La CNTE regresó a las calles. Convocó a un paro de 24 horas a sus simpatizantes de las secciones 9, 10, 11 y 60 de la Ciudad de México. El pretexto: exigir la solución a sus demandas. El señuelo: reclamar la cancelación de descuentos aplicados a maestras y maestros paristas, movilizados durante las jornadas de lucha.
Una primera convocatoria de movilización programada para el 27 de junio fue cancelada, pero el 3 de julio después de las ocho de la mañana miles de docentes arribaron a las inmediaciones del metro Chabacano, el cuello de entrada a la Ciudad de México para los automovilistas. Las cifras varían, ¿tres mil, cinco mil personas? Es lo de menos, el contingente era lo suficientemente masivo para presionar a la autoridad y exigir el cumplimiento de las demandas.
Aprovechando el paso por el edificio de la Sección 9 (institucional) del SNTE, los manifestantes no ahorraron en aerosol para grafitearlo. La leyenda “charros traidores” se trazó sobre un muro del inmueble.
El momento álgido de la movilización fue cuando los manifestantes llegaron al edificio que ocupa la Coordinación General de Recursos Humanos en la calle Isabel la Católica. Al calor de las consignas y el descontento se dio el clásico portazo y nadie pudo detener a la multitud que irrumpió en patio, pasillos, escaleras y oficinas.
Después del vendaval humano —de acuerdo con fotografías recibidas para este reporte— quedaron destrozos, papeles desparramados, mesas patas arriba, muebles dislocados, alguna puerta destrozada, la leyenda “charros culeros” en una jamba y, en la pared de una oficina devastada, una frase con aroma medieval: “haremos una hoguera con charros y traidores”.

Por si fuera poco, tres aguerridas militantes paradas sobre un escritorio de recepción festejando la conquista del inmueble.
Entonces una pregunta salta patidifusa: ¿estos hechos no demeritan al magisterio ante los ojos de la sociedad?
Tradicionalmente las movilizaciones de la CNTE capitalina han sido pacíficas. Maestras y maestros del valle de Anáhuac carecen de ínfulas destructivas, a contrapelo de sus pares de Chiapas, Guerrero, Michoacán o Oaxaca donde abrasar vehículos, escuelas, Centros de Maestros, libros, oficinas públicas es cosa más o menos común. En la huelga de mayo-junio pasado, activistas sindicales de Guerrero quemaron parcialmente instalaciones de la sede nacional del SNTE y causaron daños a los edificios de las secretarías de Gobernación y del Bienestar en la Ciudad de México.
En 1989, el magisterio chilango fue pivote de un monumental paro indefinido de un mes de duración, al cabo del cual derrocó al cacique sindical de entonces, Carlos Jonguitud Barrios, y logró conquistar un comité seccional democrático que al paso del tiempo se malogró (y del cual sobreviven varios líderes sindicales actuales). Esa proeza se hizo sin romper un solo vidrio.
Como se sabe, los dirigentes centistas son simpatizantes y promotores de la lucha de clases, la lucha revolucionaria y la dictadura del proletariado. Parte de su ideología es la violencia revolucionaria. La académica colombiana, Rosa María Suñé, sostiene que la violencia revolucionaria es el arma de la que disponen los trabajadores para defenderse de la fuerza del Estado burgués.
Paulo Freire, un referente fundamental de la ideología centista, sostiene que la relación opresora es la que instaura la violencia; esta —dice— jamás es iniciada por los oprimidos, quienes instauran el terror no son los débiles sino los poderosos. En La pedagogía del oprimido escribe: “Mientras la violencia de los opresores hace de los oprimidos hombres a quienes se les prohíbe ser, la respuesta de estos a la violencia de aquéllos se encuentra infundida del anhelo de búsqueda del derecho de ser”.
El uso y abuso de la violencia puede desanimar a maestras y maestros que no coinciden con esta forma de lucha y alejarlos de la CNTE porque consideren que no los representa.
Megáfono en mano, uno de los dirigentes de la movilización minimiza la violencia en el tono de Freire: “la violencia mayor fue la que ellos [funcionarios, autoridades] hicieron con los descuentos”. Dos voces femeninas entre los presentes apoyan su dicho: “¡Claro! / ¡Ladrones!
La autoridad educativa cuestionó la violencia: “Las y los manifestantes maltrataron al personal de la Autoridad Educativa Federal en la Ciudad de México (AEFCM), destruyeron mobiliario, realizaron pintas en muros, elevadores y puertas. Lo más grave fue la destrucción de documentación oficial, incluyendo trámites sindicales, que arrojaron por escaleras y ventanas”.

Los hechos de violencia magisterial, en general, han sido esporádicos por parte de la CNTE en la Ciudad de México, no forman parte de la cultura de protesta sindical. Pero uno que vale la pena traer a cuento, solo para avivar la memoria, es el asalto al Senado de la República en 1998. El periodista Arturo Cano lo narró de la siguiente manera: “La turba magisterial retuvo a senadores, destruyó escaños, puertas y —peor todavía— se robó el célebre discurso de Belisario Domínguez que se exhibía en una urna de cristal. La torpeza de algunos dirigentes magisteriales rebota en prensa, radio y televisión”.
Luciano Concheiro, el funcionario morenista responsable de la AEFCM, exhibió la infidencia de los dirigentes de la CNTE: “Se recibió el pliego petitorio el pasado martes [01 de julio] a las 17:23 horas, por lo que el miércoles me comuniqué a las 16:40 horas, mediante mensaje y llamada telefónica, con el maestro Pedro Hernández, dirigente de la sección 9 de la CNTE, informándole que la reunión se tendría que posponer para el 10 de julio, con el propósito de dar respuesta a sus planteamientos. No obstante, la CNTE se movilizó ayer”.
Quizá el alto funcionario no estaba informado de que la movilización se había convocado desde el 26 de junio. Quizá desconozca que la movilización es vital para la CNTE, sin ella fenece como grupo de presión.
Para el historiador Francisco Lizcano Fernández, los grupos de presión son organizaciones con intereses específicos que articulan la comunicación entre la sociedad civil y el Estado. Se caracterizan por ejercer presión e influir sobre el poder político a través de la amenaza, el chantaje, el sabotaje o la acción violenta.
La movilización es necesaria para educar. Con su peculiar estilo, el legendario Carlos Monsiváis lo refirió de la siguiente manera: “A la base compañero, hay que educarla a través de las movilizaciones”.
Aunque la movilización también se requiere para mantener el músculo caliente y en forma, será necesario en el otoño que se avecina cuando la CNTE —si cumple su advertencia— volverá por sus fueros para reclamar a la presidenta Sheinbaum la promesa aún no cumplida: la abrogación de la ley del ISSSTE 2007. No en balde una maestra porta orgullosa su pancarta: “Claudia, mentiste / con la reforma del ISSSTE”.
Haiga sido como haiga sido, la movilización tuvo resultado: logró reintegrar los descuentos a los maestros paristas.