Nostalgia de un futuro con los niños mismos

A todas las niñas y niños que me han brindado su tiempo en una entrevista Era una mañana fresca de lunes. La escuela primaria “Héroes de hace mil ...
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A todas las niñas y niños que me han brindado su tiempo en una entrevista

Era una mañana fresca de lunes. La escuela primaria “Héroes de hace mil años”, ubicada en el municipio de “Pobreza”, en el estado de “Abandono”, ya estaba abierta y lista para comenzar un nuevo día.

Primero llegó el favorito de los niños: Roberto, el conserje, o como le dicen con cariño los niños, “Don Beto”: un hombre sonriente y sabio de 60 años. Como todas las mañanas, Beto llega cuando el sol se asoma e inicia con su tradicional barrida de patio para dejar impecable la escuela. Entraron después Lucas y Polvorín, un par de perros tan flacos como peligrosos, que hace un par de años mordieron a dos niños, pero -como en muchas primarias públicas- han sido generosamente adoptados por los alumnos. Eran diez para las siete cuando llegó el director: El Profe Luis. Delgado, 1.78 de altura, bigote negro y con algunas canas y olor a tabaco, es el último director que llegó a esta escuela, luego que gracias al sistema educativo han rotado cinco directores en los últimos siete años.

“Buenos días, Don Luis” -dijo Roberto. “Buenas” -le contestó con una mueca fingida. Puntual como siempre, llegó a las siete de la mañana una maestra ejemplar: Esperanza, con tan sólo dos años en servicio. Le siguió más tarde la Maestra Lupita, próxima a jubilarse. La primaria “Héroes de hace mil años” es una primaria multigrado, olvidada por las autoridades; con baños olorosos, con paredes carcomidas y problemas de luz, salones en hilera con bancas duras y rotas, pero eso sí, inscrita en seis programas federales y dos estatales, aunque ninguno funciona como debe. Esperanza, Lupita y el director Luis se distribuyen los seis grados, cada uno con dos grados y con poco más de 20 alumnos por grupo.

El Profe Luis empezó alistándose con lo que para él es importante. “Ayúdeme con la música… el huapango”-le dijo a Lupita. Don Beto, quien conoce a los niños mejor que el director, se acercó y le dijo:“Don Luis, con todo respeto, los niños están hartos de esa música, quieren oír algo más actualizado”. “¿Que los niños escojan la música? ¿Está usted loco? ¡Usted cállese y váyase a barrer, que para eso le pago y para eso mando yo!” -le replicó Luis, con la prepotencia que le caracteriza.

Eran las 8:32 de la mañana y ningún alumno había llegado. ¿Qué está pasando?, se preguntaron todos, sin verbalizarlo. Llegó agitado el Maestro Juanito, quien tiene pésima condición física y acude a la escuela cuando puede y quiere, pues le toca “impartir, no enseñar” la clase de educación física. “¿Qué pasa, Juanito?”-le preguntaron todos.

“Son los niños, maestros; están incontrolables ¡Están en la plaza, todos! Dicen que no van a tener clases; que se acabó. Que ya lo descubrieron”. “¿Qué descubrieron?”-preguntó enérgicamente Don Luis. “¡Que esto de venir a clases no tiene sentido!”.“Pues ¿qué esperamos? Vamos a ver… “

Cuando llegaron a la plaza no pudieron dar crédito a lo que miraban. Desde los alumnos de seis añitos hasta los más experimentados de 12 años gritaban con pancartas. Entre una multitud de mensajes, se encontraban:

¡La escuela es de los niños, no es de los adultos! ¡Basta de clases aburridas! ¡Queremos elegir nuestros aprendizajes! ¡Queremos aprender en escuelas bonitas! ¡Queremos maestros más felices y menos regañones! ¡Exigimos que los papás nos den más de su tiempo! ¡Queremos ser, curiosear, aprender y jugar!

