Escucho, con nostalgia, una rola de los años 70´s: “Venus” con The Shocking Blue, del álbum, “At Home”.
Me transporto hasta el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Plantel Vallejo, UNAM; el lugar donde estudié, turno “02”, de los 15 a los 18 años. Veo la entrada, su enrejado azul y oro, sobre avenida de los 100 metros al norte de la CDMX. Es 1977.
Tenía el dato de que el CCH, como subsistema dentro de la UNAM, había iniciado sus labores en 1972, pero ahora veo que fue en 1971. Este mes de enero, 2021, se cumple medio siglo de su creación, que se registró durante la rectoría de don Pablo González Casanova.
Por lo tanto, a nosotros nos tocó ser la 8ª. generación, que ingresó a finales de 1977, para participar en clases presenciales, aunque nuestro número de cuenta, de la UNAM, iniciaba con el número “78”.
Cuando recibí el sobre pequeño (por fortuna no el sobre “grande”, que significaba ser “no aceptado”) con el escudo de la Máxima Casa de Estudios, quedé gratamente sorprendido, pues ahí me indicaban que había sido aceptado en el CCH, plantel Vallejo. Ahí empezó una parte importante de mi historia escolar y profesional.
Fue un momento extraño, porque la mayoría de mis amigos aceptados en la Escuela Nacional preparatoria (ENP) o en CCH, había quedado en planteles alejados de Tlatelolco, lugar donde vivía; me refiero al CCH Naucalpan o Azcapotzalco.
Uno de los trámites que se hacía en aquel tiempo, una vez que entregabas tus documentos para la inscripción, en el plantel, era la indicación, por escrito, de ir a tomarte la foto para la credencial oficial de la UNAM, lo cual se realizaba en una oficina ubicada en la calle de Paris, por Paseo de la Reforma.
Recuerdo a algunos de las y los profesores del CCH Vallejo: Carlos Cervantes, de Lectura y redacción; Francisco Lenin Sánchez del Carpio, de “Redacción”; la Mtra. Castañeda, de Historia; al profesor Mario Acosta Galán, de Biología; a la Mtra. Juanita Cerón, de Matemáticas; a Eliseo Rangel, de Psicología; a José de la Mora Medina, de Ciencias de la Comunicación; al profesor Pacheco (“Pachequín”), de Historia, y, entre otros, al profesor José o Juan María Camorlinga, de Ética. ¿Dónde estarán ahora?
El modelo educativo del CCH, desde su creación, a principios de los años 70´s, fue de avanzada. Le llamaban “Aprendizaje Activo”. Los cursos de inglés, por ejemplo, se impartían a través de un sistema de audio (a cada estudiante le cocaba una cabina), con un acompañamiento de monitores (ayudantes de profesor), que daban orientaciones básicas a las y los estudiantes. Para ello, llevábamos unos cuadernillos o libros de texto y las clases se elegían en horarios fijos, que se impartían antes o después del horario de materias oficiales.
Con el CCH conocí qué eran los “Cine clubes”, la música folklórica, los conciertos de rock, con las bandas de la época (“Three Souls in my Mind”, la “Revolución de Emiliano Zapata”, Los Dug Dug’s, la “Parada Suprimida”, de Paco Gruexxo, entre otras); o la Casa del Lago, con la presencia y actuación del “Llanero Solitito”, Enrique Cisneros (QEPD), que se solidarizaba con las huelgas del STUNAM.
Con frecuencia los profesores y las profesoras nos enviaban a hacer prácticas de campo, por ejemplo, al Ajusco. O a visitar exposiciones de arte, a presenciar obras de teatro, sobre todo de tipo experimental universitario, o a diseñar proyectos de investigación tanto en ciencias como en humanidades y ciencias sociales.
No me olvido de que, gracias al CCH, presencié obras como “El Extensionista” y “La Mudanza”, que fueron dos puestas en escena con fuerte impacto entre las y los estudiantes de nuestra generación.
Los grupos eran numerosos (40 a 50 estudiantes), sin embargo, las dinámicas de las clases eran diferentes a lo que habíamos vivido en la secundaria. En el CCH no había mesa-bancos individuales, sino mesas y sillas compartidas. No sé cómo se imparten clases en la Prepa de la UNAM, pero decían, en esos tiempos, que el modelo de la ENP era más “tradicional” que el del CCH, en el sentido de que los docentes usaban excesivamente el lenguaje verbal y los exámenes memorísticos, y no dejaban que los estudiantes participaran de manera autogestiva en las clases. En CCH sí se permitía, por ejemplo, cuestionar a las y los docentes. Eso nos habían enseñado ahí.
En el CCH se manejaba la idea, desde entonces, de que el estudiante sería el centro de los aprendizajes, y que el docente sería un animador, orientador, moderador y fuente de conocimientos y experiencias para las y los estudiantes, tanto en la parte intelectual como de desarrollo personal.
El Colegio se constituyó hace 50 años, así, en una opción alternativa de educación media superior pública; además, el CCH contaba con opciones de formación profesional (programas académicos de licenciatura) y tenía, en su estructura académica e institucional, una unidad de estudios de posgrado.
Al paso del tiempo, supe que uno de los posgrados del CCH que alcanzó rápidamente prestigio y que se integró pronto a los posgrados de excelencia del CONACyT, fue el programa de maestría en “Educación o Enseñanza de las Matemáticas”.
El turno “02” al que asistí, tenía sus clases de 10:00 de la mañana a 14:00 horas, así es que había tiempo para inscribirse a la clase de inglés, que iniciaba a las 9 de la mañana. Recuerdo que, por un tiempo, me inscribí también a la materia de “Francés”, que impartía un profesor de origen cubano. Él se apoyaba, por lo regular durante sus clases, en imágenes que proyectaba con un carrusel de diapositivas.
El activismo y el ambiente socio-cultural del CCH hizo que muchos estudiantes cobráramos o reafirmáramos lo que, clásicamente, se llama “conciencia social”. Sabía que muchos de las y los docentes del CCH provenían de la generación de ex estudiantes del movimiento de 1968; eso hacía que habláramos con más libertad sobre temas de política, de democracia, de antiautoritarismo y en contra de la represión.
Hay que recordar que durante los años siguientes al 68, muchos estudiantes, hombres y mujeres, se lanzaron a la lucha guerrillera y muchos otros se integraron a los movimientos sindicales, urbanos o campesinos. Eran tiempos oscuros de represión gubernamental en contra de cualquier foco de disidencia política y de oposición al régimen priísta.
El CCH se convirtió, desde su creación, en un espacio de crecimiento intelectual, social y deportivo para jóvenes de todos los estratos socioeconómicos del país. Y fue una institución que dio lugar a muchas y muchos jóvenes que, años después, cursaron carreras profesionales en las ENEP (hoy FES, creadas en 1975) y en las Facultades o Escuelas de la UNAM.
Hay otras historias que contar sobre mi paso por el CCH. Por mientras, le deseo a este glorioso Colegio, es decir, a su gente, larga vida.
Que éstos sean apenas sus primeros 50 años de existencia.
Oigo “Miss you” con The Rolling Stones, del álbum “Some Girls”.
jcmqro3@yahoo.com
Publicado en SDPnoticias