discrecional; y sin embargo, también es una oportunidad histórica.

Desde aquí abrazo a las y los estudiantes que han decidido movilizarse, a las y los docentes que acompañan el movimiento, y también a quienes desde la administración se atreven a cuestionar las prácticas que han debilitado a nuestra alma máter. A todas y todos ustedes, les digo: no están solos. Disentir no es traicionar a la universidad; es quererla lo suficiente para no callar ante lo injusto.

Las voces que se han hecho escuchar muestran que la universidad está viva. Que no todo está perdido. Que hay una comunidad dispuesta a defender su derecho a decidir, a disentir y a construir un futuro distinto. Como egresado de la UAEMéx no puedo sino sumarme al llamado por una reforma democrática de hondo calado.

Es cierto, urge repensar el papel de la rectoría, los mecanismos de elección, la conformación del Consejo Universitario y la manera en que se toman las decisiones. Pero esta reorganización sistémica debe ser gradual y ordenada. Desde mi perspectiva, implica algunas acciones de corto, mediano y largo plazos:

1) Retomar y finiquitar el proceso de renovación institucional para dar paso a la reconstrucción de gobernabilidad en la universidad. Hacerlo, abriría la posibilidad de ofrecer certidumbre, estabilidad y una hoja de ruta para atender problemáticas estructurales.

2) Escuchar y responder, de manera oportuna y transparente, las demandas estudiantiles y del personal académico para restaurar la normalidad en las actividades universitarias, atendiendo de manera prioritaria, los espacios educativos que requieran mejoras estructurales en infraestructura.

3) Dar seguimiento oportuno y riguroso a las denuncias de acoso escolar y hostigamiento, así como proteger la integridad física y emocional de las personas involucradas.

4) Reformar el estatuto y la legislación universitaria. Esta acción, de mediano plazo, permitiría incorporar mecanismos de consulta, impulsar un proceso abierto en el que participen representantes de todos los sectores de la comunidad y garantizar los principios de intervención democrática, transparencia, paridad de género y rendición de cuentas en la elección de autoridades.

5) Reestructurar el Consejo Universitario es una tarea ineludible. Su conformación actual perpetúa dinámicas de subrepresentación y sobrerrepresentación que debilitan la legitimidad de sus decisiones y profundizan el descontento dentro de la comunidad universitaria. Rediseñar su integración permitirá una representación más equitativa, plural y democrática, lo cual es fundamental para reconstruir el tejido institucional, restablecer el diálogo y consolidar una gobernanza más justa y participativa. En este sentido, resulta urgente incorporar a los Centros Universitarios y a las Unidades Académicas Profesionales al máximo órgano de gobierno de la UAEMéx.

6) Fortalecer los mecanismos de deliberación y consulta. Es necesario crear consejos técnicos por centro educativo, con atribuciones reales en la gestión académica y administrativa; así como institucionalizar los foros de diálogo y la rendición de cuentas como mecanismos permanentes, y no únicamente como respuesta coyuntural a la reciente protesta.

7) Revisar el régimen de autonomía universitaria. Es trascendental reafirmar que la autonomía no equivale a opacidad ni impunidad, sino que implica autogobierno con vocación social y responsabilidad pública y ciudadana.

No podemos seguir repitiendo una lógica vertical, jerárquica y excluyente. Es tiempo de horizontalidad, participación genuina y respeto por la voz de todas y todos. Pero también es indispensable que la lucha por la democracia universitaria se dé con ética. Que cuidemos el patrimonio común. Que no se den pretextos a quienes buscan desacreditar el movimiento. Que recordemos siempre que el fin no justifica los medios, y que la fuerza del movimiento universitario está en la dignidad, no en la destrucción.

Defender nuestra casa común implica también cuidarla. Y cuidarla no sólo es alzar la voz ante la injusticia —lo que es necesario y legítimo—, sino también sostener su sentido más profundo: ser un espacio de encuentro, aprendizaje, pensamiento crítico y construcción colectiva del futuro.

Las aulas vacías son espacios físicos suspendidos, sueños en pausa, vínculos que se enfrían, procesos formativos interrumpidos. Cuando dejamos de habitar la universidad, corremos el riesgo de dejarla sola, de debilitar el tejido que la mantiene viva: su gente, su diálogo, su cotidianidad.

Hoy más que nunca es necesario volver a las aulas con la frente en alto, no como acto de rendición, sino como expresión de una defensa activa y amorosa. Volver es cuidar. Volver es resistir desde la construcción. Volver es demostrar que nuestro compromiso no se agota en la protesta, sino que también se manifiesta en el aula, en la investigación, en el trabajo colaborativo y en la formación de nuevas generaciones.

Las acciones deben estar guiadas por el amor a la universidad, no por la rabia. Sé que la indignación los ha movilizado, pero debe ser el amor a esta casa lo que podrá transformarla. La universidad no cambiará si la dejamos de lado; cambiará si la habitamos críticamente, si hacemos del aula un lugar de diálogo y del conocimiento un instrumento de transformación.

Hoy, cuidar nuestra casa común también significa volver a ella. Y al volver, hacerlo con la convicción de que la lucha continúa, pero que la universidad viva se construye, todos los días, en comunidad. Porque eso es, al final, lo que está en juego: una pedagogía de la dignidad universitaria. Una forma de habitar la universidad que no tolere la injusticia como norma ni la indiferencia como destino. Una pedagogía que enseñe, desde el ejemplo y la acción colectiva, que la dignidad no se negocia, que la participación transforma y que la crítica no destruye, sino que edifica. Que la universidad no es solo un lugar de paso, sino un espacio de formación ética, política y humana, donde aprendemos a nombrar lo que duele, a imaginar lo que falta y a construir, juntas y juntos, lo que soñamos.

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