Los maestros del México posrevolucionario y preneoliberal se constituyeron como sujetos colectivos, políticos, culturales y de transformación social; por tanto, fueron una pieza clave en la conformación del estado de bienestar. En muchos casos, impulsaron el desarrollo integral de las comunidades con verdadera convicción y autonomía de proyectos solidarios, partiendo de los contextos y necesidades regionales, de los compromisos éticos adquiridos en el contacto directo con las desigualdades sociales y las marginalidades económicas de las geografías abandonadas.
Desarticular al docente como sujeto político del estado de bienestar o de proyectos autónomos es parte fundamental de las últimas reformas educativas. El papel de la escuela como aparato ideológico del Estado está desplazando la dimensión social del currículo, las nuevas identidades del capitalismo neoliberal exigen modelar como un performance los antivalores del libre mercado en todos los aspectos de la organización escolar y en los comportamientos de los actores de la educación: alumnos, familias, funcionarios y, por supuesto, de los maestros. En este sentido, dejo una provocación: la evaluación estandarizada y masiva no tuvo como objetivo primordial el despido, sino la instauración de la evaluación como instrumento para la fiscalización vertical, la precarización y creación de la identidad neoliberal.
En el Servicio Profesional Docente como medida fiscalizadora, los profesores están obligados a rendir cuentas por sus resultados y por el gasto público que representan, no así las instituciones y los funcionarios responsables de dirigir la política educativa ni tampoco los órganos autónomos evaluadores que son el asidero de la ciudadanía empresarial. Es decir, hay una lógica invertida en la que el Estado político y corporativo se convierte en evaluador y fiscalizador de los sujetos de derecho, y no al revés.
Con la evaluación estandarizada y el Servicio Profesional Docente se institucionalizó la flexibilidad laboral, la renovación generacional de los maestros como sujetos colectivos y de derecho en términos laborales, por otra generación de maestros política y sindicalmente fragmentados, sin identidad gremial, individualizados y precarizados; es por esto que ha sido posible la desvinculación de la evaluación con la permanencia, pero no de la regulación del total de las relaciones laborales ni de la capacitación instrumental de las competencias docentes.
Esta precarización, así como la fragmentación de la identidad política, colectiva y pedagógica, fue la condición necesaria para que en medio de la incertidumbre pudiera desarrollarse una nueva mentalidad neoliberal en los docentes, pero ya no por medios coercitivos en lo administrativo, laboral, judicial o con la fuerza pública, como se hizo con la reforma educativa del peñanietismo; las estrategias sicopolíticas interiorizan en los sujetos creencias, valores y actitudes competitivas, para el rendimiento y la autoexplotación a través del mérito.
El mérito es la estrategia para el ejercicio del sicopoder. Con la exaltación de la cultura del individualismo se facilita el control social; detrás de la idea de alcanzar el éxito, que nunca es para todos, se esconde la exclusión selectiva del derecho humano al trabajo y a la educación, que debería ser universal; el mérito reproduce las desigualdades salariales, desconoce los contextos sociales en los que trabajan los profesores y se centra en el egoísmo de su mejora personal; el mérito es rendimiento individual, es resultado que se traduce en la frialdad del número, es pérdida del proyecto de vida en común y del sentido trascendente de la educación para la construcción de la democracia y la vida sustentable.
En el mérito, la oposición al éxito es el fracaso individual, con ello se procura que no se produzca conciencia de clase ni necesidad de la organización social (sindical, gremial, popular, etcétera) o el germen de la defensa colectiva del derecho; peor aún, no se toma conciencia de las estructuras orgánicas de explotación, de los instrumentos externos de dominación ideológica ni de los medios internos de control de las mentalidades; es decir, de lo que representa el sistema capitalista en su dimensión compleja. El fracaso personal, para tranquilidad de las clases dominantes y estabilidad del capital, produce frustración, agotamiento, depresión y, en el peor de los casos, suicidio.
Arrastrados por las corrientes ideológicas que hegemonizan los tanques de pensamiento de las agencias de seguridad internacionales o de las instituciones mundiales para la gobernanza del capitalismo (cognitivo, digital, cultural, financiero, armamentista, extractivista y del agronegocio), las disertaciones del magisterio, la academia, el gobierno y los partidos políticos tienden a reproducir tesis y propuestas para optimizar los sistemas meritocráticos en el contexto de la conformación de las leyes secundarias de la reforma educativa. En cualquier ámbito de discusión y definición de los nuevos marcos normativos de la educación, los pensadores críticos estamos obligados a romper la lógica de la meritocracia y de la conformación de la mentalidad neoliberal, a defender y reconstituir la integridad del magisterio como sujeto político, histórico, pedagógico, cultural, colectivo, de proyectos solidarios y de derecho; o bien, a defenderlo en la rebeldía y la insumisión.
Publicado en La Jornada.