Ya eran las once de la mañana y con la torpeza con la que suelen acercarse los adultos a los niños fue que el Profe Luis se animó a preguntarle a un grupo de niñas de segundo grado. Como no sabía sus nombres, solamente dijo: “Oigan, pequeñas: ¿quién es el líder de todo esto o con quién hablamos?” Con gran asombro para él, una le contestó con la sapiencia infantil: “No necesitamos representante, aquí cada quien habla por uno mismo”. Obviamente el Profe Luis no entendía nada de lo que estaba pasando (¿No hay un vocero o líder? ¿cómo?). Giró instrucciones en su desesperación: “¡Vayan por Don Beto y avísenle a los padres de estos chamacos!”.

Casi mediodía y los únicos alegres eran Esperanza y Don Beto. Don Beto, con una sonrisa de orgullo ante lo que estaba presenciando, alzó la voz. Como era casi el único que gozaba del cariño y respeto de los niños, todos bajaron un poco la voz. “¡Hijos, han venido sus padres y sus maestros, quieren escucharlos!”.

Con miradas escépticas voltearon la mayoría. No faltó el que dijo: “¡ya para qué!” Dijo Don Beto: “Podemos ir al patio de la escuela, yo me adelanto para conectarles el micrófono”. “¡Vamos!”-dijeron varias niñas y niños.

12:15. Se abrió nuevamente la escuela, entraron los niños, algunos ya maltratados pues tenían rosada la mejilla y la mano ante un pellizco o revés de los padres que los interceptaron al conocer la noticia. “¡Y deja que se entere tu padre!”era un murmullo común.

12:28 Inició la asamblea. Por primera vez con humildad, el Profe Luis se acercó a los niños y les dijo: “¡Adelante, por favor, queremos oírlos!”.

Como suele suceder, las más valientes fueron las niñas. Ana Sofía, quien es muy animosa dijo: “Vamos a decirles lo que pasa, pero necesitamos que por primera vez sean menos boca y más oreja. Esto lleva tiempo planeado, estamos hartos y todos tenemos algo que decirles. Yo, por ejemplo, quiero decir que la escuela es difícil, no porque no le entienda, sino por lo aburrida que es.”

Detrás de Ana Sofía ya había una larga fila de niños y niñas. Mariano tomó el micrófono, luego Héctor, Ema, Liam y otras 60 niñas y niños más. Los adultos por primera vez respetaron y escucharon con genuino interés a los niños. E iniciaron las demandas, algunas a tono de pregunta:

 ¡Queremos ser escuchados! Estoy harta de llenar libros para no sé quién.

 ¡Quiero que mi papá me lea todos los días antes de dormir, como a Luisa! ¡Ah, y ya no quiero ver solita esa odiosa televisión!

 ¡Quiero aprender a pensar, como lo hace mi abuelo!

 ¡No queremos shows para cuando viene el supervisor o para mis papás,

que por cierto… ni vienen”

 ¿Siempre tiene que estar seria o enojada la maestra Lupita? El año pasado con Esperanza aprendimos, me abrazaba y me contaba cuentos.

 ¡Quiero aprender, sin interrupciones! Apenas le voy entendiendo y ya nos tenemos que cambiar a otra materia, que porque hay que llenar el libro.

 ¡Que mi mamá me ayude a hacer la tarea y que ya no me regañe por no entenderle!

 ¡Que haya más juegos y una rampa para Rafa, porque pesa mucho su silla de ruedas y nadie nos ayuda!

 ¡Que mi papá no me pegue cada que repruebo o llega de malas!

 ¡Estoy en quinto y quiero aprender a leer!

 ¡Que me enseñaran arte y a dibujar!

 ¡Más cuentos! ¿Qué tal una biblioteca para nosotros?

Son aburridos los libros que nos llegan.

 ¡Baños limpios para nuestra escuela!

 ¡Tenemos hambre! Estamos cansados de que nadie nos prepare algo calientito de comer…. quizá ¿comedor en la escuela?

 ¡Más experimentos científicos!

 ¡Queremos mejor enseñanza! ¿Podrían ser las clases más divertidas?

 ¡A mí me gustan las matemáticas con juegos y retos!

 ¡Yo quiero aprender inglés, náhuatl y chino!

