Por: María Clotilde Juárez Hernández *
Bebés –desde el nacimiento hasta los doce meses–, infantes –entre trece y veinticuatro meses–, niñas y niños (NN) pequeños –de veinticinco a treinta y seis meses– son personas en crecimiento y desarrollo con necesidades apremiantes que, independientemente de su origen, requieren de la intervención adulta para su sobrevivencia y bienestar.
La legislación mexicana compromete al Estado y a la sociedad en general a garantizar, dentro de la diversidad, la atención a tales necesidades. En principio, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos declara el interés superior de NN, quienes tienen el derecho de prioridad; es decir, desde su nacimiento tienen derecho a satisfacer todas sus necesidades fundamentales.
Recientemente, mandata el derecho a la educación inicial para menores de tres años. En consecuencia, la educación inicial se integra a la Nueva Escuela Mexicana, que promueve el desarrollo humano integral con principios de inclusión y equidad, sin discriminación a NN por su condición étnica, social, económica, cultural, lingüística, de género o cualquiera otra. Además, se incorpora como el primer nivel de la educación básica obligatoria del Sistema Educativo Nacional (SEN), por lo que el Estado se obliga a garantizar la prestación de educación inicial, con el fin de lograr la universalidad de dicho servicio. Con semejantes garantías, NN son titulares de derechos humanos, obligándonos a todos a asegurar su cumplimiento.
En concordancia con la ley, la Estrategia Nacional para la Atención de la Primera Infancia, de 2020, sostiene que ésta es un asunto de Estado. Con ello, la educación inicial se constituye como la oportunidad para el aprendizaje temprano y el desarrollo de la primera infancia, mediante prácticas de cuidado y de crianza enriquecidas.
Una legislación tan avanzada para la atención de nuestra niñez nos enorgullece, pero es insuficiente sin una aplicación pertinente, cuyo impacto incida en la vida cotidiana de las y los menores de tres años para su bienestar. Esto representa un desafío de enormes proporciones. Una dificultad que se interpone, entre muchas otras, es nuestro limitado entendimiento del lenguaje preverbal de bebés, infantes y NN pequeños, lo cual suele hacernos suponer que no saben, no entienden o no se dan cuenta de sus necesidades, y que únicamente precisan alimentación e higiene. Sin embargo, la observación de bebés nos ha mostrado de manera fehaciente que es al revés: somos los adultos quienes requerimos entender que en esta etapa NN son personas sorprendentemente activas, propositivas, pensantes, comunicativas y participativas en la demanda de atención de todas sus necesidades y, por ende, en el ejercicio de sus derechos.
Superar semejante dificultad plantea no sólo la indispensable profesionalización, sino también la generalizada alfabetización para conocer cómo son un bebé, un infante, una niña y un niño pequeños; cuáles son y de qué modo se manifiestan sus necesidades físicas, fisiológicas, socioemocionales, cognitivas, de lenguaje, comunicación y aprendizaje; por qué es indispensable atenderlas y cómo satisfacerlas de acuerdo con su momento y contextos sociocultural y lingüístico; por qué, para que aprendan su lengua materna y sobre su mundo físico y social necesitamos acompañarles permanentemente: mirarles, escucharles, responderles, sonreírles, platicarles, explicarles, leerles, cantarles, bailarles, contarles historias (entre muchas otras acciones).
Es indispensable comprender por qué, dentro de la educación básica del SEN, de forma extraordinaria la educación inicial no es sinónimo de escolarización en el aula, sino –fundamentalmente– de humanización de la generación más joven de nuestra sociedad, mediante acciones pertinentes y de calidad, derivadas de una atención y un cuidado cariñosos y sensibles, con pleno respeto a sus derechos fundamentales.
*Ex integrante del Comité Técnico de Educación Inicial de Mejoredu
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Editorial publicado en el boletín ‘Educación en Movimiento‘ núm. 16 (tercera época) de Mejoredu.