Dos premisas. Una, conozco y respeto a los cinco integrantes de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación; son personas honorables, investigadores distinguidos y me considero su amigo. Dos, desde antes de que se fundara, en 2001, abogué por la autonomía del INEE, tal vez con más ahínco que el resto de mis colegas; considero que es un requisito indispensable para mantener ecuanimidad e imparcialidad en las valoraciones de la educación.
Argumento: el estatuto orgánico del INEE que elaboraron los integrantes de su Junta de Gobierno, diseña una estructura de organización desmesurada: 19 direcciones generales y otros tres órganos ejecutivos; además, cada dirección general contará con direcciones de área, jefaturas de departamento y otros puestos que se erigirán cuando la Junta elabore el manual de organización. Si se cumplen esos propósitos, en pocos años tendremos una institución gigantesca, burocrática y pesada, sin rumbo.
En este diseño no predomina el enfoque de la racionalidad burocrática, del que tanto escribió Max Weber. Parece más una traza institucional complicada, que no compleja, de las que hacía mofa Franz Kafka y que Haruki Murakami (Kafka en la orilla) rescata con ironía, humor y saña.
Cuando censuro a algún político o funcionario público no pongo atención a las consecuencias que mis juicios puedan traerme; no podría escribir. Mas cuando he realizado críticas a mis colegas —ya cuando reseño alguno de sus trabajos, ya mostrado mis discrepancias con ellos en alguna mesa redonda— sí ha traído efectos: de malas caras al retiro de la palabra, al menos por una temporada. Los académicos tenemos la piel más sensible.
Hoy hago la crítica a los funcionarios que diseñaron el estatuto que, me parece, perdieron el sentido de las proporciones y la intuición que proporciona el trabajo académico. No tuvieron una visión estratégica de lo que se necesita, pensaron en una institución con actividades ejecutivas, no de elaboración de políticas y lineamientos. Sospecho que a los miembros de la Junta no les alcanzará el tiempo para ordenar todos los asuntos porque, además, tendrán que coordinar a cuatro consejos y poner en práctica sus encomiendas.
Con esa estructura el INEE va a perder poder, las energías de sus dirigentes se abocarán a administrar personal, no a pensar en lo importante. También malicio que una vez establecida, cada unidad y dirección general, sus titulares buscarán crear más puestos, habrá duplicación de funciones y se multiplicarán las peticiones por materiales, equipo e infraestructura. El gasto corriente se comerá al Instituto que acaba de nacer.
Este primer paso fue equívoco, pero hay tiempo para cambiar, ponerse a recapacitar, adquirir experiencia y luego diseñar un estatuto y manual de operaciones acorde con las necesidades de una institución pensante, un laboratorio de ideas. También me parece una desmesura que quieran participar en la Junta Directiva de la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente, éste es un órgano del Poder Ejecutivo, participar en él le reduciría independencia al INEE.
Lo que México necesita para la evaluación de la educación, cavilo, es una institución ágil, con pensamiento estratégico y dúctil a los cambios en el ambiente. Más que tanta dirección administrativa y de órganos de control lo que se requería era diseñar unos cuatro think tanks, para dedicarse a la creación e innovación de lineamientos e instrumentos de evaluación. Estoy convencido de que el INEE podría extraer lo mejor del intelecto de los miembros de su Junta y de los colaboradores que recluten. No puede, no debe, convertirse en un aparato burocrático más.
Espero que mis amigos de la Junta de Gobierno recapaciten sobre lo que han hecho y den marcha atrás, que se inspiren en Weber y no en Kafka. No hay que pedir más presupuesto para ejercerlo en gasto corriente; hay que invertir en conocimiento.
También espero que mis amigos no me retiren la palabra.
Retazos
La semana pasada denuncié un abuso de Bancomer contra mi compañera de trabajo, Caty Guerrero. Solicité la intervención de las autoridades de la UAM en defensa de su trabajadora. El secretario general en persona, Norberto Manjarrez, tomó cartas en el asunto; hay visos de solución.