Bullying y Mobbing: acoso cobarde y letal

Alevosía y cobardía son los rieles sobre los que se desplazan con saña los abusadores, haciendo incluso gala de sadismo, y por supuesto de impunidad...
Image

Norma Lizbeth, 14 años de edad; estudiante de secundaria. Víctima mortal probable de su compañera de escuela Ailyn Azahara.

Darío Villeda, 37 años, comerciante y exservidor público, víctima, según acusó él mismo en un video, de quienes fueron poco antes sus jefas: Lía Limón, alcaldesa de Álvaro Obregón, y Mariana Rodriguez Mier y Terán, Directora General de Gobierno de esa demarcación. El acoso laboral y personal lo orillaron a quitarse la existencia.

Casos recientes y mediáticos, son dos rostros de una misma y dolorosa realidad: el abuso  al que cotidianamente son sometidas incontables personas en los ámbitos escolar y laboral, e incluso vecinal, impunemente en la gran mayoría de los casos. Desde luego, también al interior de los hogares, tema que, por su singularidad y gravedad, merece comentario particular.

Como resulta evidente, e indignante, el abusador está en una condición de superioridad: física, jerárquica, emocional, relacional… (y, curiosamente, también en un estado de inferioridad intelectual), lo que hace del acto una cobardía y del perpetrador un cobarde, a quien la falta de valor lo vuelve incapaz de correr el mínimo riesgo, pues en condiciones de igualdad le tiemblan las corvas, las que sí está presto para doblar cuando se ve en igualdad de condiciones o ante un superior.

Alevosía y cobardía son los rieles sobre los que se desplazan con saña los abusadores, haciendo incluso gala de sadismo, y por supuesto de impunidad, en tanto las víctimas sólo tienen de su parte la inocencia y en contadas ocasiones la justicia.

Las consecuencias pocas veces son visibles, pero siempre son desastrosas para la víctima y su familia.

Inevitable recordar, sobre todo en  lo referente al acoso laboral, la fábula del sapo y la luciérnaga, al parecer escrita por el literato español Juan Eugenio Hartzenbusch a medios del siglo XIX.

“Un ventrudo sapo croaba en su pantano cuando vio resplandecer en lo más alto a una luciérnaga. Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería jamás, y,  mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: –¿Por qué me tapas? Y el sapo, congestionado por la envidia, solo acertó a interrogar a su vez: –¿Por qué brillas? Eso es para mi la mayor ofensa”.

Creo que debiéramos ir más allá de la moraleja que de esta fábula se desprende, y trabajar por plasmar en la legislación (y desde luego hacer realidad su letra y espíritu), sanciones para considerar como lesiones (emocionales) graves y hasta homicidio en grado de tentativa el acoso, es decir, tanto el bulluying como el mobbing, pues a fin de cuentas los efectos son los mismos que de cualquier otra agresión, y aun más graves si se considera que generalmente la víctima sufre a solas, en silencio, en la apatía, en la incomprensión, cuando no en la revictimización.

Y todo por brillar más que los sapos, que lo único que tienen es fuerza bruta y poder.