“Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción.”— Paulo Freire, Pedagogía de la autonomía
En la vida cotidiana, solemos pensar que el aprendizaje en las escuelas ocurre de manera automática: que basta con que los estudiantes asistan a clase, reciban explicaciones y realicen algunas actividades para que los conocimientos fluyan y se afiancen. Sin embargo, detrás de cada experiencia que viven niñas, niños y adolescentes existe un entramado profundo de decisiones pedagógicas, de diseño intencional y de estrategias cuidadosamente seleccionadas que rara vez son visibles para la sociedad. Lo que sucede en los centros educativos es mucho más complejo que impartir contenidos; implica construir experiencias significativas que respondan a necesidades reales, que despierten interés y, sobre todo, que desarrollen habilidades esenciales para la vida. Una de las vías más importantes para lograr esto es la elaboración de situaciones de aprendizaje: escenarios diseñados con propósito, donde cada detalle tiene la finalidad de promover el desarrollo integral de los estudiantes.
Para que una situación de aprendizaje cobre sentido, el personal docente realiza un ejercicio de reflexión sobre el porqué de lo que se propone. Cada experiencia surge de un reto, un problema o una necesidad concreta de los estudiantes, y busca que estos generen un producto, una solución o un aprendizaje aplicable a su vida cotidiana. Nada es improvisado. El profesorado analiza el contexto, el momento del curso, el grupo con el que trabaja, los contenidos que deben abordarse y, especialmente, la manera en que estos pueden conectarse con situaciones reales que hagan que aprender sea algo vivo y significativo. Este nivel de profundidad suele pasar inadvertido para quienes no están dentro de la dinámica escolar, pero es fundamental para garantizar que la enseñanza no se limite a transmitir información, sino que forme pensamiento crítico, creatividad, autonomía y capacidad de resolver problemas.
Las experiencias de aprendizaje que se diseñan en las escuelas exigen un dominio amplio del currículo, de los objetivos formativos y de las competencias que las y los estudiantes deben desarrollar. El personal docente estudia cuidadosamente los saberes esenciales, analiza los criterios que permiten evaluar el avance y selecciona las estrategias más adecuadas para que cada actividad tenga un propósito claro. Esto requiere no sólo conocimientos teóricos, sino la capacidad de interpretar la realidad del grupo, anticipar dificultades, prever apoyos y elegir herramientas que respondan tanto al contenido como a la diversidad que existe en el aula. En cada decisión se refleja la formación profesional, la experiencia acumulada y la sensibilidad pedagógica, elementos que, aunque no siempre se reconocen públicamente, sostienen el proceso educativo.
Asimismo, la organización del trabajo escolar implica planificar tiempos, espacios, materiales y recursos tecnológicos que permitan que cada situación de aprendizaje se desarrolle de manera efectiva. Nada se deja al azar: se piensa en la secuencia de actividades, en los momentos de trabajo individual o colaborativo, en las formas en que se guiará al grupo y en los instrumentos que permitirán valorar el progreso. La evaluación no se reduce a un resultado final; también se observa el proceso, se acompañan las dificultades y se ajustan las estrategias para asegurar que todos avancen. Este acompañamiento constante exige una mirada profesional capaz de identificar oportunidades, reconocer avances y ofrecer retroalimentación que impulse el crecimiento de cada estudiante.
Un aspecto especialmente relevante es la atención a la diversidad, un compromiso pedagógico y ético que implica reconocer que cada estudiante aprende de manera distinta y que, por ello, requiere apoyos específicos. El personal docente adapta materiales, propone alternativas metodológicas y diseña medidas que permitan que todos participen y aprendan con equidad. Estas decisiones, basadas en marcos como el Diseño Universal para el Aprendizaje, no sólo favorecen la inclusión, sino que enriquecen la experiencia educativa al valorar las múltiples maneras de comprender el mundo.
Cuando la sociedad comprende la enorme labor que implica preparar una situación de aprendizaje —desde la planeación, la reflexión, la evaluación, la organización y la atención a las diferencias individuales—, se vuelve evidente que el trabajo docente va mucho más allá de “dar clases”. Se trata de un ejercicio profesional complejo, que requiere estudios, conocimiento profundo, capacidad de análisis, creatividad y una experiencia que sólo se construye con dedicación y compromiso. Reconocer este esfuerzo es reconocer el verdadero valor de la educación y de quienes la hacen posible cada día. Porque la educación es el camino…