“El aprendizaje basado en proyectos impulsa al alumnado a asumir un papel activo en la transformación de su comunidad, desarrollando competencias ciudadanas mediante la acción.” – (Hernández, 2018)
En la vida cotidiana de las escuelas se desarrollan procesos que en muchas ocasiones permanecen invisibles para la sociedad en general. Uno de ellos es el aprendizaje basado en proyectos comunitarios, una metodología que coloca a las niñas, niños y adolescentes como protagonistas de su propio proceso formativo, invitándoles a mirar su entorno, detectar problemas reales y construir alternativas de solución de manera colectiva. Este enfoque no se limita a transmitir conocimientos, sino que integra habilidades, actitudes, pensamiento crítico y compromiso social, ofreciendo experiencias auténticas que fortalecen la relación entre la escuela y la comunidad.
El valor de este tipo de trabajo radica en que permite que los estudiantes experimenten cómo se entrelazan la teoría y la práctica en la resolución de situaciones de la vida real. No se trata de ejercicios abstractos o de problemas descontextualizados, sino de planteamientos genuinos que despiertan interés, generan disonancias cognitivas y abren la puerta a nuevas preguntas. A través de estas experiencias, los alumnos aprenden a interpretar los fenómenos que los rodean, a reconocer necesidades colectivas y a valorar la importancia de su participación como agentes de cambio en su comunidad.
El proceso metodológico se articula en fases que avanzan desde la planeación hasta la acción y la intervención, incorporando momentos como la identificación de problemas, la exploración de alternativas, la producción de soluciones, la difusión de resultados y la retroalimentación. Este camino no solo organiza el trabajo académico, sino que también entrena a sus estudiantes en competencias fundamentales: la toma de decisiones, la negociación, la colaboración, la resiliencia y la capacidad de comunicar de múltiples formas lo aprendido. La diversidad de lenguajes de expresión que se utilizan —oral, escrito, gráfico, corporal, digital o artístico— amplía los horizontes de creatividad y permite a cada estudiante encontrar la forma más significativa de mostrar sus avances.
En el fondo, este tipo de proyectos constituye un puente entre los saberes escolares y la vida comunitaria. No solo adquieren conocimientos, sino que aprenden a darles sentido y aplicarlos en contextos concretos. Al mismo tiempo, se refuerzan valores como la solidaridad, la corresponsabilidad y el compromiso ciudadano, generando aprendizajes que van más allá de lo académico y que se inscriben en la formación integral de la persona.
Sin embargo, el personal docente no actúa únicamente como transmisores de información, sino como guías, orientadores y facilitadores que ayudan a construir un ambiente de confianza, a organizar las etapas del proyecto y a acompañar a sus estudiantes en la complejidad de los procesos. Su conocimiento, capacidad y experiencia son clave para identificar los momentos en que es necesario proponer un reto, hacer una pausa para reflexionar, o abrir nuevas rutas de acción que permitan enriquecer el aprendizaje.
No se trata solo de cumplir con un programa, sino de diseñar experiencias significativas que favorezcan el desarrollo de competencias y que contribuyan al bienestar de la comunidad. Conocer y valorar estas prácticas permite apreciar mejor el esfuerzo que implica la tarea educativa y resalta la necesidad de fortalecer la formación del personal docente para que puedan seguir aprovechando, en el momento preciso, las herramientas metodológicas que hacen del aprendizaje un proceso vivo, transformador y relevante para la vida de sus estudiantes. Porque la educación es el camino…