¿Qué pudo motivar a la policía del municipio de Iguala, Guerrero, a acribillar los autobuses donde viajaban estudiantes normalistas de Ayotzinapa?
Parece no existe ninguna lógica que explique el bestialismo de los procurantes del orden, que nuevamente polariza el clima político en esa entidad encabezada por personaje incompetente y represor como lo es, Ángel Aguirre.
El asunto lector-lectora funciona así: quien se atreve a retar al Estado porque no cree en los cauces legales o en las podridas instituciones, es materialmente un delincuente.
Sin embargo, aún cuando los estudiantes normalistas hubieran delinquido, lo cierto es que a los policías materialmente se les pasó la mano y cometieron un crimen.
Así, con todas sus letras, un artero asesinato de tres estudiantes, hecho que ilustra con absoluta nitidez el estado criminal de la protesta en México tras el regreso del PRI a los Pinos.
Tan lamentable evento ocurre a unos días de conmemorar otro aniversario de la impune y dolorosa masacre de estudiantes del 2 de octubre de 1968.
De paso nos recuerda que la represión como método para disolver protestas sigue tan vigente y que, al igual que aquel fúnebre 68, padecemos las barbaries de un Estado mexicano gobernado por criminales.