 ¡Estamos demasiado tiempo sentados! Queremos trabajar afuera del salón.

 ¿Qué es eso de que tenemos que acabar primero el programa antes de aprender lo que queramos? ¿Cuál programa?

 ¡Ni un día más de dictado!

 Yo ya me harté de que me pongan a leer rápido y lo registren, así ni me gusta leer.

 ¿Quién es esa “normalidad mínima” y por qué es tan importante para Lupita?

 ¿Podemos cambiar el nombre a la escuela? Algo así como: Escuela de la Alegría o de los Niños Listos, porque eso de “Héroes de hace mil años”, no me anima.

 ¡Que vengan diario los maestros! O al menos que no nos cierren la escuela tantos días; así no puedo jugar con mis amigos.

 ¿Dónde está “el paro” y por qué se van tanto para allá mis maestros?

 ¡Que mis papás y mis maestros no tengan a sus consentidos; siento feo!

 ¡Que nos dejen poner nuestra música! ¿Qué tal los viernes?

 ¡Que nos quiten el uniforme y los bailables; me chocan. Sólo le gustan a mi mamá y estresan a Don Luis. Y ya no más honores a la bandera; ¡por favor!

Ximena de sexto, con mucha elocuencia dijo: “¡Una escuela diferente, pero pronto! Ah, y esto también lo pensamos algunas de mis amigas y yo: si nos van a evaluar 40 veces al año, pensamos que lo mejor es una evaluación de pares. Sí, hemos visto que Ustedes no quieren ser evaluados, y decidimos que nosotros tampoco. Pensamos que la evaluación debe servir para aprender, así que una de dos, o nos explican para qué tanto nos evalúan o nos dejan que seamos los niños quienes evaluemos a los niños, porque la verdad… ustedes los adultos no entienden nada de nuestro mundo”.

Nuevamente tomó el micrófono Ana Sofía: “Como verán, hoy les dijimos ya basta. Queremos que nos escuchen acerca de la escuela que soñamos, y además que hagan algo por ella. También pensamos que no solamente existe español y matemáticas, que hay otras cosas. No solamente son libros y cuadernos, sino aprender a  vivir; por ejemplo, cómo ser un buen amigo, a compartir mis cosas sin enojarme, a entender por qué se murió mi abuelito, aprender a pintar y usar el barro o aprender ¿quién soy? Sabemos que tenemos 100 lenguajes pero Ustedes los adultos nos quitan 99” (http://bit.ly/1REo1Vn)

Pasaron unas horas y se juntaron realmente reflexivos todos los adultos. A las cinco de la tarde el Profe Luis renunció a su cargo. Esperanza, quien es una gran maestra, asumió la dirección y consciente del abandono del sistema educativo convocó a tres alianzas que salieron de la reunión.

Primera: Los papás asumen que la principal responsabilidad en la educación de sus hijos es de ellos; no de los maestros.

Segundo: Los maestros se pondrán como meta ser verdaderos profesionales de la infancia y el aprendizaje, exigiendo sus derechos al sistema y exigiéndose a sí mismos todo lo necesario para serlo.

Tercero: La voz de los alumnos será la más importante a partir del día de hoy: sus derechos, sus sueños y sus intereses. Los niños dejarán de ser agentes pasivos o solamente consultados para asumir un rol activo en la toma de decisiones.

Finalmente, Esperanza recordó a Gabriel García Márquez y parafraseándolo les dijo a todos: “La escuela no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo recuerda contarla…”. Preguntó a todos: “¿Qué quieren que nuestras niñas y niños recuerden de su escuela?”  Se hizo un silencio. Esperanza contestó: “pues es momento de cambiarla desde adentro; de cambiar la escuela, que es para los niños, con los niños mismos.”

El autor sugiere las siguientes lecturas:

  • Montessori, María (1987). El niño, el secreto de la infancia.
  • Teller, Jane (2000). Nada.
  • Tonucci, Francesco (2009). Frato. 40 años con ojos de niño.
  • Vecchi, Vea (2013). Arte y creatividad en Reggio Emilia. El papel de los talleres y sus posibilidades en educación infantil.

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