Vivo en uno de los tantos estados donde la autoridad educativa estatal aún no publica las listas de beneficiarios de nivel 1 de Promoción Horizontal. Las razones pueden ser muchas: ajustes presupuestales, decisiones políticas, trámites atorados o, simplemente, desorden interno. El abanico de explicaciones es tan amplio como útil para ocultar la responsabilidad de quienes deben cumplir con los plazos que ellos mismos establecieron en la convocatoria.
Pero la verdad es simple: para la autoridad el tiempo es laxo, para el docente no.
Lo irónico es que si la situación fuera al revés —si un maestro no entrega a tiempo un formato, un documento o un requisito— los teléfonos no dejarían de sonar. Llegarían mensajes, correos y avisos urgentes. Cuando el docente incumple, hay presión. Cuando lo hace la autoridad, hay silencio.
Y el silencio, el “ruido ese”, como dice Juan Rulfo, tiene algo que pesa.
Las autoridades pueden retrasarse sin dar explicaciones y sin avisar nada. El mensaje es claro: las reglas sólo aplican para abajo. Arriba, en los escritorios donde se toma la decisión de publicar o no publicar, parece no haber prisa ni consecuencias.
Si un maestro incumple en la convocatoria de Promoción Horizontal, queda descalificado de inmediato. No hay prórrogas, no hay “espérenos tantito”, no hay tolerancia. Pero cuando es la autoridad la que no respeta sus propios tiempos, simplemente no pasa nada.
Este retraso no es menor. Afecta la calendarización, la organización escolar y, sobre todo, los pagos correspondientes, que para muchos profesores representan un apoyo importante tras meses de preparación. Los maestros invierten dinero en cursos, compran materiales, estudian en sus ratos libres, sacrifican fines de semana y lo menos que esperan es que la autoridad cumpla con un calendario que ya estaba escrito.
El problema de fondo no es el retraso en sí, sino lo que revela: un magisterio acostumbrado a cumplir bajo presión y una autoridad acostumbrada a no rendir cuentas. Una relación desigual que se ha normalizado y que se sostiene gracias al miedo, la burocracia y la falta de respuestas claras.
El magisterio mexicano merece algo tan básico como eso: respeto. Y respetar empieza por cumplir los tiempos que la propia autoridad marca. Porque en una convocatoria que presume transparencia y equidad, lo mínimo que se espera es que quienes la organizan actúen con el mismo rigor que exigen a quienes participan.
