La docencia y el receso de verano

De una u otra forma, el “receso escolar” cumplía con una función social importante como una pausa necesaria en el tren del trabajo magisterial.
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En días pasados pregunté ¿Cuál es la aportación más significativa o trascendente de la maestra Delfina Gómez, al frente de la SEP? Ojalá que no se quede como timbre de orgullo (victoria pírrica) “la desaparición o suspensión del receso escolar”.

Entre las décadas de los 70´s y los 90´s del siglo XX y en la primera década del siglo XXI, las maestras y los maestros de educación básica (preescolar, primaria y secundaria), en México, llevaban a cabo actividades de formación continua (cursos, talleres o diplomados) o de desarrollo profesional (programas de licenciatura o de posgrado) durante los periodos de verano (julio y agosto). Esa era una arraigada y valiosa tradición académica del magisterio mexicano. Hoy decimos: “Eran otros tiempos”

Maestros y el ‘receso escolar’

El hecho de participar en ese tipo de actividades académicas al concluir los calendarios escolares, hablaba bien de las maestras y los maestros, luego de dar fin a cada año lectivo caracterizado por el trabajo complejo y arduo que se realiza cotidianamente en las escuelas. Pero no era exactamente un periodo de “descanso”. Por eso, en vez de llamarles “vacaciones”, en el magisterio nacional se acuñó el término “receso escolar”.

Esa tradición de asistir y participar en cursos, talleres o diplomados de actualización o en programas académicos, en verano, que abrían las posibilidades del desarrollo profesional tiene, así mismo, como antecedente, la inscripción de las/los docentes a los programas académicos que ofrecía la Escuela Normal Superior de la SEP (por un tiempo esa institución cumplió la función de preparar a las y los docentes de educación secundaria), sobre todo, a favor de quienes contaban con una formación normalista básica.

Pregunté al profesor Santiago Rubio Ramírez, egresado de la Escuela Normal Superior (ENS), acerca de la organización de ese periodo. Esto me contestó: “

“Existían dos cursos: uno denominado cursos ordinarios, mismo que se realizaba a contra turno, los docentes que trabajaban en el horario matutino, asistíamos a clases en horario vespertino en la Escuela Normal Superior, cuyo horario era de 14:00 a 21:00 horas, de lunes a jueves, y los viernes era para cursar asignaturas de idiomas o talleres (por ejemplo, los de matemáticas teníamos talleres como el uso de la calculadora gráfica). Los profesores que su plaza era en el vespertino, asistían en turno matutino a la ENS. Por supuesto que esta modalidad de cursos ordinarios, aplicaba para docentes adscritos a la CDMX y el área conurbada.

La duración de los estudios era de 4 años y el requisito era ser docente titulado de la Escuela Normal básica y estar adscrito como docente en una escuela de Educación Primaria, salvo el caso de los docentes en función de Prefectura que debían cursar un año de Nivelación Pedagógica.

Para los docentes del resto de la República, la oferta era mediante los cursos intensivos, los cuales se realizaban en lo que hoy se denomina receso escolar en un horario de 8:00 a 21:00 horas, en los meses de julio-agosto, durante 6 años.”

profesor Santiago Rubio Ramírez

No es ninguna justificación ni defensa abstracta del magisterio, pero es conveniente aclarar y entender que miles de maestras y maestros aprovechaban también ese periodo de receso escolar para viajar a su tierra y estar unos días con sus familias en sus lugares de origen. Desde entonces y hoy mismo, hay much@s docentes que trabajan, por necesidades del sistema educativo, en estados del país diferentes a su lugar de nacimiento.

La función del ‘receso escolar’

Estoy de acuerdo con la idea de que no se debe “romantizar el trabajo docente” o no solamente mirar el ángulo “cantinflesco” (por aquello de la cinta “El Profe”) de la labor que realizan las maestras y los maestros. Es válido y justo, por ello, aceptar que una parte del magisterio sí se dedicaba o se concentraba en las actividades de formación continua o de preparación profesional, pero otra parte no, sino que, por el contrario, sí se iba de vacaciones. De una u otra forma, el “receso escolar” cumplía con una función social importante como una pausa necesaria en el tren del trabajo magisterial.

Para el caso de quienes decidían estudiar durante ese periodo, al terminar el ciclo escolar, en junio de cada año, -como ya lo referimos- las y los docentes en servicio cursaban programas cortos de preparación, capacitación o actualización profesionales que, a la postre, redituarían en la transformación de las prácticas docentes y en la incorporación de nuevos modelos de enseñanza o, en el caso de las/los directivos escolares, en la adopción de nuevos esquemas de gestión educativa y escolar.

A partir de 1992-1993 (desde hace 30 años) las/los docentes que decidieron participar voluntariamente en el programa de carrera magisterial, se enfocaban cien por ciento a realizar las actividades académicas que estaban previamente planeadas para tales efectos (de acuerdo con las convocatorias de concursos para obtener incentivos económicos).

Esa dinámica constituía -dicho esto como idea genérica- una política educativa que favorecía a la educación pública mexicana, en términos del fortalecimiento de la formación profesional y los efectos que ello generaba en los aprendizajes escolares de las/los estudiantes, puesto que representaba la oportunidad de ponerse al día e incorporar al trabajo docente innovadores contenidos disciplinares (científicos, tecnológicos y artísticos) y renovados esquemas pedagógicos y didácticos, con todo lo que ello pudiera significar.

Durante los últimos años, y en especial en este 2022, lamentablemente, las autoridades educativas federales, en combinación y con la anuencia de las autoridades educativas estatales, suspendieron al reconocido “receso escolar” (legitimado en el calendario o año lectivo oficial), con el argumento de “obligar al magisterio a cumplir, en las escuelas, con los 200 días del ciclo escolar y atender a las/los estudiantes en rezago de aprendizajes”. Queda, sin embargo, una duda: ¿Realmente esos fueron los motivos principales para desaparecer al “receso escolar”?

Unas políticas públicas educativas que ponen en el centro de los procesos educativos a las niñas, los niños y las/los jóvenes, y que tienen como prioridad el derecho a la educación para todas y todos, habrán de restituir tarde o temprano el llamado “receso escolar”, poque la experiencia nacional e internacional indica que ese periodo o su equivalente, trae más beneficios que perjuicios en las escuelas y al conjunto del sistema educativo. Además, resulta mucho más redituable mantenerlo (que desaparecerlo, como se ha hecho recientemente), para evitar en lo posible que siga en aumento el malestar docente.

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