La comunidad es uno de los elementos principales de la Nueva Escuela Mexicana (NEM) porque es el núcleo integrador de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Igualmente importante es la relación entre escuela y sociedad, vínculo histórico que se ha ido modificando y exige a la primera un proceso de renovación que tiende a concebirla como un centro de aprendizaje comunitario donde se construyen y convergen saberes, se intercambian valores, normas, culturas y formas de convivencia.
La mejora continua no tiene final. En nuestro país se ha puesto en marcha un proceso de concienciación a partir de la lectura de la escuela como el lugar desde donde miramos y deliberamos, destino de nuestras acciones. Ahí, maestras y maestros son sujetos estelares, caminantes en un sendero sin duda sinuoso y agreste que, aunque sea transitado, nos da la impresión de que estamos solos por la incertidumbre de no hacer ya lo mismo y la interrogante de qué hacer. El currículum deliberativo va permitiendo abrir las brechas en donde ese camino parece intransitable. Niñas, niños, adolescentes y jóvenes (NNAJ) son también caminantes impacientes, que a cada rato preguntan: ¿a dónde vamos?, ¿ya vamos a llegar?, ¿cuánto falta? Un tercer grupo de actores protagónicos lo forman madres y padres de familia, quienes siempre han estado ahí, pero ahora han sido llamados a acercarse más y a caminar hombro con hombro por ese sendero.
María Elena Gómez Tagle –refiriéndose al Plan de Estudio 2022 en la sección “Reflexiones” de este boletín– caracteriza la escuela como el espacio social donde los sujetos hacen efectivo su derecho a la educación, en el que se lleva a cabo una tarea intelectual y social trascendente: problematizar para transformar la realidad, un lugar para reinventar el mundo todos los días. Esta concepción nos autoriza ver a la escuela como un lugar de esperanza; pero, para que siga siéndolo, tenemos que someter a revisión sus afanes y fines. La autora propone construir un espacio de diálogo donde se reconozca que las voces de todas y todos aportan un saber indispensable.
Muchas de las afirmaciones de las y los estudiantes que aparecen en las siguientes páginas permiten advertir que la escuela sigue siendo el lugar de la esperanza, el sitio para fraguar un mejor futuro, porque en ella se depositan expectativas de movilidad social. Para madres y padres de familia es fundamental seguir exigiendo ese derecho. Recuerdo un testimonio que consigna: “Me gusta asistir a la escuela porque es casi mi casa”. Y así debe ser porque la escuela, junto con la familia y la comunidad, integra el ámbito de desarrollo de la educación y el país.
El debate sobre ella es profundo e indispensable. Durante el anterior ciclo escolar nos planteó en los programas analíticos problemas, necesidades y obstáculos. No sólo eso: también una utopía viable que ya convertimos en tareas.
No es posible renunciar ni dividirnos en este momento. Vayamos juntos, debatiendo, aportando. No podemos atacar a la embarcación ni a la tripulación, sino dar juntos este golpe de timón histórico y urgente.
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Editorial publicado en el Boletín ‘Educación en Movimiento‘ núm. 23 (tercera época) de Mejoredu.