Los maestros estamos molestos, iracundos y llenos de resentimiento; estamos con heridas abiertas permanentemente, tal vez solo pensando una cosa: “¡Que éste sexenio se termine ya!”, y así toda la pandilla de ladrones se vaya al carajo.
Que no importa quien llegue a la Presidencia de la República con tal de que se acabe la persecución y el incansable acoso magisterial.
Y en buena parte de este razonamiento hay cordura. Ya han sido tres años que parecen siglos de amenazas y hostigamiento para todos, no solo para los que bloquean carreteras y que demuestran actitudes nocivas, sino para todos los docentes que trabajan y luchan por amor a su vocación. El calificativo de “culpable” barre parejo; y así no se resuelve nada, solo se criminaliza (más).
De todas las reformas estructurales de “gran calado” la única que sobrevive aún es la “educativa”, la que tiene toda atención del gobierno Peñista; si, es la reforma laboral-educativa la que se usa como bandera al frente de un secretario cobijado por antimotines y granaderos. Y como no poner mano dura si…
Los niños y jóvenes no aprenden por culpa de los maestros.
La violencia y la delincuencia actual existen por culpa de los malos ejemplos de los profes.
El país no avanza por culpa de la poca perspectiva de los miserables docentes.
Las escuelas se caen a pedazos por falta de iniciativa de los maestros flojos que tienen la culpa.
Los padres de familia no apoyan a sus hijos por culpa del docente que no sabe motivarlos.
Los alumnos obtienen resultados vergonzosos por culpa del maestro que ni siquiera los enseñar a copiar o a elaborar acordeones.
Los alumnos se aburren porque los maestros no logran despertar interés payaseando a diario.
El país es un cementerio de fracasos por culpa de los maestros y su obcecada terquedad.
Y así el sinfín de culpas que no hacen más que evidenciar rencor y frustración de personas que jamás entenderán que ser maestro o maestra va más allá de las elecciones y los sexenios, más allá de las modas y la popularidad.
Los maestros (la mayoría) sólo son culpables de amar su trabajo, culpables de entregar su vida día a día con el sólo deseo de haber cumplido su tarea.