El viejo refrán popular “árbol que nace torcido, jamás su rama endereza” cuyo contenido implícito está más que claro, se ajusta a estos tiempos de incertidumbre y hartazgo magisterial y social; ¿qué provocó esta situación?, ¿en qué momento “la mágica reforma educativa” que planteaba el “honorable” poder ejecutivo (y aprobada por el legislativo) perdió su fuerza?, esa fuerza que presumía un cambio profundo e innovador en el país, esa fuerza que impulsaría las siguientes reformas y que “movería a México”. La respuesta es evidente, la reforma educativa perdió fuerza desde el momento en que se concibió, fue en aquel día en que nuestras brillantes autoridades decidieron brindarle (como siempre) mayor peso al ámbito económico y político, a costillas de la educación.
Volviendo al refrán y a la analogía, la reforma viene torcida desde su raíz, desde sus orígenes, y continuó torcida en los primeros albores de su nacimiento, los encargados de llevarla a todas las aulas del país, a todos los profesores, directores, supervisores y alumnos, a todo el universo educativo, ¡fallaron!, realizando cambios al vapor, exprés, sin tiempo para aterrizar una idea, cuando ya tenían la otra en puerta. Emilio Chuayffet, nuestro primer secretario falló, nunca logró que la reforma se viera con buenos ojos, en esa falla perdió la cabeza; la lucha por enderezar la reforma educativa recayó en Aurelio Nuño, un personaje que a simple vista, podemos decir, es la cara fehaciente del viejo nuevo orden que hoy nos gobierna. La premura y desesperación por seguir adelante con la reforma de tronco torcido siguió en marcha, la acumulación de ideas y proyectos no cesó (o mínimo se reguló), nuevos planes, escuela al centro, escuelas al cien, dos calendarios, cursos en racimo…, Nuño cargó una rama que pesa y pesa demasiado, podemos equipararla con el peso de una sociedad cansada de injusticias, un pueblo hambriento, un magisterio en esencia libre, revolucionario, valiente, pero sin cabeza, profesionales en educación de talla ancha que no ven adecuada esta reforma, maestros bien preparados que demostraron verazmente que “el mal” del sistema educativo está en otra parte, escuelas y contextos deplorables, inverosímiles, imposibles… La rama torcida realmente pesa, y día con día se hace más pesada, tan pesada, que Aurelio ha necesitado manos de hierro para intentar sostener algo que se ve caer.
¿Enderezar?, no lo creo, posiblemente lo único que se logre sea mantener la rama, pero ¿Por cuánto tiempo?, si a diario hay situaciones indignantes hacia el magisterio, abuso de poder, impunidad, incumplimiento de acuerdos y promesas, tal es el caso de los docentes destacados que hasta la fecha no han recibido su estímulo, profesores señalados y criticados por los resultados de la evaluación (en muchos casos a causa del mismo sistema y proceso), programas de televisión que insisten en denigrar la imagen del maestro, estadísticas que señalan a México como el país de la OCDE con menos horas trabajadas en preescolar, pero que nunca lo muestran como el país con los docentes peor pagados y con mayor carga administrativa, a todo esto, sumémosle un sindicato que parece no existir, o bien, que sus agremiados no les interesan. ¿Podrán las manos de Nuño (por más hierro que utilice) sostener la rama?, ¿el árbol torcido enderezará o terminará por caer?, ojalá, y por el bien de todos, nuestro gobierno acepte que hay mucho en lo que se ha equivocado, y que si bien desde hace años la educación en México necesitaba cambiar, ese cambio tuvo desde un inicio que surgir desde los propios docentes, desde una visión introspectiva de su práctica, desde el conocimiento de sí mismos, sus fortalezas, sus debilidades y el deseo de profesionalización y superación. Pocos serán los individuos que generen un cambio si son forzados, pero qué grandes serían los resultados si el cambio viniese desde ellos. La SEP y sus colaboradores han perdido credibilidad, los profesores ven en cada propuesta una potencial trampa, están a la defensiva, esperando una chispa, o más bien, un gran fuego que los impulse a la ofensiva.
El árbol está torcido, no nos resta más que utilizar la rama como un columpio y buscar (en aras de la educación) la mejor forma de resolver el asunto de la pomposa, maravillosa y revolucionaria reforma educativa