Como es natural en un país de las dimensiones y características de México, todas las reformas estructurales emprendidas por la administración Peña Nieto han tenido, por circunstancias diferentes, un alto nivel de complejidad política, técnica e institucional, acompañada de cierta dosis de controversia y polémica. La Reforma Educativa, por supuesto, no ha sido la excepción.
Por un lado, su apreciación ha corrido por carriles con enfoques y motivaciones diversos pero que, por otro lado, han dejado fuera el examen riguroso, informado y objetivo de los avances concretos que ha conseguido y de los datos duros en que se fundamentan, los cuales explican, por mero contraste, su alta aprobación (64 por ciento) en las encuestas de opinión.
El primero de esos carriles tiene que ver con el abordaje, desde una porción del mundo académico, en donde da la impresión de que algunos investigadores, que por décadas redujeron el problema de los malos resultados a la lógica corporativa que prevaleció en la gobernanza del sistema educativo, de pronto se quedaron sin materia (y sin litis) al producirse una reforma sistémica y estructural, cuyos alcances superan con mucho los esfuerzos realizados desde los años setenta del siglo pasado; en otras palabras: criticaron recurrentemente esta reforma —y en especial si se quedaron fuera del sistema institucional de toma de decisiones— porque surgió a través de un pacto legítimo entre el gobierno y los partidos, y no de papersque, al final del día, se volvieron un modus vivendi pero no una política pública.
El segundo es el que ha transcurrido por algunas organizaciones privadas que encontraron en la cuestión educativa un camino casi salvífico para adquirir visibilidad, posicionar sus agendas y presentarse ante sus audiencias investidas con una rara noción de pureza (“el alma oculta de los ideales ascéticos”, llama Nietzsche a ese sentimiento binario: buenos contra malos) mediante el expediente de agraviar mediáticamente, desde antes de este gobierno y en ocasiones de manera salvaje, al magisterio mexicano. Y el tercero es el que, relegando a los destinatarios más importantes de una reforma educativa —los niños y jóvenes— para coludirse con algunos grupos de interés magisteriales que fueron causantes del fracaso previo, encontró, en ciertos componentes de la misma, un nicho de oportunidad para regresar precisamente al viejo sistema discrecional y corrupto sobre el que se montó la colonización de la gestión educativa y recuperar, así, un terreno que antes fue suyo.
Esos enfoques, sin embargo, incurrieron en una limitación grave —no entender que la esencia de la política es dotar de sentido— y hacen por ello saludable un balance entre los objetivos que se propuso la Reforma —mejores maestros, mejores escuelas, mejores contenidos y mejores logros de aprendizaje— y las metas alcanzadas, partiendo de una sencilla metodología: todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propias realidades. Veamos.
Antes, existía un sistema opaco, corporativo y discrecional de ingreso, promoción y permanencia en la docencia. Hoy funciona un sistema claro, transparente, verificable y basado en el mérito y el esfuerzo que lo han construido un millón 520 mil maestros que han participado ya en los diversos procesos del Servicio Profesional Docente.
Antes, había que transitar por prácticas digamos atípicas para conseguir una plaza o una promoción. Hoy, 206 mil maestros ya obtuvieron su plaza o ascenso exclusivamente por concurso.
Antes, al inicio de la reforma, en el promedio de los cinco estados con más alto desempeño, apenas 52 por ciento de los participantes en los concursos de ingreso a la carrera lograban el resultado aprobatorio. Hoy llega al 70 por ciento y la escuela pública está incorporando a uno de cada cuatro aspirantes, es decir, los mejores.
Antes, no se tenía un sistema profesional y objetivo para evaluar la calidad, la capacidad y las necesidades de los maestros. Hoy, el 60 por ciento de ellos en educación básica obtiene los resultados de “bueno” y “destacado”, que son los más altos, y 112 mil maestros ya reciben, por esos resultados, algún tipo de beneficio salarial (incentivos, horas adicionales, tutorías, promociones).
Antes, había un mapa curricular que los vertiginosos cambios en el mundo del conocimiento y la pedagogía volvieron obsoleto. Hoy tenemos un Nuevo Modelo Educativo y un nuevo currículo, en cuya confección participaron casi 300 mil personas, que buscan hacer crecer integralmente a los alumnos tanto en su desarrollo intelectual como físico, sobre la base de la formación académica; el desarrollo personal; la educación socioemocional y la autonomía curricular.
Antes, seis mil 700 escuelas eran de tiempo completo. Hoy son más de 25 mil y están mostrando el desempeño más alto en todos los indicadores; un informe muy reciente del Banco Mundial así confirma.
Antes, había un conjunto de acciones dispersas para mejorar el estado físico de las escuelas. Hoy, existe un programa que está ejecutando, de acuerdo con el INEE, la inversión más alta en los últimos 50 años, y es ya referente internacional según la UNESCO.
Antes, el desorden y la opacidad en el manejo de la nómina magisterial produjeron un grave déficit en las finanzas públicas estatales. Hoy, con la creación del Fondo de Aportaciones para la Nómina Educativa y Gasto Operativo (FONE) ha sido posible elevar la eficiencia y la transparencia de ese rubro, cumplir con obligaciones fiscales en el orden de 17 mil millones de pesos y regularizar más de 44 mil plazas cuyo costo equivale a más de cinco mil millones de pesos, entre otras ventajas.
Antes, en las modalidades de pruebas aplicadas para evaluar los logros de aprendizaje, los resultados prácticamente no se movían. Hoy los alumnos empiezan a mostrar mejores logros en la prueba PLANEA: 11 estados incrementaron su puntaje promedio en lenguaje y comunicación, y 18 en matemáticas.
¿Qué hay acciones pendientes y otras que pueden perfeccionarse? Desde luego. Toda reforma educativa de esta naturaleza es un proceso de mejora continua que madura en el mediano y largo plazos, como lo demuestra la experiencia internacional. Pero en lo fundamental, en el corazón de la reforma, en su andamiaje moral y ético, el saldo es muy positivo y nadie puede negar que los principios, valores y progresos en que se sostiene han abierto las posibilidades de una vida mejor y un futuro más promisorio para los maestros y los niños mexicanos que son los verdaderos protagonistas de los cambios realizados, para bien, estos años.
Por fortuna, dijo algún clásico del modernismo español, el presente aún no es historia y tiene caminos más realistas.