¿Qué es lo que necesita nuestro país en materia educativa, la cual resulta fundamental para otros aspectos, como el económico, de salud, cultural?, ¿qué modelo es el deseable de cara a la revolución tecnológica y económica en intensa marcha?, ¿qué características debe reunir el ciudadano del siglo XXI para tener una vida con por lo menos los satisfactores esenciales garantizados?, ¿a qué podemos, debemos y necesitamos aspirar?
Las preguntas sin incontables, y la controversia, incesante. De todas partes hay propuestas interesantes y viables, y otras no tanto. También las posiciones se antojan irreductibles, y por ende se ve difícil un entendimiento que pudiera amalgamar las aportaciones en la construcción de un modelo que, si bien no sería monedita de oro, al menos satisfaría a un mayor número de personas interesadas en la educación pero sobre todo daría mejores resultados.
En tanto, y ya que solemos contrastar nuestra realidad con la de otras naciones de todos los rumbos, y además estamos en una época de plena interdependencia, quizá sea oportuno citar ideas, autores y pensadores no mexicanos para echar una mirada a nuestra realidad educativa actual desde la globalidad.
Como que vamos a la zaga tanto a nivel general como particular, así en lo público como en lo privado, podría interpretarse el hecho de que el “Viaje a la escuela del siglo XXI” (2016) —el cual identifica las escuelas más innovadoras del mundo, con sus docentes y sus metodologías claves— no hizo escala en nuestro país.
Este proyecto, presentado a principios de febrero 2016 en Madrid y Barcelona, y que contó con el patrocinio de la empresa Telefónica, consigna las experiencias en 50 escuelas de 20 países entre los que se cuentan desde Perú hasta India, pasando por Estados Unidos, Brasil, Chile, Colombia, Ghana, Bangladesh, y por supuesto Finlandia. Resultaría complicado y fuera de lugar hacer una reseña aquí, pero sí hay que decir que vale mucho la pena conocer dicho proyecto, que se puede consultar en la dirección electrónica consignada en las referencias.
Para Senge (2017), considerado uno de los pensadores más influyentes en el ámbito de la gestión empresarial, el problema del sistema educativo es que aún se basa en el modelo de la Revolución Industrial, con todavía el maestro siendo el centro de todo el proceso; en vez de ello, debiera estar aprendiendo junto con sus alumnos, lo cual no es reprochable, puesto que todos estamos viviendo tiempos y circunstancias inéditos.
Afirma que “nadie sabe cómo se resolverán los problemas que ya nos afectan hoy, como, por ejemplo, el cambio climático”, y en ese sentido los profesores del siglo XXI tendrán que enseñar lo que ni siquiera ellos saben, por lo que su papel se debe fundar en nuevas fórmulas pedagógicas para que los alumnos aprendan cosas sobre las que hoy no hay respuestas claras.
Por su parte Robinson (2009) advierte: “No podemos saber cómo será el futuro. El único modo de prepararse para él es sacar el máximo provecho de nosotros mismos, en la convicción de que al hacerlo seremos todo lo flexibles y productivos que podamos llegar a ser”. Él mismo sostiene que la educación no necesita reformarse sino transformarse.
En tanto Savater (2017) piensa que “el primer problema con la educación es la sucesión de leyes. Cada vez que llegaba un gobierno al poder, se promulgaba y aprobaba una ley distinta”. Señala que la educación debe formar ciudadanos, no empleados; y formar ciudadanos significa también formar buenos gobernantes. Eso lo dice en referencia a España pero desde luego es aplicable también a nuestro país.
La colombiana Fundación Corona (2014) considera en un artículo que en educación hay dos corrientes que hoy parecen enfrentadas: una, la educación para el trabajo, que defiende el sentido práctico y privilegia la generación de competencias rumbo al camino laboral y la garantía de ingreso económico; otra, la educación para el desarrollo humano, enfocada en la generación de capacidades para que las personas sean artífices del desarrollo del país mediante el ejercicio de su ciudadanía. “Así que mientras la primera busca generar trabajadores, la segunda, ciudadanos”, apunta el texto, que distingue a la filósofa norteamericana Martha Nussbaum como una de las más destacadas exponentes de la educación para el desarrollo humano.
La propia filósofa Nussbaum dio un discurso en diciembre de 2015 en la Universidad de Antioquía al recibir el Doctorado Honoris Causa, en el que reiteró las ideas centrales de su libro “Educación sin fines de lucro” publicado en 2010. Afirmó que estamos en una crisis de proporciones masivas y grave importancia mundial; una crisis que pasa inadvertida pero que probablemente sea incluso más perjudicial que una de índole económico para el futuro de la democracia: una crisis mundial de la educación. Reprochó que, ansiosos de lucro, los países y sus sistemas educativos están descartando descuidadamente habilidades necesarias para mantener vivas las democracias; de continuar esta tendencia, pronto se estará produciendo generaciones de máquinas útiles en lugar de ciudadanos completos, analíticos, críticos, empáticos.
El filósofo esloveno Slavoj Žižek es menos extremista en este sentido, y nos tranquiliza al sostener que el gran avance tecnológico “no quita que las computadoras sean al mismo tiempo objetos muy estúpidos, porque saben todo, y cargan con un exceso de información, pero son incapaces de determinar cuándo y en qué momento actuará un terrorista. La gran sabiduría del ser humano no reside en saberlo todo, sino en saber cómo sintetizar la información. Y en esto las computadoras son idiotas y no pueden hacerlo”.
Así que habrá que seguramente el mejor camino es seguir apostando por acrecentar entre nuestros alumnos las habilidades intelectuales, para que adquieran sabiduría y no meros conocimientos. Aquella hace mejores a las personas, las humaniza pero también las dota de trascendencia; éstos, la mayoría de las veces sólo producen petulantes.