Es satisfactorio que, desde el centro, se lance una política para fortalecer y renovar las Escuelas Normales. Estas instituciones son punto estratégico para realizar el cambio de la educación básica, no obstante, por muchos años (décadas) han sufrido un grave estancamiento, producto —en gran parte— del descuido y la negligencia de las autoridades.
El subsistema normalista está muy disperso. Existen, en total, más de 400 Normales en el país, de las cuales 263 son públicas. Esta última es, en realidad, una cifra elevada y muchas de las Normales públicas (63%) tienen un tamaño muy pequeño (entre 50 y 350 alumnos). Otro rasgo es que las Normales viven, cada una, en un radical aislamiento (desconectadas entre ellas y sin vínculos sólidos con las universidades).
Pero el problema principal es académico. Algunas de estas escuelas son de excelencia (la Benemérita Enrique Rébsamen, la Escuela Nacional de Maestros, la Normal Superior de México, etcétera), pero otras tienen un desempeño mediocre. No ha habido mecanismos adecuados para la selección de su personal académico, hay pocos profesores de tiempo completo (35%), la organización del trabajo académico es deficiente, hay poca investigación y las acciones de formación continua que realizan es muy pobre o nula.
En las escuelas Normales existe un sistema de selección de alumnos. Pero el estudiante, una vez que ingresa, asciende en la escala de los grados sin problema alguno. Al parecer, no hay evaluación rigurosa al final de cada grado, pues la estadística nos dice que la eficiencia terminal es perfecta: los 100 alumnos que ingresan son los 100 alumnos que salen cuatro años después.
Este hecho nos informa de un defecto grave en el desarrollo de la docencia. Semejante “pase automático” es inaceptable en cualquier organización académica de nivel universitario. Otro indicador significativo es que los docentes, en muchos casos, son egresados de esa misma escuela, fenómeno de endogamia que debe ser evaluado.
Muchos profesores de escuelas normales han realizado, por iniciativa propia, estudios de postgrado. De los 11 mil maestros que tienen, el 4% cuenta con doctorado y el 33 % tiene el grado de maestría. Ésta es una buena noticia. Otro dato optimista es que en esas escuelas hay al menos 163 cuerpos académicos en formación o en consolidación, lo cual significa que los docentes se están esforzando seriamente para desarrollar la investigación.
Es crucial revisar los planes de estudio de las normales, pero en esa revisión —en mi opinión— deben privar cinco criterios: 1) Que esa revisión se haga con la colaboración de expertos y de maestros (normalistas y en servicio) destacados; 2) Eliminar el enciclopedismo; 3) Compensar lo cognitivo con educación moral; 4) Ofrecer los elementos fundamentales, básicos, de la formación pedagógica, y 5) Integrar las nuevas tecnologías en la formación de los docentes. La enseñanza sólo se aprende enseñando, por lo mismo, hay que poner a enseñar a los alumnos de Normal desde el primer año.
En este contexto, resulta excelente que se construya un sistema para la selección y promoción de los maestros normalistas con base en el mérito. Pero la renovación de las escuelas normales requiere, además de dinero, un compromiso similar al que hoy realiza la SEP, por parte de las autoridades locales que ejercen un control directo sobre estas escuelas.
El objetivo a alcanzar no debe dejar lugar a dudas: lo que se busca es dejar atrás la historia de desempeño académico mediocre y hacer de las Escuelas Normales auténticas instituciones universitarias, con organización académica de excelencia, con personal docente de alta calificación, con una sólida planta de profesores de tiempo completo, con un vigoroso desarrollo en investigación educativa y con programas de formación continua de apoyo a los maestros en servicio.
Artículo publicado originalmente en Crónica